La vida y la muerte (Y la Biblia tenía razón)

28/04.- La muerte se está convirtiendo en pura estadística. Los Estados y las estadísticas siempre han formado matrimonios de conveniencia.


Publicado en el número 299 de 'Desde la Puerta del Sol', 28 de abril de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

La vida y la muerte (Y la Biblia tenía razón)

La muerte se está convirtiendo en pura estadística. Los Estados y las estadísticas siempre han formado matrimonios de conveniencia. Por ello, cuando la estadística se limita a sumar muertos, los Estados se contagian y enferman. Ayer, en la cuaresma de nuestras tradiciones, llorábamos por la muerte de Uno, hoy, en la cuarentena de nuestro internamiento, aunque los miles, ahora, solo sean cientos, no podemos alegrarnos, aunque el calvario sea más llevadero.

Habrá que hacer memoria y recordar que con un hermano que nos deje, todos nos sentimos abandonados. Nada nuevo sobre la faz de la tierra: recordemos que toda la humanidad formamos, teológicamente hablando, «un solo cuerpo en Cristo» (1 Cor 12).

El milagro de la vida, siempre se experimenta cuanto nos rodea la muerte: y el centurión, ante la cruz exclamó: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (Mt 27, 54b).

Hoy, como nunca, nos sentimos compañeros (con-pan-ero), palabra maldita en la soledad del ermitaño. El solitario, jamás será cristiano: es egoísta al no tener con quien compartir su pan.

Vivimos tiempos en el que la soledad es obligada para millones de personas, que no pueden compartir «el pan nuestro de cada día» (Mt 6,11), y sin un compañero próximo (sin prójimo alguno), la mente se confunde y se pierde: «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18).

La caricia del prójimo se anhela ante la distancia de la soledad: «Cuando dos o más estéis reunidos…» (Mt 18,20): el amor busca la cercanía, tanto como el odio la distancia. Y es que el hombre comenzó a humanizarse cuando se vio en el espejo de Eva: «esta es carne de mi carne» (Gn 2, 23).

Las secuelas de este confinamiento son impensables. No somos ermitaños, somos cristianos ¡amantes de lo humano! Necesitamos sacar a pasear al niño que llevamos dentro, tanto como al que tenemos fuera. El ser humano tiene que relacionarse (La Biblia es la biblioteca de nuestras tradiciones que nos enseña a relacionarnos desde el Génesis al Apocalipsis. Desde el alfa al omega que diría Teilhard de Chardin).

La niñez, junto a la virginidad (y no me refiero al sexo), no debemos perderla. Con la edad nos hacemos más niños: aumenta la necesidad de ser querido, de salir de la soledad y de compartir. Nuestros mayores decían: hace falta mucha edad para llegar a ser joven.

Todo está dicho, porque «todo está cumplido» (Jn 19, 30). La humanidad sigue su caminar, creando un nuevo logos para intentar explicar el misterio que siempre rodea a la vida y a la muerte.

El logos cambia, pero la humana verdad (por eso es divina) está revelada en el Evangelio desde hace siglos. Únicamente necesitamos saber interpretarla conforme a los signos de los tiempos.

Razón tuvo Robert Jastrow, director del Observatorio Mount Wilson, donde se descubrió la primera evidencia de la teoría del Big Bang, al decir: «El científico ha escalado las montañas de la ignorancia, está a punto de conquistar el pico más alto y, cuando se alza sobre la roca final, es recibido por un grupo de teólogos que estaban sentados allí desde hace siglos».

No es difícil comprender los motivos que tuvo Werner Keller, al titular su conocido estudio sobre arqueología, con la siguiente frase Y la Biblia tenía razón. Sí, la tenía y la sigue teniendo.

El ser humano siempre siente la necesidad de humanizar y de trascender su mundo. Mas no es posible crear un futuro sin trascender el presente y, ¿cómo trascender el presente si desconocemos el pasado? Quien olvida su historia está condenado a repetirla.

Lo profetas (incluyamos a Nostradamus, a quien tanto recuerdan en estos momentos las mentes predestinadas) han tenido muy presente el pasado, pero no para adivinar el futuro, sino para trascender el presente: «Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es. Y Dios restaura lo pasado» (Qo 3,15). «Nada nuevo bajo el sol»(Qo 1,9).

El pesimismo del Qohelet nos muestra la imperiosa necesidad que tiene la humanidad de trascender el infortunio: más allá de cualquier horizonte, siempre hay otro posible aguardando al caminante: Dios.

La experiencia de la muerte (el pasado es muerte, no existe), nos abre a la experiencia del presente, que es donde siempre se encuentra la vida. Creyentes o ateos aprendamos del presente para no volver a repetirlo.


 

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