Vísperas de la Navidad

22/DIC. La Navidad es, por encima de todo, una celebración cristiana: nada menos que el recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios, encarnado para redimir a la humanidad. Lo tradicional, lo familiar, los abrazos de amistad, tienen en ese sentido cristiano su justificación, y todo lo demás deviene en accesorio
Vísperas de la Navidad

La Navidad es, por encima de todo, una celebración cristiana

A pesar de la que está cayendo ⎼o precisamente por eso⎼ comencé a su debido tiempo mi particular y familiar preparación de la Navidad, con el fin de ir preparando el ánimo y de que, en su momento, no se me indigesten los turrones, cosa muy probable si me dejo arrastrar por ese espectáculo circense en que se ha convertido España.

Lo primero, por supuesto, fue construir el Pesebre (o, mejor dicho, los pesebres, pues se me sumaron dos corporativos a los que no me podía negar).
Para ello, siempre tengo en cuenta el pistoletazo de salida navideño que representa el 8 de diciembre e intento cerrar los ojos a la parafernalia de escaparates, grandes superficies y luces que pretenden adelantar la fiebre del consumo a noviembre, justo al retirar los monstruosos disfraces del estúpido Halloween; es el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, patrona de España y de la Infantería, cuando se empieza a divisar la Estrella en el horizonte y se vislumbra, a lo lejos, a María, encinta sobre el asnillo, y a José, para cumplimentar el Censo decretado por Augusto…

También ese día se celebraba antaño el Día de la Madre, hasta que los avispados comerciantes y dos o tres obispos se empeñaron en trasladarlo, al modo americano, al mes de mayo; ya sabe el lector veterano de estas líneas que no hago caso ni de aquellos ni de estos, y me empecino en la celebración clásica, en homenaje a mis tiempos de flecha.

Volviendo al Pesebre, diré que es de factura tradicional, con todos los elementos propios de tal (corcho, musgo, agua corriente, figuras del Misterio y escenas campesinas…); no incluí en él tratos viejos, al modo de ese que ha instalado la señora Colau frente al Ayuntamiento de Barcelona y que no ha costado a los contribuyentes más de 90.000 euros.

En la decoración del domicilio prescindí conscientemente ⎼por decoro⎼ de papanoeles y renos, que no pintan nada en estos lares; tampoco acudí ni por asomo a la moda de personalizar la figura del cagané, pues no quiero que las caricaturas de Sánchez, Torra, Junqueras o Puigdemont me los recuerden ni de lejos en estas festividades.

En punto a las noticias exteriores, desde ese día inaugural, me he limitado a estar al día, lo imprescindible para no adoptar la pose de un extraterrestre; pasé olímpicamente de la Cumbre del Clima, en parte por desconfianza en cuanto a propuestas racionales surgidas de la reunión de expertos y responsables (los resultados me han dado la razón), en parte porque me revientan los mensajes apocalípticos de tinte cientifista; confesaré también que me cae muy gorda esa niña del exorcista.

Entre las nuevas que me llegaron en otro orden de cosas, me causó tristeza el caso de ese alumno sancionado por decir viva España; si llega a decir arriba, le aplican la Ley de Memoria Histórica y le cae encima la del pulpo…

Voy supliendo la lectura atenta de la prensa con esas conversaciones y contactos, tanto los publicados como los secretos, del presidente en funciones con los separatistas con relecturas relativas a la Navidad.

Así, abrí boca con el cuento Villancico y Pasión, del libro Flor de Leyendas de Alejandro Casona; ya abierta la veda poética, repasé los maravillosos versos de Aquilino Duque en sus Doce días de año en año y los Cuentos de Navidad de José María Sánchez Silva, de quien nadie quiere acordarse acaso porque fue un escritor de camisa azul; y, para reír a gusto, no olvidé los Cuentos navideños políticamente correctos, de James Finn Garner, que deben poner de los nervios a feministas, animalistas y demás tropa, en el caso de que sepan de su existencia.

Pero no olvido que la Navidad es, por encima de todo, una celebración cristiana: nada menos que el recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios, encarnado para redimir a la humanidad, incluidos nuestros políticos; y esta celebración está muy por encima de las ñoñerías de las amables comedias made in Hollywood.

La Navidad es época de alegría profunda y de reflexión; y de conversión, como dice la Iglesia cuando se centra en el mensaje divino, como es su obligación. Lo tradicional, lo familiar, los abrazos de amistad, tienen en ese sentido cristiano su justificación, y todo lo demás deviene en accesorio.

Aunque suba mucho ruido de la calle, aunque las incertidumbres de la cosa pública puedan alterar nuestros corazones, concedámonos una pequeña tregua de tranquilidad anímica, acudamos a lo eterno, como dijo Calderón, vivamos intensamente esta Natividad y aprestémonos a elevar nuestras oraciones al Recién Nacido, para que su Providencia nos lleve paulatinamente a mejores situaciones de convivencia, de paz y de unidad en esta realidad de siglos que se llama España, por mucho que pretendan mantenerla en su situación actual de circo.


 

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