La otra parte de la memoria

Cuando el odio llega a esos límites convirtiéndose todo ello en una tragedia griega, uno no acaba de entender que, después de tantos años, haya gente que siga escribiendo de esa manera...


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 745 (28/ABR/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

La otra parte de la memoria

En estos días pasados para los que guardamos un grato recuerdo y admiración por todo lo concerniente a la historia del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, hemos quedado sorprendidos de cómo algunos alelados están tratando su memoria. Sobre todo, cuando el odio de los herederos de las ideas políticas que lo han asesinado, no han tenido ahora ningún reparo en sacarlo de su tumba –circula por las redes un Twitter de Izquierda Unida que dice: «José Antonio, calienta motores que sales»–.

Cuando el odio llega a esos límites convirtiéndose todo ello en una tragedia griega, uno no acaba de entender que, después de tantos años, haya gente que siga escribiendo de esa manera. Y no son los únicos, porque algunos escribientes han publicado textos horripilantes. Incluso algún representante de la Iglesia ha dicho: «no tenemos nada que decir porque los restos pertenecen a una familia y la familia decide donde entierra a su difunto». Cierto es, pero para su exhumación necesita el permiso de quien sea la máxima autoridad eclesiástica del lugar donde reposaban sus restos, o sea, la máxima autoridad de todo lo que afecta a la Basílica donde millones de personas hemos, algún día, rezado por ese hombre que no hizo mal a nadie, pónganse como se pongan todos esos que siguen llevando el rencor y el odio dentro de su cuerpo.

Mientras tanto, al mayor responsable de su asesinato, Largo Caballero, le han levantado un monumento en Madrid junto con Indalecio Prieto, ambos responsables de la Revolución del 34 donde tantos asesinatos se cometieron, entre ellos, varios religiosos que ningún mal habían hecho. Incluso algunos eran seminaristas.

Pero ahora, quisiera recordar a toda esa serie de vividores que, han aprovechado esta ocasión, para escribir y hablar mal de José Antonio. Por eso les  pediría que escriban algo de la otra memoria histórica. Voy a darles alguna pista. En este caso, de un libro que se publicó hace tiempo. Su título: El hábito y la cruz, de Gregorio Rodríguez Fernández. Éste recoge los actos de salvajismo y barbarie que, con algunas monjas, cometieron los rojos durante la guerra civil. Fueron los padres o abuelos ideológicos de los que ahora aplauden por haber conseguido sacar los restos del fundador de Falange, del lugar donde descansaban hasta ahora.

El propio ministro de la Gobernación, durante la Segunda República, Ángel Galarza, tuvo que dictar disposiciones para tratar de frenar aquella ola de terror. Pero a pesar de todo ello, las persecuciones, encarcelamientos, condenas y torturas en las checas, continuaron, en cierto modo, amparadas por la ley. Las acusaciones a la Iglesia y a sus ministros fueron constantes, así como las indagaciones para dar con el paradero del mayor número de sacerdotes, religiosos y religiosas, que, por el mero hecho de serlo, ya merecían un juicio condenatorio. Las iglesias y los conventos, como también los colegios de la Iglesia, como también los colegios de la Iglesia, fueron ocupados y saqueados.

De todos los asesinatos de monjas que relata el libro citado, hay uno que destaca sobre todos por ser el más cruel y sobrecogedor de los crímenes cometidos en unas mujeres que su mayor delito era vestir hábito de religiosa y llevar sobre su pecho la Cruz de Cristo. Se llamaba esta mártir, Apolonia Lizárraga de Zabalegui (Madre Sacramento), nacida en 1867 en Lezáum, lugar del municipio de Yerri en Navarra, y en el momento de su asesinato era la superiora general de las carmelitas de la Caridad y que ha sido una más de las 283 monjas asesinadas durante la guerra civil.

Las circunstancia que se conocen de su muerte indican que la madre general, detenida en la checa de San Elías, es que fue descuartizada y aserrada viva, echando más tarde su cuerpo para ser devorado por los cerdos. Al parecer, el jefe de la checa, conocido como «El Jorobo de San Elías», engordó a varios cerdos con carne humana de las víctimas que sacrificaba. Lo cierto es, que el cadáver de Apolonia Lizarraga jamás apareció. El largo camino hacia su martirio había comenzado el 20 de julio en la casa madre de Vic donde sería interrogada porque suponían que como superiora tendría en su poder el dinero de la congregación. Ante el peligro que corría se traslada a Barcelona donde se pensaba que pasaría más desapercibida, pero no fue así porque a principios del mes de septiembre fue detenida y asesinada entre los días 8 y 9 de septiembre.

La causa de su beatificación fue iniciada, en un principio, juntamente con las 24 carmelitas muertas en Valencia, promovida por el Arzobispado de esta capital el 11 de marzo de 2001. Sin embargo, posteriormente, fue desgajada de la misma para ser incluida en la promovida por el Obispado de Barcelona para un conjunto de sacerdotes, religiosos y religiosas de la diócesis, la cual ha sido presentada hace algún tiempo en Roma hasta que el 28 de octubre de 2007 fue beatificada por Benedicto XVI.

También el obispo Antonio Montero Moreno en su magnífico libro Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, escribe sobre la muerte de esta monja: «No cabe duda de que entre las religiosas sacrificadas en Barcelona la que figura con más relieve es la entonces general de las Carmelitas de la Caridad, Rvdma. M. Apolonia Lizárraga del Santísimo Sacramento».




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