Los experimentos, con gaseosa

8/MAR.- Sobre la mesa la octava ley de educación en cuarenta años, ley que, no solo mantendrá, sino que acrecentará todas las lacras que han convertido la educación española en vivero de fracasos.
Los experimentos, con gaseosa

Los experimentos, con gaseosa

Cuentan que eso le espetó Eugenio d´Ors a un camarero francés que se quiso hacer el gracioso y armó un estropicio, con derrame de un champán carísimo, por empeñarse en divertir a los comensales con una pirámide de copas.

La ingeniosa frase de Xenius puede muy bien aplicarse a todos y a cada uno de los sucesivos gobiernos democráticos, que han ido experimentando con lo que es mucho más valioso que las burbujas de un cava del país vecino: los ocupantes de las aulas, esto es, los niños y jóvenes españoles.

La señora Celaá ha puesto sobre la mesa la octava ley de educación en cuarenta años. Uno, francamente, ya ha perdido la cuenta de las siglas y sopas de letras con le tocó bregar en su vida laboral como docente (LOE, LOGSE, LOMCE…); como en las pistas de circo, ahora más difícil todavía: LOMLOE (que suena a ritmo candongo o discotequero para el verano).

Cuando leo que alguien invoca la necesidad de un pacto educativo, no puedo menos que aguantarme la risa y, de paso, hacer ese saludo nacional que es la higa; cada gobierno a echado su cuarto a espadas para intervenir (léase manipular) las aulas, si bien los de derecha se han limitado a introducir novedades técnicas, respetando escrupulosamente las líneas educativas pergeñadas por la izquierda.

Ahora, ante la ley Celaá, la derecha enseña los dientes, pero seguro que acabará por claudicar y transigir. Otro tanto hará –apuesta segura– la jerarquía de la Iglesia Católica, justamente alarmada por los zarpazos que el nuevo ucase propina a la enseñanza concertada. ¿O es que se creían que, con ponerse de perfil ante las profanaciones de tumbas, todo se iba a solucionar? Lamento, en este punto, tener que recordar a mis lectores habituales un artículo que titulé Roma no paga traidores

De momento, me he limitado a las informaciones que la prensa ha publicado sobre la novísima LOMLOE, y no creo que me sumerja en la lectura del texto completo, dada mi condición de profesor jubilado y harto de faramallas leguleyas, salpicadas de neolenguaje pseudopedagógico, críptico como él solo; apuesto a que esta ley contendrá algún párrafo de este jaez: perseguir el empoderamiento transversal y sostenible para poner en valor los relatos compartidos; o algo así.

De momento, la ínclita señora Celaá ha adelantado que se trata de una ley inclusiva, de calidad y personalizada: toma del frasco…

También ganaré el envite si afirmo, de antemano, que la nueva ley, no solo mantendrá, sino que acrecentará todas las lacras que han convertido la educación española en vivero de fracasos, y que me permito indicar de forma somera a continuación:

  • El constructivismo como dogma, con la monserga del aprender a aprender o, de cara al docente, enseñar a aprender a aprender; los estudiantes, en lugar de estudiar, deben construir su propia realidad, sin modelos previos y prefijados, con lo que la transmisión cultural es irrelevante o, simplemente, queda vedada; en este apartado se incluye el desprecio a la ortografía, la sintaxis y la caligrafía, evidentemente.
     
  • La cacareada educación en valores se limitará a los señalados como políticamente correctos; imperará una psicología social New Age, sin otra ética que la que provenga del consenso; por supuesto, los enemigos para batir son las cavernícolas familias y la ominosa moral católica (Gramsci en estado puro).
     
  • De la mano del Emilio roussoniano, el docente será un mero guía y, mejor, colega del alumno, sin asomo de auctoritas, al que le sobra también su posible erudición en la materia que debe impartir. Ya se encargará de la selección de personas adecuadas esa especie de MIR para profesores que se anuncia.
     
  • Como la herencia cultural es un lastre (salvo lo que dicte la memoria democrática), se seguirá proclamando la fe ciega en la espontaneidad del niño, que, como se ha dicho, construirá su propio relato de forma autónoma: Por lo tanto, relativismo absoluto, y, sobre todo, la emotividad por encima de la razón.
     
  • Igualitarismo a ultranza y rechazo frontal de la pecaminosa meritocracia, aunque esto suponga un engaño para los menos desfavorecidos y para los que no lo sean, ya que, como dice la regla progre, todos los alumnos saben de manera diferente, pero saben, para lo que están las capacidades diversas. Las palabras esfuerzo y voluntad tienen connotaciones fascistas. Se oscilará entre la consideración del alumno-cliente y el alumno-víctima. Culto a los derechos, pero silencio ante las obligaciones.

    Creación de mentalidades acríticas, ya que para formularse dudas o preguntas incómodas hay que tener base y conocimientos previos, que ya se ha dicho que carecen de importancia.
     
  • Por supuesto, papel estrella de la Ideología de Género y la Doctrina Femen, así como del resto de relatos oficiales que vienen a configurar el único programa de la izquierda, que antes decía ocuparse de lo social.
     
  • No hace falta citar que todo quedará en manos de las Autonomías, con un control teórico del Estado limitado a los dogmas mencionados; la Alta Inspección pasará a la historia (si es que ha pasado ya), y se continuará con la omisión del propio nombre de España, como no sea para vituperarla en los feudos del separatismo. Sobre todo, después de las mesas de diálogo vigentes…

Todas estas predicciones no responden en absoluto al criterio de un desengañado de la educación y de la enseñanza; todo lo contrario: ni me jubilé quemado, en expresión popular, ni pedí baja alguna por depresión; nunca me cansé de tratar con mis alumnos; aun más: en ocasiones, añoro el aula, la tiza, el libro y el apunte, mi tarea de tutor y orientador, mi explicación y mi organización de trabajos de los alumnos, mi diálogo con ellos y mis exigencias de disciplina (¡horror, señora Celaá!) en las aulas.

Eso sí, deprecio en el fondo de mi alma todos esos experimentos que nos echaron, y echan, encima políticos y burócratas, que posiblemente no habían visto un alumno de carne y hueso en su puñetera vida.


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