OPINIÓN

A vueltas con la democracia a la vista.

¿Y con ello que te dan? Apenas nada: el derecho a votar cuando los que mandan deciden que es conveniente o necesario celebrar un plebiscito. El resto de la democracia queda para aquellos a quien concediste el voto...


Publicado en el núm. 145 de Cuadernos de Encuentro, verano de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal)

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A vueltas con la democracia a la vista.

A vueltas con la democracia a la vista


Emilio Álvarez Frías

No es que hayamos tomado tirria a la democracia. ¡Dios nos lo perdone si es así! Simplemente que la vemos tan volátil, tan manejable, tan a gusto de quien mande o ansíe mandar, tan acomodaticia a todas las circunstancias que puedan darse en la vida de las personas y de las instituciones, que da mucho para pensar; y como consecuencia no son pocas las veces que uno se halla dándole vueltas a la sesera tratando de encajar dónde situar lo que le rodea y qué se encuentra alojado en la pura definición de democracia.

Ya tratábamos de acomodarlo, en el comentario que hacíamos en el número anterior de Cuadernos de Encuentro, como muy frecuentemente en el ámbito de los truhanes de las más variadas especies. Pero eso es poco. La cosa es mucho más amplia y complicada. Alcanza espacios mundiales. Es la forma más habitual de gobernar los estados. Diría que se puede considerar como primera manera a tener en consideración en el orden mundial cuando se trata de presidir un país, una institución, hasta el punto de que nos empieza a atosigar. Presentándonos la duda de si, por la facilidad que ofrece para la manipulación, no brindará demasiada resistencia en adquirir categoría de democracia universal de difícil control, de pérdida de libertad para los que no participan en su gestión, lo que podemos apreciar, en la medida de lo actual, por la coerción que día a día se va observando en el discurso de la vida personal y colectiva, pues es evidente la imposición de forma de vida, de entender la historia y la cultura, del ejercicio de la propia voluntad por personas que por sí, o de acuerdo con otros, nos obligan a seguir, sin posibilidad de exponer nuestra opinión, ni de poder elegir variantes distintas a las costumbres que se van imponiendo.

Pongamos dos ejemplos para aclarar nuestro punto de vista. Lo encontramos fácilmente si nos fijamos en cómo se desarrollan las relaciones bancarias estos días y cómo ha de entenderse uno con la administración pública. Cada día es más difícil encontrar el momento de dialogar con un empleado de banco; estamos obligados a recurrir a la informática aunque se tengan pocas nociones de ella; si deseas aclarar algún problema primero has de pasar por todos los números a los que te mande el teléfono al que llames hasta que surja dónde te pueden solucionar el problema que tienes, sin que al final lo consigas; y para tener una entrevista personal has de pedir hora y aclarar para qué tipo de gestión la quieres. Si hablamos de la administración pública, sucede algo parecido, con lo que cualquier tarea se convierte en eterna hasta que se llega al punto donde puede estar tu solución, si es que lo encuentras, y en ese momento te puedes topar con que únicamente te aclaran lo que has de hacer, lo que te lleva a iniciar un nuevo calvario.

Y no digamos si estamos pensando en lo que la democracia es dentro de la política. Fundamentalmente tiene visos de ser una palabra de mucho ringorrango con la que se llenan no pocas bocas cuando la piden a gritos para ti. ¿Y con ello que te dan? Apenas nada: el derecho a votar cuando los que mandan deciden que es conveniente o necesario celebrar un plebiscito. El resto de la democracia queda para aquellos a quien concediste el voto, que la dedican a ocupar todos los espacios que se presentan ante su codicia para conseguir todo aquello que cabe en sus deseos y ambiciones y, por dejadez de los demás, que ya no pintan nada en la democracia, se les deja hacer cuanto anhelan.

Por tanto, en ese acaso, que suele ser muy frecuente cuando se sale de un espacio de libertad, y si se mira hacia el resto de la comunidad, puede surgir la controversia, momento en el que la interpretación y el uso de la democracia se suele escapar de lo comprendido en el vademécum del comportamiento al que han de someterse todos los súbditos, de cualquier calidad que sean, con lo que nacen otros ambientes, surgen diferentes formas de comportarse los protagonistas que entran en liza, se destroza la democracia en uso porque, claramente, brota la imagen de la dictadura que se encuentra en el interior de los contendientes, dando lugar a la implantación de un totalitarismo personificado que ya existía pero que estaba encubierto con las habilidades del o de los truhanes. Y aquello que más enarbola la democracia, la libertad de los individuos –que normalmente no existe salvo en teoría cuando se echa mano del concepto de «libre albedrío» con el que vinimos al mundo en el sentido de ser responsable de nuestros actos–, se quiebra como una fina pieza de cristal de la Real Fábrica de la Granja de San Ildefonso.

Aunque parezca que no es frecuente, que se da en pocas ocasiones, y que solo tiene lugar en el entorno político más elevado, no es así. No es difícil encontrar que en casi todos los lugares donde se agrupan nuestros semejantes y funciona la democracia –siempre es aconsejable suponer la misericordia en algunos casos– germinan los celos, la rivalidad brota por doquier y a veces hasta el rencor se apodera de las almas, cuando no la ambición, la suposición de que uno es capaz de hacerlo mejor, o el simple deseo de figurar, que no es baladí, pues tras él se encierran no pocos apetitos difíciles de saciar.

En este caso se hallan todos los grupos que han de acudir a la democracia como medio para la elección de sus dirigentes, pues, pensar en otro sistema o procedimiento, serían más o menos de fortuna, y los resultados serían fruto de la casualidad y probablemente no los más indicados. Tal es el caso de las asociaciones, los consejos de administración, los partidos políticos, los sindicatos, los clubes deportivos, los ateneos, probablemente hasta las reales academias, y los simples agrupamientos para hacer algo en común. Siempre hay alguien que destaca o desea destacar, bien representando a algún grupo de entre los electores, bien representándose a sí mismo.

La práctica de la democracia, como ya hemos insinuado, cuando toca lo colectivo, está implantada en casi todo lo que nos rodea y muy fundamentalmente en los diferentes estadios de la política. Por más que los actores que se mueven en el contexto correspondiente aboguen por la libertad de acción, de pensamiento, de ejercicio de la voluntad o el deseo mediante el voto, lo cierto es que, desde el momento en el que surge la necesidad de recurrir a la elección de alguien, brota la duda de cómo se ha de manejar el interesado. En ese instante, salvo que se obre a lo loco tirando por la calle de en medio sin reflexión alguna, se valora quién puede ser el más representativo, el más documentado en la materia, el que puede poner en el servicio requerido mayor dedicación y esfuerzo en consonancia con lo que se pretende, el que exhiba las ideas más claras, quien presente el mejor programa, etc. Y en ese etcétera hay que incluir el poder del grupo que tiene mayoría, pues aunque sea de indocumentados, el valor del voto les da irremediablemente el poder. En este tanteo inicial hay que tener presente que, de forma soterrada al principio, y agresivamente al final, suelen surgir las diferencias. Y lo que puede empezar como un cambio de ideas, la discusión de los diferentes puntos de vista que se aportan entre amigos, puede llegar a exteriorizar aspectos francamente broncos y desagradables. Somos así. El ser humano en no pocas ocasiones olvida sus principios y saca a relucir lo más bajo que puede encontrar.

Parece lógico que, en todos los campos, pero en el de la política muy especialmente, los candidatos deberían presentar sus propuestas con gran claridad, documentadas lo más posible, con los complementos adecuados en función de los enfoques que se proyecte dar a los problemas que se pretendan solucionar mediante los programas que se sugieran, lo que debería tener notable difusión entre quienes han de emitir el voto para enfocar la decisión con mayor juicio. Incluso, aunque parezca excesivo, el votante debería tener conocimiento de cada una de las personas que aparecen en las papeletas de votación, pues, para regir los designios de un país, no vale cualquiera, y, por ende, no se debe dotar con indocumentados que carezcan de los conocimientos adecuados, sin historial alguno, los puestos a cubrir. Si en los candidatos se va a depositar un aval, este ha de contar con plena confianza de que va a responder, de acuerdo con los acontecimientos, a las inclinaciones, los deseos y las necesidades de quien emite el voto.

Por el contrario, lo que viene a suceder es frecuentemente lo contrario: que, frente a esa claridad que supuestamente debería existir, lo que suele acaecer en la política de partidos políticos al uso –fundamentalmente los de izquierda y muy frecuentemente los que irrumpen exnovo– es que sacan a relucir aquello que el partido pretende imponer al margen de lo que pueda necesitar el país. Y, por ende, si los fines perseguidos son distintos, el conjunto del Parlamento elegido probablemente no seguirá la ruta adecuada, sino que cada uno tirará de las riendas en una dirección distinta, surgiendo el enfrentamiento que puede llegar a extremos sorprendentes e increíbles.

Así, los candidatos no intentan ofrecer un programa sensato de actuación beneficioso para los votantes y el propio conjunto del país; su oferta está plagada de latiguillos prometedores de novedades no fundamentadas en el buen hacer para conseguir las metas que esperan los electores, sino que los postulantes aprovechan todos los deseos que se supone en la mente de los incautos que procuran atraer a sus filas, pero sin ánimo de cumplir, pues en no pocos casos son irrealizables. Y ofrecen cosas que no son prioritarias para la nación.

Caso claro es el que se está produciendo en España con el enlace Pedro Sánchez-Pablo Iglesias más los despojos recogidos en variadas siglas, algunas tan perniciosas como las que encubren los separatismos, incluso de algunos que han apoyado sus actuaciones en la violencia y la muerte. No hace mucho pudimos leer en la prensa digital un artículo de la abogado y periodista Guadalupe Sánchez que reflejaba así el trabajo realizado por esa troupe:

«Los contrapesos del Estado de derecho se diluyen de la misma manera que desaparecían las ovejas en las granjas de la aldea. Hay casi tantas tropelías como días de mandato: el nombramiento de la ministra de Justicia Dolores Delgado como fiscal general, decisiones que afectaban a los derechos y libertades de los españoles fundadas en informes de comités de expertos inexistentes, el uso propagandístico del CIS, la monitorización de las redes sociales aprovechando la emergencia sanitaria, la destitución de altos mandos de la Benemérita que se negaron a informar a Interior de las investigaciones que realizaban por orden de un juez, la prórroga de seis meses del estado de alarma que les permite gobernar en una situación de excepcionalidad constitucional, la creación de un “ministerio de la verdad”, las iniciativas legislativas que pretendían el asalto al poder judicial, los decretos pandémicos que atentan contra el derecho a la tutela judicial efectiva y la propiedad privada legalizando la 'okupación' de viviendas, la reducción o eliminación de los controles en el reparto de ayudas y los fondos europeos, la vulneración del derecho de los padres a elegir la educación moral de sus hijos y la supresión de los centros de educación especial mediante la aprobación de la Ley Celaá, un proyecto para reformar los delitos contra la libertad sexual que vulnera la presunción de inocencia de los acusados varones, una ley de memoria democrática que pretende coartar la libertad de expresión o, esta última semana, el uso del preámbulo de una Ley Orgánica modificativa del Código Penal para tildar de antidemocrático al anterior gobierno del Partido Popular. Y seguro que aún me dejo muchas en el tintero».

Es un resumen que, incluso sin mencionar temas como el aborto, la eutanasia y el empeño puesto en que los españoles, desde la tierna infancia, puedan elegir el sexo con el que vivir, está claro que queda al margen de las necesidades actuales de los españoles y España.

Todo ello, en esos países que van siendo controlados por el totalitarismo social-comunista, manejado con la batuta de un progresismo que no se termina de ver por ninguna parte, toda vez que la gente que ellos controlan no llega a disfrutar de ningún progreso, sino que van degenerando paso a paso bajo el control de dictadores, como es fácil ver en los estados que han padecido o están padeciendo esos gobiernos.

En España se percibió a partir del asalto que se produjo por parte de Pedro Sánchez al Gobierno de la nación, en el que ha montado un régimen comunista dictatorial con ánimo se continuar por esa senda hasta sabe Dios dónde, sobre todo desde que hizo el maridaje con Pablo Iglesias y su Podemos. Camino que en buena medida han podido llevar adelante gracias al covid-19, pues con sus decretos y disposiciones han conseguido aprobar leyes apenas sin controversia, mientras desatendían por incapacidad cómo hacer frente a la pandemia. En el desbarajuste en el que se encuentra el país podemos asegurar que la democracia existente en España en este momento es la del punto tercero de los tres que puede haber, según el jurista y politólogo Maurice Duverger, es decir, la unión del punto 3 con el origen en el 2, que caracteriza una dictadura:

  1. Que el régimen se instale y se mantenga por la fuerza, especialmente la militar. 
  2. Que sea arbitrario, es decir, que suprima las libertades y controle las decisiones de los órganos arbitrales o jurisdiccionales.
  3. Que sea considerado ilegítimo por una gran parte de los ciudadanos.

Es decir, en España se han suprimido arbitrariamente las libertades y están controlados los órganos legislativos y jurisdiccionales por Pedro Sánchez y toda la patulea de gentes que ha metido en la Administración del Estado. Situación que es considerada ilegítima por gran parte de la población del país.

Entre esas formas de entender la democracia y ejercer la libertad surge el enfrentamiento, en no pocas ocasiones francamente desagradable, que es lo que sucede en España como ha quedado de manifiesto en la reciente campaña electoral por la Comunidad de Madrid. Difícil será que podamos recoger toda la mendicidad que se ha manejado, las miserias que se han utilizado, las vergüenzas que se han tratado de poner de manifiesto, las mentiras que se han manipulado, la violencia que se ha utilizado y los medios que se han enarbolado para machacar al «enemigo».

De poco sirvieron a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias las artimañas montadas, con el asesoramiento del lince Ivan Redondo quien desde la oscuridad manejó los hilos para que la oposición se diera el batacazo. Fue una derrota total lo acontecido en el debate de Telemadrid, aunque se hartaran de provocar a Isabel Ayuso que apisonó a Pablo Iglesias sin mover una pestaña, y otro tanto supo hacer Rocío Monasterio por más que tildaran a VOX de ultraderechista y se empeñaran en que había que sacrificarlos, masacrarlos porque eran perjudiciales, dañinos y nocivos para España. Pena resultaba escuchar a Ángel Gabilondo que presentaba la impresión de no saber dónde se encontraba; y producía grima ver cómo se desmelenó Mónica García increpando a Isabel Ayuso sobre las medidas tomadas en Madrid contra la pandemia –que han sido elogiadas por otros países– olvidando los trapicheos del Gobierno de la nación con las mascarillas, la ropa de los profesionales que atendían los hospitales, etc., las compras realizadas a través de empresas mediadoras que no tenían ni oficina, las primas pagadas por los transportes y distribución de todo lo que se importaba sin tener en cuenta las empresas nacionales,... de cuyas carencias y defectos ella misma fue afectada por pertenecer al colectivo sanitario que se estaba entregando a solucionar el problema, y no por culpa de la Ayuso. Sentimos el papel de Edmundo Bal y sus buenas intenciones, pero el camino tomado por Ciudadanos es un error.

Pandemonio que montaron de nuevo en la Cadena SER aprovechando un comentario de Rocío Monasterio sobre las cartas conteniendo una bala enviadas a Iglesias, Marlaska y la directora general de la Guardia Civil. Sin duda lo llevaban preparado y su actitud provocadora dio lugar al rifirrafe que se articuló por iniciativa de Pablo Iglesias y que continuó en todo lo que quedaba de campaña electoral.

Realmente da aversión encontrarse con esta gente que provoca, insulta, denigra, avasalla si puede, al opuesto con tal de conseguir sacar adelante su proyecto. Esto no es la democracia que el mundo debe desear, que deben querer todos los pobladores del satélite Tierra. Evidentemente, cualquier persona sensata no debe considerar que los postulados de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez son los más idóneos para la mejor convivencia de los humanos. En todos ellos no se ve la creación, sino la destrucción.

A Dios gracias, como en algunas ocasiones sucede, el buen vasallo de Madrid valoró a tiempo las ofertas que ofrecían unos y otros, como tenía que hacer, y se inclinó por la que ofrecía el buen señor, es decir Isabel Diaz Ayuso y Rocío Monasterio, cada una con sus particularidades, que consiguieron imponerse a las ofertas de la izquierda encaminadas a la destrucción de España. De tal importancia fue la derrota que inclinó a Pablo Iglesias a despedirse de la política en todos los campos –aunque con el pensamiento en la oferta de un empleo donde podría seguir soltando su bilis– (oferta que posteriormente fue negada por el responsable de la firma en cuestión), cosa que tendrá que hacer también Ángel Gabilondo, pues está claro que este no es campo donde ejercer sus preferencias –y al que también le tienen preparado un buen lugar para descansar mientras le llega la jubilación–.

Y llegamos al final sin poder asegurar si la democracia es el mejor sistema de gobierno. Lo es, como otras muchas cosas, según se ejerza, según se lleve a la práctica, según intenten utilizarlo para dirigir los estados o las instituciones. Fundamentalmente cuando el Gobierno esté dirigido por un buen señor, como reza el Cantar del Mío Cid cuando este pasara por Burgos, sobre el año 1080, camino del exilio:

Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
«¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!»

A España le falta hoy día el buen señor que recuerde la bonhomía a los vasallos que han perdido las buenas cualidades que los ornaran en otros tiempos.