Soliloquios en (mala) compañía

1/MAR.- Ya ha tenido lugar la primera sesión de esta mesa de diálogo entre representantes del gobierno de España y los que se niegan a ser españoles (...) se trata de soliloquios en compañía, convenientemente escenificados como si estuviéramos ante una representación dramática.

Publicado en el número 330 de la Gaceta FJA, de marzo de 2020.
Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera".
Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa.

Soliloquios en (mala) compañía

Soliloquios en (mala) compañía

Ya ha tenido lugar la primera sesión de esta mesa de diálogo entre representantes del gobierno de España y los que se niegan a ser españoles, vulgo separatistas; y que conste que estas son las descripciones más exactas de quienes asientan sus posaderas en las sillas dispuestas ad hoc en La Moncloa, y no como dicen algunos periodistas: entre España y Cataluña o entre el gobierno y los catalanes, por las sencillas razones de que Cataluña es una parte de España y, además, porque uno, que es catalán, no se considera en absoluto representado por el Sr. Torra y sus acólitos.

Ante el hecho consumado, la primera tentación ha sido elucubrar si se trataba de una sesión de espiritismo (a las que era tan aficionado Companys), y que se ha visto abortada por la ausencia del médium, aquejado al parecer de amigdalitis. De forma que descarto la suposición, así como la de que estamos ante una tenida, pues es evidente que me faltan datos para saber la adscripción sectaria de los componente del encuentro monclovita.

Me quedo, por tanto, con la definición que encierra el título de este artículo: se trata de soliloquios en compañía, convenientemente escenificados como si estuviéramos ante una representación dramática; por supuesto, no se si existen en el guion apartes para que el numeroso e ingenuo público se entere de los pensamientos de los personajes. De forma que paso a explicar mi convencimiento de que se trata de tales soliloquios, y de ninguna manera de un diálogo, aunque sea de sordos.

En primer lugar, porque Torra lleva en sus papeles una exigencias claras (nunca nos han engañado los separatistas, hay que reconocerlo): autodeterminación y amnistía para los golpistas de hace dos años. Esto constituye su programa de máximos, del que no va a apearse a riesgo de perder comba ante sus rivales de ERC y ser tildado de butifler; eso no quiere decir que, en la trastienda, acepte, soto voce, toda una larga serie de transferencias y cesiones por parte del ya escuálido Estado español, que representen una independencia de facto, al modo de lo que va obteniendo el sagaz PNV, con Rajoy primero y con Sánchez ahora; entre estas prebendas, la apetitosa caja de la Seguridad Social y un concierto económico similar o más ventajoso que el vasco; este sería un programa de mínimos, por llamarlo así, que serviría para aplacar temporalmente a las masas abducidas, mientras se va cumpliendo inexorablemente el resto del Programa 2000, que a Pujol tuvo por capitán.

Sánchez, por su parte, pondrá encima de la mesa (o velador, si me he equivocado en mi suposición primera) la propuesta de ir a una reforma total de la Constitución, de forma que admita consultas (léase referéndums) de autodeterminación sine die, y, especialmente, que abra paso a la concreción de un Estado Confederal y Asimétrico; ahí cuenta con la agudeza de su inestimable mentor Iceta, siempre entre bambalinas.

De entrada, observemos que más de la mitad de los catalanes no estamos de acuerdo con el Sr. Torra: ni somos supremacistas (esto es, racistas) ni separatistas, sino que nos sentimos profundamente españoles y europeos. También de entrada, más de la mitad del resto de españoles no están a favor del proyecto de Sánchez, en su versión particular de ese nuevo y extraño PSOE.

De manera que, tanto unos como otros, estarán lanzando sus soliloquios prefijados en contra del parecer de más de la mitad de los ciudadanos; de alcanzarse algún acuerdo en la línea indicada, cabría repetir las palabras de Larra: Aquí yace media España, murió de la otra media.

Nuevamente, los intereses de los partidos (o, mejor, de quienes mueven sus hilos a escala global) se ponen por encima de los de los españoles; de lograrse en las reuniones mensuales de esa mesa de diálogo lo que se suelen llamar avances significativos, significaría que, de antemano, los ciudadanos ya no serían iguales ante la ley y quedarían sometidos a la más completa arbitrariedad, desde el momento en que las leyes, y no solo los reglamentos, pueden cambiarse de raíz a voluntad de alguna parte interesada; y, también de antemano, los jubilados veríamos nuestras pensiones en globo, en ávidas manos de las oligarquías territoriales. 

Esto es un completo dislate. En realidad, España tiene dos gobiernos centrales paralelos (además de los autonómicos): el que pretende claramente desarbolar el Estado, obediente al sorismo y a su Open Society, en marcha hacia el hipercapitalismo del Nuevo Orden Mundial, eso sí, con disfraz progre, y el que está obsesionado con la ideología femen, el código LGTBI y, en general, con un pansexualismo, híbrido de Freud y de Marx con telarañas de mayo del 68. Uno y otro con la mira en batir a sus grandes adversarios: la familia, la nación española y la Iglesia Católica, que aún no se ha dado cuenta.

Como se puede deducir de nuestra reciente trayectoria, derecha(s) e izquierda(s) van cumpliendo los respectivos papales asignados en este desbarajuste, ahora la segunda escenificando las mesas de diálogo en que se pone en entredicho la integridad de España. Por supuesto, la verdadera España está fuera de la representación mientras la oficial sigue sometida a este burdo semeje de democracia formalista.

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