De la vida a la muerte

25/12.- Se han puesto puertas a Dios para decidir sobre el principio y fin de la vida del hombre. Estaba previsto que si Él nos la daba, Él decidía, por razones o motivos desconocidos por nosotros, cuándo finalizaba esa vida en su tránsito corporal...

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 394, de 25 de diciembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

De la vida a la muerte

En tanto en cuanto el cristianismo se preparaba para celebrar la venida de Dios entre los hombres mediante la concepción de su Hijo como Hijo del Hombre, en cuya tarea están implicados desde antiguo los españoles por creencia y por tradición, en el Congreso de los Diputados se aprobaba la ley de la muerte, la ley mediante la cual se concedía libertad a los individuos para que decidieran el modo y el momento de su muerte.

Ya, hace años, se había conseguido la ley del aborto que cultivaba la libertad de la mujer para hacer de su cuerpo lo que quisiera y con ello poder asesinar al hijo que pudiera estar gestando.

Con esas dos leyes se ha sentenciado si el hijo ha de nacer o no aunque esté concebido, y si los mayores han de perdurar en el camino de la vida hasta el momento en el que, por ley natural, llega el tránsito al más allá, o seo puede dar por concluido en cualquier momento bien por decisión de la propia persona o bien por quienes están cerca de ella. Con ello se han puesto puertas a Dios para decidir sobre el principio y fin de la vida del hombre. Estaba previsto que si Él nos la daba, Él decidía, por razones o motivos desconocidos por nosotros, cuándo finalizaba esa vida en su tránsito corporal. El hombre –algunos hombres– ha asumido esas decisiones al tiempo que también se está marcando –por algunos hombres– el camino por el que ha de transcurrir ese tiempo que media entre uno y otro designio que hasta ahora estaban en manos divinas.

También, ese hombre nuevo con poderes divinos, asume la potestad de qué han de hacer esos congéneres durante su vida, quién está en condiciones de decidir lo bueno y lo malo entre ellos, lo correcto y lo incorrecto. Por eso, quizá, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha bautizado la Navidad de este año como «fiestas del afecto». Él decide cómo han de ser las fiestas de España y qué nombre deben recibir.

Mucho hemos de rezar durante estos días al Niño Dios para que nos perdone el pésimo comportamiento que tenemos, nos libere de la plaga que asola el país en forma de pandemia del coronavirus, asperja sobre nosotros las virtudes que venimos olvidando desde hace tiempo, pero que ahora ya apenas recordamos cuáles son, pues hemos olvidado como también las virtudes que traíamos enquistadas al nacer, y las leyes que el Padre indicó a Moisés en las Tablas de la Ley. Fundamentalmente no sería malo pusiera ante nuestra vista enormes pancartas repitiendo lo de amaros como yo os he amado…, ya que es fundamental.

Sí, hemos de rezar no poco con el fin de que conciba lo necesario para insuflar a los españoles el firme propósito de levantar del nido en el que se han asentado los actuales gobernantes con objeto de que la vida de todos recupere los cánones normales de convivencia. Y llegados estos días, en el futuro, volvamos a ver en todos los hogares los tradicionales belenes y escuchemos por todas partes los alegres villancicos. Así sea.

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