Lo que otros callan

Esta izquierda rencorosa olvida cuando ellos mismos, desde que comenzó la Segunda República, que creen que fue idílica, no respetaron absolutamente nada...


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Lo que otros callan

Recuerdo que un buen amigo mío me decía, en cierta ocasión, que cuando en muchos lugares de España los familiares reclaman los restos de sus muertos, deberían aportar también los nombres de todos los asesinados, por sus parientes, durante la guerra civil o al principio para hacer que la memoria democrática fueran más justa y equitativa.

Así es, porque esta izquierda rencorosa no para de reclamar lo que ellos piensan que tienen derecho, yo no se lo quito, allá cada cual. Pero olvidan cuando ellos mismos, desde que comenzó la Segunda República, que creen que fue idílica, no respetaron absolutamente nada y así podíamos decir que ahí comenzó la persecución religiosa de la que más delante me haré eco de ella. Comenzó aquella República, con la quema de iglesias y conventos en muchas ciudades de España, mayo de 1931, siguiendo con la Revolución de Octubre del 34, donde hubo más de mil muertos, entre ellos varios seminaristas y sacerdotes, –¡matadlos que son curas!– era el grito de algunos energúmenos, hasta que terminaron con la vida del jefe de la oposición, José Calvo Sotelo, julio de 1936, asesinado por los herederos ideológicos de los que también habían asesinado al presidente del Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo, al también presidente José Canalejas, y, con el mismo cargo, Eduardo Dato..

Pero en este momento, los herederos ideológicos de aquellos que quemaron iglesias y asesinarían después, no contentos con todo lo que hicieron, quieren ir un poco más allá. Ahora, un tal Fernando Garea ha dicho que había que volar el Valle de los Caídos –son palabras textuales– que, es de suponer, estaría incluida también la voladura de la cruz, que preside el complejo, de 150 metros de altura y considerada la más alta del mundo. Esta mala idea, viene de muy atrás y está en la mente de algún descerebrado. Por otra parte, un aspirante, en las próximas elecciones, a la alcaldía de Madrid, representando a la formación política de extrema izquierda Podemos, que responde al nombre de Roberto Sotomayor, antiguo atleta de los 1.500 y 3.000 metros, ha querido correr un poco más, y ha dicho, además de que piensa construir en Madrid 131 playas, derribar el Arco de Triunfo porque este monumento, dice, es una «vergüenza democrática». «Hemos venido para recordar que, junto al Arco del Triunfo franquista, en Madrid todavía queda muchísimo para hacer justicia con los represaliados, asesinados y sus familias por la dictadura». Pero ni una sola palabra de recordatorio a todos los crímenes que cometieron sus mayores ideológicos en esta España nuestra.

Y uno de los peores y mayores recuerdos fue aquella Revolución del 34, una gran verdad histórica, aunque ahora hacen todo lo posible para no recordarla, no fue, como quieren hacernos creer, una insurrección de los obreros ya que no fueron ellos los protagonistas, sino los partidos de izquierdas. Esos que prometen muchas cosas, como ahora promete Pedro Sánchez, para después no cumplir ninguna, o casi ninguna. Octubre del 34 fue una insurrección izquierdista, totalmente antidemocrática, que, además, asesinó, como ya se ha repetido, a varios seminaristas que ningún mal habían hecho. Fue el principio de la gran persecución que había de sufrir la Iglesia en España y que, todavía hoy, después de tantos años, alguna selvática indocumentada nos recuerda: «Arderéis como en el 36».

Los asesinos de aquellos seminaristas estaban dirigidos por los socialistas Indalecio Prieto, natural de Oviedo, y Francisco Largo Caballero, el que, precisamente en Oviedo, junio de 1936, habló de implantar la dictadura del proletariado mientras sus seguidores daban vivas a Rusia y al Ejército Rojo. Ahora, los dos, como ya es de todos conocido, tienen levantados en Madrid sendos monumentos que, sus seguidores, protegen y defienden como si hubieran sido unos héroes libres de todo mal.

Ahora permítaseme recuerde a los seis seminaristas asesinados en aquel 7 de octubre de 1934 y que no llegaron a alcanzar el sacerdocio, porque unos asesinos lo impidieron. Todos eran hijos de familias humildes, posiblemente más humildes que las de sus propios verdugos. Habían nacido y eran vecinos de pequeñas localidades asturianas donde su progenitor se dedicaba a la agricultura, a la pesca o trabajaba en la mina. «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra», dice el evangelista San Juan.

Después, cuando dio comienzo la Guerra Civil, fue tan rápida la acción y tan exterminador su empuje, que, pasados solo unos pocos días desde la rebelión militar, Andrés Nin, jefe del POUM, –más tarde sería víctima de los comunistas– escribió en La Vanguardia de Barcelona: «La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente, no dejando en pie ni una siquiera». Así daba comienzo la mayor persecución religiosa, en tan poco tiempo, que hubo en toda la historia de la Iglesia. La documentación sobre los mártires españoles es rigurosa. Fueron miles. Entre ellos estos seminaristas beatificados que querían ser sacerdotes, «pero Dios eligió para ellos el altar del más alto sacrificio para una misa que no acaba: dar la propia vida como testimonio de amor hacia Quien dio la vida por ellos», dijo un día, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes.

Y no me resisto terminar sin recoger, en honor de los nuevos beatos, este bello poema del poeta republicano y exiliado, León Felipe:

Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos..
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.

Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero
.




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