SEMBLANZAS

El último abrazo

Mi adiós particular a Enrique de Aguinaga, amigo y camarada, cuando ha partido a la casa del Padre*, después de 99 años de servicios. Con estas letras va mi último abrazo.


Incluye el artículo La victoria con botas, de Enrique de Aguinaga, que fue publicado por el extinto diario Arriba el día 1 de abril de 1950. En él aparece latente su apetecida síntesis superadora de las dos Españas.


* Esta entrada de La Razón de la Proa (LRP) se publicó en abril de 2022, recuperado en octubre de 2023 con motivo del centenario de su nacimiento. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Enrique de Aguinaga en 1964, tras él un cartel del Frente de Juventudes con motivo del Día de la Canción. La fotografía corresponde a una instrucción premilitar de niños en el parque de la Ciudadela de Barcelona, al final de la Guerra Civil (imagen vinculada al artículo 'La Victoria con botas', de Aguinaga, que se incluye al final).
El último abrazo

El último abrazo


Yo no sabía quién era Aguinaga. Empecé a conocerlo cuando, allá por el año 1976, cayó en mis manos un número de la revista Índice y pude leer un esclarecedor texto, debido a su pluma, titulado: También la derecha ha fusilado a José Antonio. Quedé gratamente sorprendido, ya que, por aquellas calendas, no era común acceder a propuestas e ideas alejadas del nacionalsindicalismo canónico. La visión de José Antonio, hombre y político, que nos ofrecía el autor rompía los moldes hasta entonces conocidos por este humilde e inquieto firmante. Tanto me agradó que, de inmediato, me puse en comunicación epistolar con él y le solicité permiso para reproducirlo y editarlo en un cuaderno monográfico del Círculo Cultural Hispánico (CCH), de Barcelona, entidad donde un grupo de jóvenes joseantonianos bregábamos por la clarificación ideológica del falangismo. No puso ninguna objeción, solamente pidió que se respetase la integridad del texto.

A partir de ese momento los jóvenes del Círculo (CCH) ya le asignamos a Enrique el título honorífico de profesor y guía. Empezamos a seguir sus trabajos periodísticos y a editar algunos debidos a su pluma. Para nosotros ya se había convertido en un referente.

Pasó el tiempo y, llegados al año 2003, con motivo del centenario del nacimiento de José Antonio, coincidimos en Madrid, en un acto organizado por la denominada Plataforma 2003, que se había creado expresamente para dar forma y realce a tal conmemoración. Allí tuvimos ocasión de conocernos personalmente, mantener un cambio de impresiones y anudar, formalmente, una amistad de las que nunca se agotan.

Nuestro camarada, sin haber ostentado cargos jerárquicos en el régimen del Franco, siempre se mostró congruente con el ideario joseantoniano. A la hora de definirse, él no acostumbraba a hacerlo como falangista; suponemos que lo hacía así para distinguir dos cosas que, efectivamente, eran distintas en muchos aspectos. En esa tesis y, con su estilo, se mantuvo Enrique hasta el último momento.

Seguidamente reproducimos el clarificador artículo, redactado por nuestro camarada, que fue publicado por el extinto diario Arriba el día 1 de abril de 1950. En él aparece latente su apetecida síntesis superadora de las dos Españas.


Tiempo de reconciliación


La victoria con botas,

de Enrique de Aguinaga.

Cuando aun no se han cumplido los dieciséis años ⎼dieciséis años castos, todo lo serios que permite la adolescencia, comprometidos en la prematura dificultad y sin regalos familiares a cambio de las matriculas de honor del Instituto⎼, uno tiene derecho a imaginarse a la Victoria con botas. Soy de la quinta del 44. Un martes ⎼lo sé por esa intima tradición casera que administran las madres⎼ llegué a mi familia con las primeras noticias de la implantación del Gobierno del general Primo de Rivera. Un martes ⎼lo sé gracias al ingenio del calendario perpetuo de mi agenda de bolsillo⎼ nos llegó a todos la primera certidumbre de la paz al mismo tiempo que una juventud, la juventud que ronda la quinta del 44, nacía tabula rasa para la Patria. Era el 28 de marzo de 1939. Por fin Madrid había caído.

Todavía los que desde Barcelona, a titulo de "evacuados” contemplábamos la Victoria, no habíamos entrado de lleno en la nueva terminología de liberados y liberadores. Apenas habíamos tenido tiempo de aprender el Cara al sol y poner en orden la tremenda gramática de la lucha civil. Sin embargo, lo más seguro es que aquella mañana del martes primaveral, de mi primavera número uno, yo andaba por los caminos del parque de la Ciudadela, no detrás de una mariposa o de un nido de gorriones, sino entre un chico de Chamberí y otro de Cuatro Caminos marcando el paso de instrucción de las anticipadas OO. JJ. madrileñas, poniendo en un grito nuestros discretos zapatos de hijos de la clase media.

Nos habían prometido botas, habían prometido llevarnos a Madrid en cuanto Madrid cayese, como unos decían, o se liberase, como decían otros. Por eso la Victoria, entre variaciones, medias vueltas, vistas a la derecha, altos y "en su lugar descanso", entre el polvo de los caminos de la Ciudadela, se nos aparecía sin figura, pero con unas botas flamantes, con la dulce música de las tachuelas, con el maravilloso olor del cuero engrasado. Nosotros veíamos a la Victoria con botas nuevas, botas de marcha alegre y pacífica, botas recién estrenadas, mientras el suelo de España retumbaba al paso de las botas veteranas, curtidas, gastadas de tanta caminata victoriosa, de tanta triste retirada. Estábamos sencillamente contentos, como chicos con calzado nuevo.

A los quince años no se es nada; se vive de ilusiones elementales, de familiares sugestiones, de breves herencias, del sueldo dominical y de pan con chocolate. Íntimamente sólo teníamos entonces una convicción de importancia. En las paredes quedaban todavía los jirones de un cartel acusador: ¿Y tú, qué has fet per guañar la guerra? No habíamos hecho nada, absolutamente nada. Pero ahora podemos decir que tampoco hicimos nada, absolutamente nada, para que la guerra se perdiese.

Ni liberados ni liberadores, ni vencedores ni vencidos, ni soldados ni cautivos, ni héroes ni cobardes, ni tontos ni listos; sin uniforme, con nuestros trajecillos de diario, íbamos y veníamos por la Ciudadela cantando «Prietas las filas, recias, marciales, nuestras escuadras van...», soñando con las botas nuevas y procurando entender aquellas estrofas tan nuevas como las botas que aun no habíamos estrenado: «...ya han florecido, rojas y frescas, las rosas de mi  haz», «... la vida a España dieron al morir; hoy, grande y libre, nace para mi».

Algo nacía para nosotros, para aquella risueña pandilla de "evacuados", colocados por estaturas; o ¿éramos nosotros mismos los que nacíamos entonces sin pena ni gloria para recibir el magnífico regalo preparado con tanta pena y con tanta gloria por nuestros hermanos mayores? Nuestros hermanos mayores. Casi, todos contábamos con ellos. Era importante tener hermanos mayores. Va a parecer una mentira infantil o una mentira literaria; pero he de decir que yo tengo dos hermanos con lo menos diez quintas de ventaja. Entonces sólo hablaba del de la 105 División, del que estuvo mirando Madrid por las troneras de la Ciudad Universitaria, del alférez de Teruel y del Ebro. Me callaba el "del otro lado", el del frente de Asturias. Ya entendía las cosas con alguna suficiencia para darme cuenta de que la explicación geográfica de la guerra no lo explicaba todo. Que debía respetar de algún modo especial a aquellos chicos que, en vez de hermanos mayores, tenían un brazalete negro en la chaquetilla escolar. Que muchos hermanos mayores habían muerto con las botas puestas. Y que los chicos de España teníamos que empezar a presumir de botas nuevas y de hermanos mayores de otra manera más importante que la tradicional. Había que empezar en serio, a toda prisa, porque ya estábamos entendiendo que aquel ¿Y tú qué has hecho? que entonces no iba con nosotros, al pasar tiempo podría convertirse en la más grave acusación para nuestra conciencia. ¿Veis por qué necesitábamos urgentemente las botas nuevas de la Victoria?

Han pasado once años. El tiempo no da tregua. Para la juventud que estrenó las botas de la Victoria el ¿Y tú que has hecho? resulta cada vez más importante. Hay que hacer en el taller, en la Universidad, en las leyes, en el deporte, en los campos agrícolas, en los astilleros, en las fábricas, en los laboratorios, en la literatura, en el arte, en los sindicatos, en las costumbres, en la milicia, en la técnica, en la política, en la ciencia, en la diplomacia, en las provincias y en Madrid, en la Administración, en el Amor. Nuestra juventud tiene que hacer en toda la anchura de la Patria. ¿Seremos capaces de olvidar la primavera número uno? «... hoy, grande y libre, nace para mi». Nació para nosotros, para los que entonces teníamos la flor de los quince años.

Para nuestros hermanos mayores el viejo cartel es menos agresivo cada día. Unos lo hicieron todo, definitivamente todo. Otros, los de buena voluntad, cada cual a su manera, hicieron lo suyo. Y siguen en la brecha, esperándonos. La Patria es, como sabéis, una familia con dos hermanos mayores y uno pequeño. Y, como ocurre en los cuentos, el hermano menor es el que tiene la estrella de la fortuna, el que ha de darles a todos la Victoria completa por la que tanto se esforzaron. Y yo digo: los hermanos pequeños hemos roto muchas botas por esos campos y esos montes de España en los que el Frente de Juventudes nos ha hecho hombres; pero las botas de la Victoria siguen fuertes y enteras, con la dulce música de las tachuelas, con el maravilloso olor del cuero engrasado.

Diario Arriba, 1 de abril de 1950.

Ejercicios de instrucción premilitar en el parque de la Ciudadela de Barcelona, vinculado al relato de Aguinaga.

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