Un nogal ubérrimo

La cuestión es que los secesionistas siguen agitando el nogal para que caigan las nueces, que seguro piensan recoger sin recato.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 812 (17/OCT), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.

Un nogal ubérrimo

Creo que todos recordamos la cínica frase de Arzallus que intentaba excusar las actividades y los crímenes de la ETA: Alguien tiene que sacudir el árbol para que caigan las nueces. Ahora, sin necesidad de bombas y de tiros en la nuca, se sigue agitando un vetusto nogal y se van recogiendo nueces en abundancia, con la expectativa, además, de que la cosecha colme las mejores ansias secesionistas en Cataluña y en el País Vasco.

Si hacemos un poco de historia, observaremos que el repulsivo recurso de ganar mayorías parlamentarias cambiando votos por dádivas no es una originalidad sacada de la iniciativa e inteligencia de Pedro Sánchez; en efecto, tanto el PSOE como el PP, en sus diferentes gobiernos, han acudido a esta práctica, que –debido a unas normas electorales absurdas– nos han llevado paulatinamente a la situación actual. Pensemos, por ejemplo, en las concesiones de Aznar a aquel español del año (¡), Jordi Pujol, que incluían las defenestración de Alejo Vidal-Quadras y, con ella, el práctico suicidio de los populares del mapa político catalán o, por lo menos, su capacidad de influencia en los señores Esteve; y no mencionemos las más recientes ganancias del PNV en la etapa de Rajoy…

Pero quizás ha sido el PSOE quien ha ejercido más este recurso, con el agravante de que no solo ha sido por oportunismo descarado, sino por convicción. Me explicaré: como una herencia bastarda del siglo XIX, fue primero el federalismo lo que entraba en sus planteamientos ideológicos; conforme la utopía se iba difuminando en sus mentes más capaces, esa propuesta fue dando paso, de facto, a una inequívoca tendencia jacobina, sin dejar por ello de halagar oportunamente a los nacionalistas, especialmente en lo económico. Luego, Rodríguez Zapatero, mentor de Sánchez y ahora su edecán espiritual, dio un giro importante acudiendo a la perspectiva de un federalismo asimétrico (léase confederalismo), que intentaba sustentarse en aquella absurda división entre nacionalidades y regiones que comentaba en mi artículo anterior. La coalición con la extrema izquierda en el gobierno Sánchez, también anclada en algunos tópicos decimonónicos, ha dado alas a estas ideas, y, así, hemos visto las simpatías nada ocultas de Podemos y de Sumar por la disolución práctica de España.

Obsérvese, dicho sea de paso, que, en todas las situaciones y planteamientos, por muy aberrantes que sean jurídicamente, se ha acudido a la Constitución del 78 como techo, quizás por aquel viejo dicho leguleyo de dame tú las leyes y yo haré los reglamentos; esto viene a corroborar, ya no el supuesto carácter comprensivo y abierto de nuestra Constitución, sino su más completa elasticidad, según ejerza el Conde Pumpido de turno.

En este momento concreto de nuestra política, ni eso. La Constitución queda en el limbo, y no precisamente de los justos, pues parece que caben en ella todos los despropósitos que al heredero de Rodríguez Zapatero se le puedan ocurrir para lograr su investidura, sea la amnistía para los golpistas (y, de paso, para los condenados por los ERE de Andalucía) o la graciosa concesión de que los separatistas puedan convocar referéndums ciudadanos para alcanzar su sueño dorado de la independencia. Lo ha expresado recientemente, con singular claridad y desfachatez, el señor Aragonés en el Senado.

Parece no importar que, por ejemplo, el en artículo 1º del Título Preliminar, se alude a que «la soberanía nacional reside en el pueblo español» y no en una parte de este; que el artículo 2º afirme rotundamente que la propia Constitución «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española»; que en el artículo 8º se asigne a las Fuerzas Armadas la defensa de la «integridad territorial»; que en el artículo 14 del Capítulo II (título I) se diga rotundamente que «los españoles son iguales ante la ley», o que en el artículo 62 del Título II se diga que corresponde al Rey «el mando supremo de las Fuerzas Armadas», entre otras menudencias por el estilo…

La cuestión es que los secesionistas siguen agitando el nogal para que caigan las nueces, que seguro piensan recoger sin recato, ante la mirada agradecida de un presidente del Gobierno de España y de la parte de su partido que lo ha elevado a los altares; todo por los misérrimos votos que precisa para continuar al frente (es un decir) del negociado nacional.

Si damos al panorama un enfoque moral, pensemos en los juramentos (perdón, promesas) que han tenido que cumplimentar todos los cargos públicos para tomar posesión; pero esto es un ejercicio inútil en la realidad, dado el valor que, a lo largo de la nuestra historia reciente, han tenido estos actos, devenidos simplemente en protocolarios. Con un carácter mucho más personal, por mi parte pienso en aquel juramento que presté ante la bandera, ya hace algún tiempo, por el que me comprometí ante Dios a defender, entre otras cosas, la unidad de España; para mí, iba mucho más allá del protocolo y del rito, y no creo que haya teólogo o sacristán de turno que me pueda dispensar de aquella convicción, pues un juramento es válido para toda la vida.

No obstante, y dado que aún no están recogidas todas las nueces, terminemos estas líneas con un mensaje optimista, a modo de desiderátum, y, para ello, recordemos aquella vieja canción, que saben muchos españoles, y que no iba dirigida, en su ingenuidad, precisamente al presidente Sánchez: Vamos a contar mentiras, una de cuyas estrofas mezclaba ciruelos, avellanos, nogales y no sé cuántos árboles frutales… Espero de todo corazón que los separatistas y el complaciente Pedro Sánchez yerren a la hora de recoger los frutos apetecidos.




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