Había una vez, un circo...
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 454, de 14 de mayo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
¡Inolvidables Gaby, Miliki, Fofó... y demás miembros de la familia! No conformaban, ciertamente, un circo a lo clásico, aquel mayor espectáculo del mundo del que era muestra preciosa doña Gina Lollobrígida, pero ellos solos se bastaban para endulzar la menesterosa vida con sus ocurrencias y actuaciones. Muchos de nosotros los recordamos con ternura, quienes entonces, entre libro y apunte, echábamos la mirada atrás y reíamos al constatar que, acotadas las libertades, que no fueron pocas, en España la gente estaba de humor para tender la mano a los demás, y para recibir las que nos incitaban a la convivencia. Sí, había una vez...
Pero las cosas inexorablemente han cambiado. Hay una «altura de los tiempos», que diría el maestro Ortega, que señala el nivel que alcanzó la riada de la vida, que es, fundamentalmente, arena movediza. Lo mismo está en la cota más alta que, de pronto, en la más baja, según nos entretenga o condicione. Es la verdad social, que no siempre se corresponde con la individual, porque no es una suma sino estadios distintos, categorías separadas, aunque remotamente emparentadas. Hoy no está la televisión para esos trotes. Hoy, la comicidad está trufada de mal gusto, de chabacanería, y pensar que vamos a pasar un buen rato escuchando a quienes nos ofrecen sus gracias es solo una intención, pues de ahí no pasa. Hoy, en fin, disponemos de otros cómicos, que no diré de la legua, pero sí de la lengua, que no nos dejan perplejos con sus salidas de tono sino malhumorados y esta sensación se traduce en una súbita presión en el mando a distancia, que los borra de nuestro horizonte. Solo de pensar en ellos se nos pone la carne de gallina en trance de formar carne del puchero.
No son Gaby ni Miliki, ¡ya lo quisieran!, sino el Insomne, que no podría dormir si tuviera que compartir el plato de lentejas con otro, que llaman el Coletas, y ¡consiguió engañarse a sí mismo! Un hado benéfico ha puesto fin a ese contubernio. Luego está la Chiqui, que con ocasión de haberle sido aprobado por el Congreso los presupuestos fue de escaño en escaño llevándose las manos al pecho en señal de agradecimiento y hasta el nombrado Insomne tuvo el detalle de agacharse para bendecirla, supongamos que por su olímpico triunfo. Engrosan el coro la Pijo, con su hierática pose de catedrática de Argamasilla, que ha sido elegida para retorcer la educación en España. La Llorona, madre de unos hijos que irán más pronto que tarde a uno de esos colegios que la Pijo ha cogido por su cuenta a la primera; o no, pues tengo entendido que hay cierta casta que escoge para sus vástagos los bilingües originales, que cuestan un riñón. Y ¿qué decir del Astronauta, que hubiera dado su sueldo por haber viajado al espacio en el cohete chino. No olvidaremos al Filósofo, que hasta que emigró a Cataluña dejaba en la pantalla el sabor de lo agridulce, pues nos amargaba el desayuno a diario, aunque el Insomne le tenía atornillado, para que cargase con el muerto, y así fue sumando mentiras y falsedades. Hay más gente en esta compañía de actuantes, pero lo dejo aquí, y van siete, no por nada sino porque es el número con que Blancanieves se las tenía que ventilar cada mañana, porque aquellos inocentes personajes eran enanos de nacimiento.
Esta reunión de ¿notables? no padecen esa anomalía, pues gracias a Dios todos conservan peso y estatura con arreglo a la normalidad, pero de esa desgracia ha nacido el término enanismo, que no tiene nada que ver con el Cascarrabias ni el Gruñón sino con la perversa organización que sostienen para hacer llorar a la buena gente de España. La cicatera y mezquina salida a escena de esta banda fue de tan poca talla, y estaban tan estudiados los fines venenosos que perseguían, que han llevado la función a terrenos impensables, porque la gente, en cualquier momento podía darles el portazo. Como así ha ocurrido. En Madrid, donde no hay suficientes alcantarillas repartidas por la ciudad para acogerlos en su huida. No sé si estos son negros pensamientos, pero de una cosa estoy seguro: añoramos a nuestros cómicos, a la buena gente que también vivía del espectáculo circense entre piruetas y risas y se jugaban la vida en el coso de las humanidades, ante un respetable que solo tenía ganas de vivir en libertad. Lo dicho: había una vez, un circo...