En pos de lo óptimo

A veces se duda sobre cuál es la opción más justa y conveniente; y a veces, sometidos al influjo de nuestras pasiones, se puede eludir la opción estimada moralmente mejor...


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 754 (23/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

Hace unos días comentaba en un breve artículo (publicado en el n.º 750 de esta revista) que debemos decir nuestra verdad, la que nos dicta nuestra conciencia. Hoy quisiera añadir que, además de manifestar esa verdad, debemos obrar de acuerdo con ella.

Esto conviene recordarlo siempre, pero especialmente si se vive expuestos al mal ejemplo de quienes, con escandalosa desvergüenza, parecen mentir de palabra y obra. Tal conducta en los políticos y dirigentes sociales puede debilitar en los demás la voluntad de obrar rectamente, que, aun sin ella, no parece cosa siempre fácil. A veces se duda sobre cuál es la opción más justa y conveniente; y a veces, sometidos al influjo de nuestras pasiones, se puede eludir la opción estimada moralmente mejor.

Ya Homero, señalando la gran responsabilidad que se le plantea al ser humano por sus decisiones y conducta, muestra a Ulises pidiendo a sus compañeros que lo aten para escuchar el canto de las sirenas, cuyo atractivo quería experimentar sin el peligro de obrar indebidamente bajo su imperio. Pérez Galdós afronta esta cuestión presentando a Salvador Monsalud, protagonista de su segunda serie de Episodios Nacionales, debatiéndose en la duda de si podrá hacer lo que debe o se dejará dominar por la pasión amorosa, lo cual le sirve como ejemplo de que el libre vivir humano conlleva «un gran tormento: la elección del camino»[1]. Monsalud, como Ulises, conoce los poderosos atractivos de la mujer a quien espera y teme irse con ella, por lo que, de modo equivalente, considera conveniente que su madre lo encierre para no hacerlo; sólo que, más indeciso o menos previsor que Ulises, Monsalud no es encerrado y, pese a su anterior consideración, se acaba yendo.

Ese gran tormento de que habla Galdós no es el remordimiento por haber elegido moralmente mal (que es posterior), sino la lucha moral previa, la elección del camino. Es la continua obligación de elegir libremente, sabiéndose responsable de la elección. Una idea que, años después, desarrollaría ampliamente Ortega y Gasset en varios lugares de su obra, afirmando que el hombre es forzosamente libre. Y ese no ser libre para dejar de ser libre que, según Galdós, produce un gran tormento, es, como explica Ortega, una endemoniada e irremediable paradoja, ya que, siendo un don esencial del hombre,...

«La libertad es la más onerosa carga que sobre sí lleva la humana criatura, pues al tener que decidir, cada cual por si, lo que en cada instante va a hacer, quiere decirse que está condenado a sostener a pulso su entera existencia, sin poderla descargar sobre nadie»[2].

La libertad con que el ser humano decide le permite elegir, sin más límite que sus circunstancias, la persona que quiere llegar a ser. Como diría Unamuno, esa libertad le permite serse[3]. Sus decisiones han de tender a lograr la máxima perfección posible, pues de otro modo, aunque es libre de hacerlo, estaría vulnerando, como dice Ortega en el citado Apéndice, su propia persona, en una especie de suicidio parcial que él mismo, «autor, víctima y juez», condenaría.

Y ese perfectivo y continuo elegir en pos de lo óptimo «es [escribe Ortega] la función psíquica que el hombre añade al animal y que dora de progresividad a nuestra especie frente a la estabilidad relativa de los demás seres vivos»[4]. Se tiende así al perfeccionamiento individual y, por la imitación que genera el atractivo de los individuos que eligen y se conducen mejor, al social.

Los aspectos que implica este proceso son inagotables. Ocurre que, como indica el yo y mi circunstancias orteguiano, no todo en la vida humana es electivo. El ser humano elige siempre, pero lo hace en unas circunstancias no elegidas. Se nace rubio o moreno, sano o enfermo, fuerte o débil, más o menos inteligente, etc.; en una familia rica o pobre, culta o inculta, religiosa o atea,...; en un medio rural o urbano, con un clima u otro,...; y en un país y época con libertades o sin ellas, etc. Pero siempre persiste, y es común a todos, la humana libertad de elegir aquí referida.

De ello resulta que, análogamente a cuando se habla del posible moldeado de nuestro entorno material, podría decirse que, con el comportamiento perfectivo que acabamos de indicar, se construye un mejor ecosistema espiritual, que se interrelaciona con el físico para que el progreso sea realmente humano. Cada cual debe aportar lo que le es propio para cumplir su misión en ese intento perfeccionador del mundo, que, entre los creyentes, le hace imagen y colaborador del Creador.

Es ésta una honrosa misión que el joven Pérez Galdós parece plantearse en La Fontana de Oro, que es su primera novela publicada: tras varias consideraciones (¿de inspiración autobiográfica?) en esta sentido, titula su capítulo VII La voz interior; y en él presenta a Lázaro, joven protagonista que, escuchándola con heroísmo cívico y egoísmo sublime, se muestra ansioso de hacer algo grande, para su propio enaltecimiento moral y para merecer la gloria,...

«un premio muy sencillo, (...) la simple gratitud. Pero la gratitud de la Humanidad o de un pueblo [encarece Galdós] es la cosa de más valor que hay en la tierra. El que es digno de ella la tendrá, porque un hombre puede ser ingrato; pero un pueblo en la serie de la Historia, jamás. En una vida cabe el error; pero en las cien generaciones de un pueblo, que se analizan unas a otras, no cabe el error, y el que ha merecido esa gratitud la tiene sin remedio, aunque sea tarde».

En todo caso, parece poderse concluir que las aportaciones hechas con ese altruista egoísmo siempre se cobran, aunque no haya gratitud de los demás, en satisfacción y realización personal.


  • [1] PÉREZ GALDÓS, Benito: 7 de Julio (1876). En O. C. Aguilar, Madrid, 1970, T I, p 1632. De esta aportación galdosiana, y de varias otras que omito en este breve artículo, pueden verse referencias más amplias en mi trabajo sobre el Sujeto, estudio y sentido del devenir histórico. Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CCXI, cuaderno II, pp. 325-355.
  • [3] UNAMUNO, Miguel de: Niebla (1914). Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1968, p 153; y En torno al casticismo. Espasa Calpe, Madrid, 1991, p 45.
  • [4] España invertebrada. Espasa Calpe, Madrid, 1979, pp. 118. También Galdós destaca este valor en Las tormentas del 48 (1902). O. C. Aguilar, Madrid, 1976, T III de Episodios Nacionales, p 518.



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