JOSÉ ANTONIO

Sobre la tumba de José Antonio

Está llegando la hora, si es que no ha llegado ya, en que deberemos enfrentarnos a una cuestión clave: ¿deberemos dejar al albur de otros qué hacer con los restos de José Antonio? ¿Debemos dejar la cuestión como si nada tuviera que ver con nosotros?


Artículo recuperado de junio de 2020. Recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.

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Sobre la tumba de José Antonio

Sobre la tumba de José Antonio


Si hay algo que me tiene preocupado, sorprendido y asombrado, desde hace mucho tiempo, es el silencio que reina en el planeta azul acerca de lo que puede pasar con la tumba de José Antonio, situada, desde el 31 de marzo de 1959, a los pies del altar mayor de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Ese ‘mucho’ tiempo al que aludo es anterior, en todo caso, a la penosa historia vivida en España en 2019 con motivo de la exhumación de los restos de Franco de la que ocupaba en la misma basílica, justo enfrente de la de José Antonio, al otro lado del altar, desde noviembre de 1975.

Quiero decir con esto que el hecho de escribir estas líneas no está motivado ni urgido por la consumación de esa exhumación, ni responde por tanto a una precaución ex post, del tipo que plasma nuestro refranero cuando avisa de que es de prudentes poner las barbas propias en remojo cuando se ven pelar las del vecino.

Mi preocupación, conocida por algunos camaradas, tenía y sigue teniendo otros orígenes, me atrevería a decir que más éticos, e incluso más joseantonianos en el sentido de presumir, al decir eso, de estar en línea con el humanismo cristiano y el mensaje político de reconciliación entre ‘las dos Españas’ que se desprende de la doctrina y el ejemplo de vida de José Antonio Primo de Rivera.

Expresaré esos orígenes de la siguiente forma: la España que entiendo que queremos, la ‘España superadora’ de siglos de confrontación cainita, ha de ser distinta a la de hoy, pero también a la de 1936, la de 1959, o la de 1975. Por tanto, no se puede pensar en esa España con parámetros ya periclitados.

Poniendo a cada cosa en su nivel, y dando a cada cosa la importancia que tiene, no se puede conseguir esa España libre y resurgida, en base a mantener cierta preeminencia formal en los signos identificativos de una mitad de España sobre los signos de la otra mitad. Aunque esos signos tengan la representación de unas losas sepulcrales; los muertos que yacen bajo ellas no pueden ser más objeto de división, aunque sea figurada. Esta es mi creencia.

Esta es mi creencia, digo… Pero, encerrada en mi cárcel interior, sólo puedo aspirar a debatirla y concertarla, en su caso, con otros. Sola y aislada en mí mismo, se pudrirá. Y alcanzará un paroxismo de putrefacción cuando los hechos a que muy posible y probablemente vamos a asistir a no mucho tardar, se presenten.

Hechos que, según preveo, se concretarán en uno de estos dos caminos: a) o bien los herederos de José Antonio se avienen a trasladar sus restos a un enclave familiar; b) o bien el Gobierno de turno, éste o cualquier otro, sea ‘amigo’ o ‘enemigo’, más temprano que tarde, trasladarán sus restos al osario común dentro del complejo del Valle de los Caídos, o vaya usted a saber dónde.

Este es el panorama. Y reclamo humilde, aunque imperativamente, que se abra una reflexión y un debate sobre la cuestión por parte de falangistas, joseantonianos y españoles todos de buena voluntad, sobre la base de que la ‘solución’ b) no puede ser aceptada por nosotros sin que se nos caiga la cara de vergüenza, y que la ‘solución’ a) no nos satisface, desde la consideración de que la figura de José Antonio no la podemos tener como de competencia exclusiva de la familia Primo de Rivera.

En este caso, deberíamos entrar en contacto con los herederos para ponernos a su disposición, y hacerles saber que cuentan con nosotros para, en unión con ellos, buscar un emplazamiento digno, decoroso, y en consonancia con la egregia figura de uno de los hombres más grandes que ha tenido España.

Es sobre estas apreciaciones que entenderán quienes lean estas líneas por qué hablo de sorpresa y de asombro al constatar que no veo señal alguna sobre la materia en el planeta azul. Me niego a creer que estemos tan inermes anímica y materialmente como para no decir nada.

En esta materia ha llegado ‘la hora de la verdad’ para nosotros, y comprobar si ya somos solo restos fríos de una hoguera, o rescoldo que aun palpita de rojo bajo una capa de ceniza.


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