No me lo creí

6/JUN.- Los soldados y marinos profesionales de hoy son los herederos de Blas de Lezo, de Don Juan de Austria, de los Tercios de Flandes… Toda una historia nacional compone este legado, que no puede destruir ninguna Leyenda Negra.

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No me lo creí

Un viejo aserto nos dice que nunca hay que fiarse de la propaganda, y menos de la propia. Uno es especialmente sensible a esta afirmación, hasta el punto de que quito el sonido de mi televisor cuando una tanda de anuncios interrumpe una película interesante; igualmente, soy incapaz de escuchar alocuciones y peroratas de los políticos y me conformo con leer la crónica a posteriori si el tema me parece de interés; en caso contrario, ni eso, porque la propaganda suele, en estos casos, ir unida a la demagogia, que, según Aristóteles, es la degeneración de la democracia.

Por lo mismo, intento pillar al vuelo una patraña, cuando recibo algo que me suena a fake news, aunque a veces cueste mucho distinguirla de la realidad; en ocasiones, me sumerjo en un mar de dudas a lo Hamlet, y espero una confirmación o un desmentido rotundos a lo leído.

Me ha ocurrido recientemente con una información aparecida en un medio digital (El Debate, 1 de junio), según la cual la Subdirección General de Publicaciones y Patrimonio Cultural del Ministerio de Defensa había publicado un cómic histórico que se hacía eco de los tópicos ancestrales de la Leyenda Negra; se publicaban algunas supuestas viñetas, y, francamente, se quitaban las ganas de ver el resto.

Según la fuente mencionada, se hacía burla y escarnio de Blas de Lezo, de Don Juan de Austria, de Juan Sebastián Elcano, del Duque de Alba, de Carlos V, de Felipe II, de Carlos III… No me cuesta mucho trabajo imaginarme el tipo de tratamientos para personajes de la España moderna; todo encuadrado bajo el patrón de la corrección política vigente.

Una reiteración de este tipo no hubiera sido nada nuevo bajo el sol; aquellos bobalicones ilustrados del siglo XVIII y los no menos zoquetes de los liberales del XIX, haciendo gala del seguidismo de la propaganda extranjera y de su incultura, dejaron una nefasta herencia entre nosotros, que recogieron las izquierdas del siglo XX y del actual y gran parte de las derechas vergonzantes. Lo que fue en su origen una propaganda de guerra de nuestros enemigos exteriores fue acogido como dogma por los propios incautos españoles, a fuer de modernos y progresistas; tampoco hace falta recordar que ha sido útil para municionar a quienes se niegan a ser españoles y colaboran generosamente con el Gobierno actual, es decir, los separatistas de toda laya,

«Solo hay una Leyenda Negra y es la española»: así empieza el prólogo de Arcadi Espada al excelente libro Imperiofobia y Leyenda Negra, de Elvira Roca Barea, cuya lectura no ceso de recomendar encarecidamente a quien quiera escucharme; así como la continuación del asunto en Fracasología, de la misma autora; de esta segunda obra me permito reproducir una breve cita, recogida casi al final: «Una democracia no puede integrar cualquier tendencia que surja en el horizonte y, desde luego, no puede sostenerse en un Estado que alimenta estructuras que trabajan para su destrucción». A buen entendedor…

Tal como está el patio, no me sorprende una reiteración cansina de los lugares comunes de la Leyenda Negra en la actualidad, pero mi extrañeza surgió por la supuesta procedencia del cómic de barras, y no tanto porque no hubiera directrices en este sentido, sino porque estoy seguro de que los valores e ideales que informan el Ejército español eran del todo incompatibles con ese contenido, que resultó ser a fin de cuentas una new fake, según me apresuré a constatar en otras fuentes, que me desmintieron rotundamente la información publicada.

Acabamos de celebrar el Día de las Fuerzas Armadas, y hemos constatado el aprecio y el cariño de una gran parte de la llamada sociedad civil hacia estas; una enorme cantidad de paisanos está empeñada en evitar ese divorcio que han ido creando entre ellos y nuestros Ejércitos ciertas mentalidades aviesas; mayores y niños han vibrado ante nuestros soldados, y en los actos en diversas ciudades de España ⎼en muchas, lamentablemente, a puerta cerrada⎼ se ha mostrado entusiasmo e identificación con el Ejército y, a su través, con el nombre de España, en muestra de un sano patriotismo.

Se trataba de aplaudir a nuestros soldados, no a funcionarios de uniforme, y así lo hicieron las multitudes que presenciaron el desfile o acudieron a los cuarteles. En Barcelona en concreto, fue emocionante la actitud del público que asistió al último acto de arriar la Bandera y el homenaje a los Caídos. El Ejército fue para los ciudadanos, una vez más, la salvaguarda de lo permanente. Todo lo demás era contingente.

Los soldados y marinos profesionales de hoy son los herederos de Blas de Lezo, de Don Juan de Austria, de los Tercios de Flandes… Toda una historia nacional compone este legado, que no puede destruir ninguna Leyenda Negra, por mucho que se repita desde voces ancladas en la superchería y en la falsedad. Ningún heredero de uniforme que se precie hubiera podido asumir un agravio a estos antepasados.

Buenas razones, pues, para que uno no se creyera la noticia publicada en el mencionado periódico digital.

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