RAZONES Y ARGUMENTOS

Razones para ser hoy joseantoniano.

¿Qué somos? ¿Lo seguimos siendo? ¿Quiénes son los nuestros?


Artículo recuperado de La Razón de la Proa (LRP), publicado el 10/05/2019. Obtenido de la revista Altar Mayor, del número 186, de abril-junio de 2019. Ver portada de Altar Mayor en LRP. Recibir el boletín semanal de LRP (servicio gratuito).

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Razones para ser hoy joseantoniano.

Razones para ser hoy joseantoniano


1. Un antiguo político ya fallecido con el que tuve cierta relación circunstancial me espetó un día, en el curso de una tertulia, una frase ingeniosa que me ha quedado grabada: «Llevo tanto lío en mi cabeza que ya no sé si soy de los nuestros». El marco de aquella boutade era el de un grisáceo y borroso tardofranquismo, por lo que reflejaba bien la confusión en que algunos vivían el momento; en cambio, el oyente –un servidor– creía que tenía las cosas muy claras, quizás por la arrogancia que otorga la juventud.

Hoy en día, esa frase podrían pronunciarla muchísimos españoles, indistintamente situados en cualquier gama o matiz del arco iris político. Y también, por supuesto, quienes se consideran inmersos en el no menos segmento social del color azul.

Atendiendo a otra añeja ingeniosidad, podríamos decir, con Agustín de Foxá, que este color azul no solamente oscila entre el tono prusia y el tono purísima, sino que el neto y firme tono mahón está desdibujado en tantas variantes que hacen imposible cualquier definición y enumeración de cada una de ellas.

¿Qué somos? ¿Lo seguimos siendo? ¿Quiénes son los nuestros? Difíciles preguntas o, mejor dicho, laboriosas respuestas, en todo caso nunca exentas de matizaciones sin cuento. Son ya legión quienes, para eludirlas y no calentarse más la cabeza y enfriarse los ánimos, han optado por una permanencia constante en sus cuarteles de invierno. Por otra parte, los más jóvenes del amplio espectro azul –categoría que suele equivaler a ilusionados, idealistas o ardorosos– van oscilando entre las diversas siglas u opciones del lioso magma de los nuestros y normalmente, tras breves períodos de militancia, pasan a engrosar el sector que ha elegido el retiro, primero cautelar y luego definitivo, dejando paso a nuevas hornadas que no tardarán en recorrer el mismo itinerario.

Las definiciones políticas se hacen, pues, poco menos que imposibles, y no digamos en cuanto a las variantes de los campos de actuación o de fervor, muchas veces distintos y distantes de aquellas. Así, la de falangista, aparte de dar a entender de entrada al interlocutor curioso un cierto aire de nostalgia histórica, no acaba de aclarar la opción del que se define: ¿de cuál falange? Eso en primer lugar, y no digamos si el interrogado empieza a desglosar sus preferencias en cuanto a las próximas intenciones de voto, asistencia a actos públicos y aplauso personal a tal o cual personaje.


2. En el libro El legado de José Antonio, el recientemente fallecido Jaime Suárez se autorresponde a esta cuestión del siguiente modo: «Soy joseantoniano porque José Antonio no hay más que uno […]. Nacionalsindicalista, cada vez menos. Falangista, todavía sí. Joseantoniano, siempre; ayer, hoy y mañana». No se trata de escandalizarse de esta respuesta, sino de analizarla, y no circunscribirla a la edad avanzada de quien la pronunció: él había dejado de creer que, en nuestros días, fuera útil o practicable el programa político del nacionalsindicalismo, el que inició Ramiro Ledesma Ramos en 1931 y desarrolló y nunca pudo culminar José Antonio; es decir, cinco años de elaboración discontinua en una circunstancia que daba pocas oportunidades y tiempo para la reflexión sosegada.

No perdamos de vista, por otra parte, la constante revisión que hace el propio José Antonio, de indiscutible vocación y talla de intelectual, de sus sucesivos planteamientos; a este proceso lo llama Gabriel García autocrítica y Francisco Torres agregación, aunque otros prefieren perfeccionamiento o evolución; en todo caso, es una decantación de valoraciones y propuestas, eso sí, sobre unas mismas ideas-fuerza que constituyen lo esencial de su pensamiento.

Sea como sea y se elija el término que parezca más adecuado, en la obra de Suárez –indispensable para conocer a José Antonio aunque se pueda discrepar de algunas opiniones del autor– se renuncia, por ejemplo, a la estructuración sindical de la economía, al concepto de plusvalía, a la representación a través de la trilogía conocida de familia-municipio-sindicato y a otros aspectos que parecen superados por los tiempos o utópicos ya en su sugerencia. El todavía sí en cuanto a la definición de falangista parece dar a entender que se entiende más como afirmación metapolítica que de afiliación concreta.

Hagámonos, por nuestra parte, unas sencillas cuentas para nuestra reflexión personal: han pasado ochenta y tres años del fusilamiento de Alicante; ochenta, del final de la guerra civil y setenta y cuatro del de la Segunda Guerra Mundial…; a partir de ellas, pensemos que ya han quedado como meros hitos de los libros de historia las guerras de Corea y de Vietnam, el Concilio Vaticano II o la tercera revolución industrial, y ya estamos sumergidos en la cuarta, de impensables derivaciones; los avances científicos y tecnológicos nos sorprenden día a día, así como los cambios en el panorama político internacional; el mundo es tan cambiante que ensayos o artículos sesudos de hace un año o dos se nos antojan piezas de museo… También han cambiado nuestras circunstancias y nosotros mismos.

Sin embargo, algunos nos seguimos definiendo como falangistas o joseantonianos, a los ochenta y dos años de la desaparición de la primera FE de las JONS y a treinta y dos del Movimiento Nacional, sustituto a su vez de la FET de Franco, de cuya muerte han pasado, a su vez, cuarenta y cuatro años (aunque cada día abonen su figura las medidas de la memoria histórica…)

¿Qué somos realmente, por lo tanto? O, mejor dicho, ¿qué podemos ser?


3. Como no me considero referente de ninguna de las maneras, me voy a permitir en este punto pasar desde la generalización a un terreno estrictamente personal, del plural al singular, y manifestar mi respuesta personal, acaso intransferible y abierta, por supuesto, a la crítica.

Si mantengo la definición de falangista, no tengo más remedio que añadir la coletilla sin Falange, a pesar de que mantengo una excelente relación de camaradería y de colaboración con quienes hoy en día ejercen una militancia. Desde aquellas expectativas de las Juntas Promotoras y los ingenuos y fantásticos intentos de apoyar, ya en la Transición, una unidad a todas luces imposible, tomé la decisión de no pasar jamás por la ventanilla.

Advierto, sin asomo de preponderancia en cuanto a mi postura, muchas actitudes y planteamiento que responden, ya al anacronismo, ya a la utopía. De ahí mis reticencias en entender que existe un corpus doctrinal fijo, perdurable y cerrado, como si aquello de la revolución pendiente (que esteba pendiente para España, no para la Falange, según dijo Diego Márquez) pudiera suscitar y unir voluntades. A riesgo de cometer errores, como cada hijo de vecino, voy, pues, por libre en mis reflexiones y en mi particular entendimiento de mi definición. Vuelvo a la generalización ahora, y elijo el término joseantonianos como común denominador de todos aquellos que, habiendo estudiado –y comprendido– el papel de la figura histórica de José Antonio Primo de Rivera y su obra lo siguen considerando íntimo motor de sus posturas políticas, independientemente del punto en que se hayan expedido o no sus carnés de afiliación, de cuáles sean los destinatarios de sus votos en cada coyuntura electoral y hacia qué personajes públicos o líderes se decanten sus simpatías.

En un lugar destacado de mis destinatarios sitúo, por afinidad y en muchos casos por amistad, a los componentes de mi generación, la de los años 60 y 70, la que echó sus dientes de ilusión en los campamentos y actividades de la Organización Juvenil Española; allí recibimos una educación, digamos que elemental, que se centraba, más en el ejemplo de José Antonio, en su valoración del ser humano, en su ética mostrada en un estilo y en las ideas-fuerza de su pensamiento, que en propuestas económicas o políticas que nosotros, claro, como jóvenes, nos empeñábamos en llevar a la práctica y nos rebelábamos contra un panorama que iba por otro camino.

Me consta que muchos de aquellos niños y jóvenes de ayer han atesorado aquellas enseñanzas en el fondo de sus morrales –junto a las penas– y siguen teniendo como referente a José Antonio, acaso algunos como nuevos ridruejos, con una profunda carga de revisionismo encima.

Quienes se encuentren en ese caso o en una disposición de ánimo similar a la que he confesado serán, en consecuencia, de los míos, sin que ello implique en absoluto una clasificación entre míos y otros; es más, adelanto que intento –y a veces lo consigo– llevar mis ideas a otros ámbitos ajenos, que nada humano me sea extraño y, especialmente, que nada de lo español me resulte exótico, en consonancia con mi definición joseantoniana.


4. ¿Qué razones me llevan a perseverar en mi definición personal? ¿Qué me mueve a trasladarlas al lector y esperar, por lo menos, si no aquiescencia absoluta, sí comprensión y simpatía? Es difícil sintetizarlas sin caer en la formulación de un programa o en el redactado de un larguísimo ensayo, de esos que no se suelen leer por falta de tiempo o por aburrimiento. Intentaré resumirlo en once breves puntos, número que asimilo a aquella promesa de la que se decía en el Plan de Formación editado en 1964 (editorial Doncel, pág. 20) lo siguiente:

«De un modo intuitivo, sin necesidad de una grave labor exegética, puede verse que su contenido no es otro que la transcripción del espíritu que informa a los puntos básicos, fundamentales y permanentes del nacionalsindicalismo».

1º) La primera razón es que todo el pensamiento joseantoniano se sustenta en la primacía de lo espiritual y, dentro de ella, ocupa un primer lugar lo religioso. No confirió José Antonio a su movimiento un carácter confesional, pero sí lo articuló sobre una base cristiana, más concretamente católica, sin concesiones, por ejemplo, a la predestinación como origen de todo racismo. Esta primacía de lo espiritual es un eco del acudamos a lo eterno que nuestro clásico puso en boca de quien eligió ser un príncipe cristiano frente a la fuerza de sus pasiones y la razón de Estado. Y, en nuestros días, prevalecen los patrones de signo materialista y laicista, cuyos arietes en el Pensamiento Único son una antropología deconstructora de la naturaleza humana y una ética relativista, preconizadora de la cultura de la muerte.

2º) De esta primera razón dimana la segunda: la apuesta por un humanismo personalista, sobre el que trazar cualquier arquitectura política, social y económica. El respeto a los valores intrínsecos del hombre –dignidad, libertad e integridad–, eternos e intangibles, niegan cualquier posible cosificación de este, ya sea como trabajador o como consumidor. Además, el Derecho confiere la categoría de persona (ser-entre-los-demás seres) alejada del individualismo insolidario predominante y de la masificación gregaria, adopte esta la condición de clase social, de partido o de Estado.

3º) El tercer motivo para ser joseantoniano es que esa cualidad personalista conlleva a considerar la colectividad, no como un mero agregado de individuos, sino a considerar el papel de las sociedades intermedias que la forman, ya sean naturales, como la familia o la vecindad, ya sean funcionales, como el trabajo en una empresa, ya voluntarias, por afinidad o vocación. Son precisamente estas sociedades intermedias las que pueden colaborar eficazmente a autentificar la participación y la democracia, dándole sentido a esta palabra, del que carece hoy por completo.

4º) Y ya que hemos recurrido a un término de origen griego, no está de más que lo completemos con otro de igual procedencia etimológica: la siguiente razón para ser joseantoniano me viene dada por creer que, para que una colectividad pueda ser democrática, precisa el concurso de una auténtica aristocracia. Me refiero, claro está, a la aristocracia de la conducta y la del del pensamiento, de la elegancia y del señorío, y con estas cuatro palabras creo que he caracterizado la personalidad de José Antonio mejor que aduciendo su título de marqués de Estella. En este sentido, el maestro Enrique de Aguinaga lo considera arquetipo, modelo a imitar –no a repetir, por Dios–; cuando a mi generación se les hablaba del estilo, nuestra mente juvenil acudía inexorablemente a la figura históricamente lejana de José Antonio Primo de Rivera.

5º) España es la siguiente razón. España como problema, como nación y como proyecto, pues estas son las tres dimensiones que movieron la acendrada españolidad joseantoniana, acordes con los tres verbos esenciales: sentir, vivir y creer. El dolor de España es el motor de la pasión política; la vida de España y de los españoles exige que la cabeza impere sobre el corazón; la esperanza y la fe en un mejor futuro es el acicate de la voluntad. Hoy está en entredicho el ser de España, su propia existencia como comunidad histórica, y su unidad está amenazada por los nacionalismos interiores, del mismo modo que su esencialidad está siendo embestida por las intenciones del Nuevo Orden Mundial. Un paisaje distinto en gran medida al que vivió José Antonio, pero sigue vigente el leit motiv de su paso al frente y, en consecuencia, el nuestro.

6º) Si hemos entendido el concepto joseantoniano acerca de la formación de las entidades nacionales, no nos sorprenderá que cifre mi siguiente razón de afección en dos nociones, también hoy en el candelero y en el debate: Europa e Hispanoamérica, quizás mejor Hispanidad, como concepto más universal. Ni Europa es la actual Unión Europea, que ha pretendido romper con las auténticas raíces de la europeidad y sumergirla en el puro economicismo y en la burocracia, ni Hispanidad es un recurso folclórico con acento en el pasado. En la voluntad de ser europea y en la vocación de ser atlántica estableció España su razón de ser; se fue creando a lo largo de los siglos una interpretación española del hombre y del mundo, que es cabalmente lo contrario al Pensamiento Único que tratan de imponer los gestores del mencionado Nuevo Orden Mundial. Buenos motivos para aplicar la definición de unidad de destino también a los futuribles europeos e hispánicos.

7º) Otra razón para ser joseantoniano es la de huir de las esquizofrenias impuestas: valores tradicionales versus valores avanzados y progresistas (en el buen sentido de la palabra); unidad y variedad; centro y periferias; bienestar y bienser; necesidades materiales y necesidades espirituales; herencia cultural y creación constante; libertad y autoridad… A veces, nos planteamos si debemos aceptar esas dicotomías, cuando la inteligencia humana puede concebirlas en forma de síntesis. Si tuviéramos que buscar una palabra que resumiera el pensamiento de José Antonio, yo propondría la de armonía. Empezando donde él terminó en su último proyecto de ensayo conocido: Armonía entre el hombre y su entorno, con la principal referencia en lo trascendente, porque no olvidemos que todo problema político esconde en su base un problema religioso.

8º) Un rechazo, no tanto visceral como intelectual, de que en ningún modo hemos llegado al fin de la historia constituye otra buena razón para ser joseantonianos hoy. El Sistema establecido, en este caso en lo económico y en lo social, no responde en absoluto a las necesidades y expectativas del ser humano, porque está basado en la ley del más fuerte. El capitalismo –con todos sus logros y sus graves defectos– se mantiene sin alterativas, aparentemente, contradiciendo las predicciones de Marx que aceptó José Antonio en su época; se equivocó, pues, y con él otros pensadores y políticos europeos, porque su profundidad intelectual no conllevaba necesariamente el don de la profecía. No obstante, dejó unas bases esenciales para su transformación, que hacen referencia al trabajo, a la empresa, a la propiedad, sobre las que otros deben reflexionar para que, sin caer en anacronismos ni utopías, caminemos hacia una más plena instauración de la justicia en las relaciones entre los hombres.

9º) ¿Quién actualmente se considera revolucionario? O, dicho de otra manera, ¿es concebible en el mundo de hoy una revolución? Cada época tiene sus características y la que vivió José Antonio se caracterizaba precisamente por esa nota de revolucionaria; la nuestra, no. Pero, ¿qué quiere decir esa palabra? Si buscamos un sintagma como sinónimo, quizás el mejor sea transformación radical, y aquí no puedo menos que recordar que esa era la expresión que mencionaba aquel Plan de Formación de la OJE citado (pág. 9); en aquel apartado se decía que España necesita, pero, pensando en profundidad, veremos que es Europa y el mundo entero los que precisan de una voluntad transformadora y con radicalidad, esto es, desde las raíces. Esa es la meta de todo aquel que no sea conformista con lo establecido; a una meta, como a un horizonte, se llega a través de sucesivos objetivos, que implican una constante actitud de andadura y de búsqueda de mayores cotas de perfección. Amemos al mundo porque no nos gusta puede ser una buena forma de parafrasear a José Antonio y constituir otra buena razón para identificarse con él.

10º) Se nos ha colado de rondón un funesto presentismo, que, más que hacer tabula rasa del pasado, lo ignora cuando no lo deforma. Además, en ese presente absolutista se nos incita a exigir resultados inmediatos de todo lo que emprendemos; por lo tanto, tampoco tiene importancia el futuro, incierto por más señas. Nosotros vemos en la historia la aportación generosa del esfuerzo de muchas generaciones para construir lo que tenemos hoy, o lo que podríamos tener. Y vemos en el futuro a otras generaciones a las que dejar un legado mejor del que nos dieron. La vida del hombre es un continuum. Y lo es España. Y lo es Europa. José Antonio se fijó en la historia, no con afán de repetición, sino de emulación, y quiso sacar de su entraña las claves para el presente que lo tocó vivir y el para el porvenir de otros muchos españoles; no le dejaron lo primero, pero su visión nos dejó una tarea constante.

11º) Y llegamos al final de estas razones para ser joseantonianos. Y no está nada mal que la última haga referencia al yo de cada uno, centrándose en la palabra lealtad. Esa lealtad que nos permite cada noche dormir con la conciencia tranquila y, cada mañana, advertir que el primer rayo de sol que entra por la ventana viene a iluminar nuestra misión, de acuerdo con la trayectoria de nuestra vida y, en concreto, con aquellas perspectivas ilusionantes que marcaron nuestra educación en la etapa más limpia de la juventud. Ahora bien, esta mirada hacia atrás no puede quedar resumida a la nostalgia de otros momentos, sino comprobar que seguimos laborando, en medio de otras circunstancias –ni mejores ni peores, distintas– dentro de las mismas coordenadas, eso sí, pasadas por el tamiz que nos proporciona la madurez: si en la juventud aprendimos, en esta madurez somos más capaces de entender.


5. Estas reflexiones a los cuatro vientos pueden servir acaso de guías de estilo, que no de consignas, cosa que estaba lejana de la intención del autor. O quizás no, porque alguno podrá pensar que con ellas intento influir en voluntades dormidas o reconducir posturas. No ha sido ese mi propósito, amigo lector. Aunque la condición de educador no caduca con la jubilación, no he pretendido hacer una pedagogía de lo joseantoniano, arrogándome cualidad alguna de magister, que otros tienen con más méritos que yo.

Mucho menos como pautas de estrategia política, arte o ciencia para los que nunca he sido llamado. Respeto profundamente a quienes caminan por esos senderos y mucho más si lo hacen a pecho descubierto, sin renunciar a una identificación que, en todo caso, siempre les cerrará las puertas –hoy por hoy– de participar en el ruedo nacional o europeo; en nuestro caso, forzoso es reconocerlo, hay mucho más que un cordón sanitario porque pretenden condenarnos a un lazareto. Pero ya he dicho que no estamos ante un final de la historia, el mundo da muchas vueltas, y la santa insistencia, que dijo Ors, puede dar sus frutos si perseveramos en lo joseantoniano como respuestas en el siglo XXI, dejando en la cuneta el pasado siglo XX, con toda la consideración que nos merece.

Véanse solo estas reflexiones como un desahogo personal, confesión o a lo mejor catarsis. Intento cumplir el profundo sentido de una frase de Dionisio Ridruejo que una vez leí y me caló profundamente en el espíritu, por lo que la he citado en otros trabajos: «Lo importante es no vivir de José Antonio, sino vivir en José Antonio». Intento cumplirlo.


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