RAZONES Y ARGUMENTOS

Reflexiones en voz alta de un joseantoniano

Vivimos, desde hace más de veinte años, sumidos en la 'cultura de la postmodernidad', que tiene como característica prescindir de los metarrelatos, entre ellos de las ideologías. Pero, ¿se puede resumir el mensaje de José Antonio a una ideología?

Artículo recuperado de noviembre de 2019. Recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.

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Vivimos, desde hace más de veinte años, sumidos en la cultura de la postmodernidad
Reflexiones en voz alta de un joseantoniano

Reflexiones en voz alta de un joseantoniano


A quienes nos identificamos sin ambages como falangistas joseantonianos nos suele acometer, en privado o en conversaciones entre iguales, ciertas dudas que los férreamente ortodoxos no dudarían en calificar de franca heterodoxia o, por lo menos, de falta de fe en los ideales.

No es nada que resulte fuera de lo normal, pues en otro ámbito superior como es el religioso, los mismos apóstoles pedían al Maestro que les aumentara esa fe, ya que ellos —humildes pescadores y pecadores— eran conscientes de sus carencias. Con la misma humildad, descendiendo a lo terreno, reflexiono ahora en voz alta.

Como en lo político no existen los dogmas —menos para los nacionalistas y los fanáticos, y valga la redundancia— y, para colmo, los falangistas carecemos de maestro, aunque cada uno puede tener los suyos particulares, no es extraño que nos sobrevengan estas que hemos llamado dudas; quizás sería más apropiado calificarlas de vacilaciones para la acción, y quizás en esto estemos todos de acuerdo.

Cuando releemos los textos de las Obras completas, nos suelen acometer diversas sensaciones, que no tengo inconveniente en personalizar y enumerar a continuación:

a) Profunda devotio, debida a nuestra formación y condición no arriada.
b) Admiración por el bello estilo literario, cuidado y no pocas veces poético.
c) Al tiempo, advertencia de la disonancia de ese lenguaje con el actual.
d) Nostalgia ucrónica y tristeza histórica, por lo que pudo ser y no fue.
e) Impotencia, porque no somos capaces de vislumbrar salidas, no a lo estrictamente falangista, sino a los problemas de España y, más en concreto, al problema de España, que fue la razón de ser del falangismo y de la tarea de José Antonio.

Las sensaciones que he enumerado, como a b) y la c) no precisan mucha explicación: han pasado más de ochenta años desde que esas palabras fueron escritas o pronunciadas, y no olvidemos que su autor calificó a la política de partida con el tiempo en la que no es lícito demorar ninguna jugada; hemos demorado ya tantas jugadas que las aguas del Rubicón han tenido tiempo de sobras de borrar las huellas del caballo de César…

El apartado d), además, encierra otra explicación: los acontecimientos nacionales y mundiales que han ido sucediendo vertiginosamente después de aquella madrugada de un 20 de noviembre alicantina fueron definitivos para hurtar cualquier posibilidad de que la nombrada revolución nacionalsindicalista —convertida de forma cansina en revolución pendiente durante muchos años de dialéctica vana— fuera una realidad y diera los frutos apetecidos por José Antonio para todos los españoles.

El apartado e) tampoco requiere muchas explicaciones, porque, ya sea por imperativos exteriores, ya por culpabilidades propias, lo cierto es que el falangismo ha sido arrinconado a una posición residual, todo lo digna que se quiera, pero sin mermar un ápice esta marginalidad.

Cierto camarada dijo, hace bastante tiempo, que existimos a título póstumo, excelente paradoja para definirnos, si bien excesivamente pesimista, pues lo cierto es que parece que lo joseantoniano, en el siglo XXI, goza de buena salud.

¿Me acabo de contradecir en el párrafo anterior, llevado acaso por la sensación que he marcado con la letra a)?

En absoluto. Todo estriba en cómo interpretemos el legado de José Antonio, echando mano del título del libro de Jaime Suárez, cuya primera parte tuvo tiempo de llevar a la estampa desde la extinta Plataforma 2003, libro del que discrepo en algunos puntos pero que, en todo caso, es un excelente medio para la profundización y el debate.

Hace unos días me permití disertar ante un público de afines sobre lo metapolítico en José Antonio; en mi conferencia le daba a este ámbito prioridad sobre lo estrictamente político, porque la metapolítica subyace bajo toda política, del mismo modo que la metafísica va más allá de la descripción, análisis y teorías sobre los hechos físicos, susceptibles de comprobación en un laboratorio; repetí la frase de que la política es esa partida con el tiempo, y para seguir sus reglas nos hacen falta oportunidad, medios, decisión y acierto.

Lo primero, para nosotros, ha sido siempre extremadamente limitado; de lo segundo, hemos carecido casi por completo; lo tercero nos ha sobrado en exceso, pero lo cuarto no ha dado ningún fruto.

Decía yo en aquella charla ante el público cercano que había que prescindir de la lectura política de José Antonio en muchas cosas y acudid a la interpretación —quizás adivinación— metapolítica, rescatando aquello que es esencial y constante en su discurso; para resumirlo, diré que se puede plasmar en las palabras con que él definió el estilo o modo de ser: forma interna de una vida que, consciente o inconscientemente, se realiza en cada hecho y en cada palabra, parafraseando a Spengler.

Me adelanto a formular la objeción que habrá hecho saltar de su asiento al lector ortodoxo aludido: ¡Eso es impreciso y vago, y niega el caudal revolucionario de la ideología de José Antonio!

Vivimos, desde hace más de veinte años, sumidos en la cultura de la postmodernidad, que tiene como característica prescindir de los metarrelatos, entre ellos de las ideologías.

Pero, ¿se puede resumir el mensaje de José Antonio a una ideología? ¿No se trata más de una actualización, para su momento, de la interpretación española del hombre y del mundo y de una propuesta, igualmente en su circunstancia histórica, tendente a solucionar el 'problema de España'?

Interpretación, lo primero, que se fundamente en el hombre y, especialmente, en su dimensión trascendente y religiosa; actitud, lo segundo, que debe mantenerse en la actualidad, aun con propuestas diferentes, pues ese problema, como estamos comprobando tristemente a diario, no ha encontrado solución desde el terreno de la política.

Lo sustantivo de José Antonio no son las propuestas concretas que, en los años 30 del siglo pasado, configuraron un programa de quizás difícil aplicación entonces pero imposible por lo ocurrido después, sino en esa actitud certera de unir tradición y transformación radical, herencia e innovaciones, siempre con el fundamento humanista y cristiano.

De ello tenemos que partir para elaborar doctrina —valga la expresión—, es decir, estudiar y crear propuestas que sean válidas para los españoles de hoy, para los seres humanos de hoy, para las colectividades de hoy.

Esto pertenece a campo de la cultura y del pensamiento, sí; y de la filosofía, y de la antropología, y de la ética; en modo alguno al de la política al uso, de cuyo terreno de juego estamos totalmente desplazados hoy por hoy.


 

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