Los sones inaudibles de la lira

Desde una lejana perspectiva geográfica, entiendo que el nacionalismo gallego es, hoy por hoy, el que menos se ha alejado del patrón romántico consubstancial a todo nacionalismo.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (27/FEB/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Todos los medios afines a la derecha se felicitan de forma apasionada, quizás no tanto por la revalidación de la mayoría absoluta del PP en los comicios gallegos como por la debacle del PSOE. Este entusiasmo es compartido, en mucha medida por todo el antisanchismo nacional, entresacando, incluso, más que apresuradas conclusiones sobre el efecto que podrán tener estos resultados a otra escala. No dejan de ser lógicos estos sentimientos, siempre que se tengan en cuenta los angostos y alicortos parámetros en que se mueve la política española.

Un servidor, que suele moverse en otras muy distintas coordenadas y que procura mantener la cabeza fría, supeditando filias y fobias viscerales a la reflexión, ha sacado otras consecuencias, a riesgo de que puedan resultar extrañas a la mayoría: estamos ante una apoteosis más de un consabido nacionalismo territorial, encarnado en una doble vertiente, que, por seguir el tópico al uso se reparte entre la derecha y la izquierda, esta radicalizada hasta el separatismo (ya sé que lo políticamente correcto es llamarlo independentismo), pero que representa, en definitiva, la exaltación del símbolos de la gaita, sin el menor resquicio para que pueda sonar en el Parlamento de Santiago de Compostela la suave y certera sonoridad de la lira.

Tanto el PP como el BNG, en ambos extremos consabidos, juegan la carta nacionalista, el segundo en afinidad expresa con los separatismos vasco y catalán, y el primero como rara avis en el marco de las autonomías ganadas por sus correligionarios de partido; ya intentaron los populares orientarse en esta línea en Cataluña, con la misión imposible de ocupar el espacio de la antigua Unió, y en el País Vasco con las concesiones al PNV en la época de Rajoy et altera, no pasando en ambos casos de obtener unos resultados residuales y siempre testimoniales.

Desde una lejana perspectiva geográfica, entiendo que el nacionalismo gallego es, hoy por hoy, el que menos se ha alejado del patrón romántico consubstancial a todo nacionalismo; quizás este rasgo obedezca a soterradas razones socioeconómicas o, quizás, al remoto influjo poético de Rosalía de Castro o de Castelao, pero lo cierto es que suele responder a un trasfondo de clara inspiración más sentimental que política. Recuerdo, en uno de mis caminos de Santiago, cómo entablé amable conversación en una aldea con un paisano que se declaraba, a la vez, votante del BNG y españolísimo de convicción; y, más recientemente, cómo pude emocionarme al escuchar los sones del Himno Nacional interpretados por un gaitero en el momento de la Consagración en el curso de una romería. ¿Contradicciones o resquicios de los sonidos de la lira universalista y española en el propio terruño?

No son contrapuestas, por supuesto, la gaita y la lira, siempre que la segunda no pretenda ahogar a la primera, y aquella encierre la clave de un gran proyecto o misión, capaz, por ejemplo, de evitar que muchos gallegos se vean obligados a emigrar de su tierra para encontrar, ya no solo el pan, sino un puesto de trabajo dignamente remunerado; o, siguiendo con los ejemplos, para la que la afirmación de españolidad no se confunda con la sumisión a las directrices de una globalización desnaturalizadora. Con todos los respetos, no creo que ningún partido de alcance nacional encarne actualmente esos buenos propósitos y los transforma en objetivos, más allá de los postureos electoralistas.

Quedemos, pues, en que poder y oposición en Galicia van a dirimir sus diferencias en lo futuro siempre dentro de la misma resonancia nacionalista y, en consecuencia, ajenos a cualquier son, inaudible apenas, de la lira. Pero esto es un común denominador extensible al resto del Estado de las autonomías, en el que se prioriza absolutamente lo local sobre lo general, e, incluso, es discutida la cesión de agua en plena sequía, que se interpreta, no como un deber solidario, sino como una limosna, que espera sus contrapartidas a la corta o a la larga.

El Sistema establecido no admite que suene la lira y, para más inri, maneja a su antojo el sonido de las gaitas para sus intereses, del mismo modo que antaño las campanas, a instancia del párroco, llamaban a los fieles a la oración. El localismo nacionalista, en sus diversas vertientes, unas más radicalizadas, otras más conservadoras, es uno de los instrumentos que este Sistema emplea –con éxito demostrado– para ir deshaciendo las grandes unidades históricas y eliminar, desde dentro, la odiosa interferencia de los Estados nacionales. No es solo que una determinada potencia intervenga de forma burda y con aprendices de espías en las disputas territoriales, sino que esta estrategia ya ha adquirido carta de naturaleza en todas las naciones europeas, de forma más o menos soterrada.

Frente a este panorama, algunos seguimos manteniendo en nuestro cerebro los posibles sonidos de la lira y, de vez en cuando, hasta nos parece escucharlos en nuestros oídos, por supuesto nunca en los momentos de campañas electorales; en esos momentos concretos, preferimos apagar el televisor o sustituir la lectura de los periódicos por otras más enriquecedoras, sin hacer, por supuesto, ascos a la tristeza contenida en los versos de Rosalía o de Castelao; porque no es cuestión de en qué lengua brota la poesía y la belleza: siempre se puede expresar, en cualquiera de ellas, la poesía y la belleza de la España de todos.

Como conclusión personal –y espero que compartida– espero y confío en que la lira, ahora casi inaudible, siga resonando en el fondo de muchas conciencias españolas, a la vez hispanas y europeas, sin dejar por ello de que ellas se reconozcan, de forma natural y legítima, catalanas o gallegas.