Comprar un pueblo

Hay gente de fuera de nuestras fronteras que viene a comprar pueblos enteros para montar su pequeño "estado".


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (1/FEB/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Se va poniendo de moda. No es que sea nuevo, pues ya hace años, bastantes años, era frecuente que los pueblos fueran posesión del señor que ocupaba el castillo, dándose también el hecho de que, por un quítame allá esas pajas, el señor de aquí se enfadaba un día y mandaba a sus hueste a echar de su castillo al señor de al lado, y así se quedaba tan pancho él. Bueno, hemos de considerar que estos hechos son más de novela que de hidalgos, pero haberlos los había y que no está de más no olvidarlo.

Lo que sí es más de tener en consideración, pues aparece en los libros de historia, es que cuando un señor le hacía un buen favor al Rey, bien sea porque le ganaba una batalla o porque le buscaba la novia más apetecida de la zona, regalaba una zona de tierra –que normalmente no era suya– al señor del favor, junto con un título nobiliario, obsequio que comprendía un lugar fortificado en un conjunto de paisaje agrícola y forestal, fortaleza defensiva a la que, en momentos de apuro, acudían los habitantes y campesinos de la zona. Y todos vivían tan contentos si el señor era noble de verdad y no andaba dando continuamente la murga a sus siervos con los problemas del campo o porque la liaba gorda con un vecino, y, sin pensarlo dos veces, daba una espada y una rodela a sus vasallos y los estimulaba para que se la jugaran por su señor quien, normalmente, no los trataba con excesivo cariño ni iba con ello a la riña.

Al parecer, por lo que nos cuenta la prensa cuando descansa de los habituales cotilleos políticos, más los más animados en los que participan los «influences» de ambos sexos, o los muchísimos que viven de soltar memeces, barbaridades y sandeces por los devaneos de cuantos vegetan como reyes sin dar golpe, hay gente de fuera de nuestras fronteras que viene a comprar pueblos enteros para montar su pequeño estado, aunque –menos mal– lo hacen con diferente mentalidad a la del homicida Otegui, que pretende conceder medallas a los asesinos de su barrio o la del emboscado de Waterloo, que reivindica salir de aquel histórico lugar sin rendirse como le tocó hacer a Napoleón en 1815 ante los ejércitos Británico y de Prusia, por la sencilla razón de que lo exigimos los no pocos que pensamos que han de entrar en el «castillo», al estilo de otros tiempos, por decisión de los jueces y empujados por la Guardia Civil.

Pues sí, parece ser que los ejidos y labrantíos que comprende el pueblo burgalés de Bárcena han sido adquiridos por unos holandeses a los cuales les ha caído en suerte, además, la iglesia románica de San Julián y Santa Basilisa, que esperamos sepan mejorar y poner al servicio de la españolidad, –pues si no está declarada monumento nacional es el momento de hacerlo ahora–, al tiempo que sacan adelante el proyecto de revitalizar la comarca con buen fin.

Conviene pregonar que, para los que quieran seguir a estos adelantados, hay anuncios de que en Bárcena de Bureba se han vendido o están disponibles la venta de aldeas y pueblos, casas rurales, palacios, casas señoriales, monasterios, bodegas, viñedos, terrenos y fincas en general. A poco que se pongan en contacto con Pedro Sánchez, y le pille en una de sus amanecidas creativas, toda esa Bárcena la destina a remunerar a sus capitanes/as y señores/as (con minúscula que diría un amigo mío) para que allí creen nuevas «naciones», con «estado» incluido, y de paso una «Constitución» especial ajustada a los intereses y deseos de cada trozo con vistas a que no los echen de allí, ni a ellos ni a sus herederos, nunca jamás; Constitución en la que constará que deberán recibir un buen mordisco de los presupuestos generales del país España, por encima de los que reciban las CC.AA., dado que son países independientes... La leche.


Nota. Otro día contaré la aventura de un amigo mío, que nos lio a un grupo para comprar uno de estos pueblos allá por los años 80 el siglo pasado. De lo que todos nos arrugamos menos él, que, sin comprar el pueblo, se fue vivir a Anguiano, en La Rioja, con su enorme biblioteca a cuestas.