La Razón de la Proa

HISTORIA

A los 85 años: ¿Caída o liberación de Barcelona?

Ese 26 de enero quedó grabado en una parte de la conciencia colectiva de los barceloneses que durante varias generaciones no podrían olvidarla, por mucho que ahora se intente reformular un relato alternativo.


Autor.- Javier Barraycoa. ​​Publicado en la revista El Mentidero de la Villa de Madrid (24/FEB/2024). Ver portada de El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Escenas del recibimiento de los barceloneses a las tropas nacionales, el 26 de enero de 1939
A los 85 años: ¿Caída o liberación de Barcelona?

El 26 de enero de 1939, las tropas nacionales entraban en la ciudad de Barcelona. Según el bando de la contienda civil al que uno permaneciera, el hecho aún es recordado bien como una caída, bien como una liberación. Pero los rostros que recientemente han salido a la luz de aquellos barceloneses lo dicen todo. Su felicidad indica su sentimiento de liberación tras los horribles años sufriendo una guerra y una revolución difíciles de relatar. Esos rostros forman parte de la obra hasta ahora inédita de Francisco Martínez Gascón, alias Kautela, fotógrafo del bando nacional que acompañó al general Yagüe en los preliminares y en la toma de Barcelona. Su obra fotográfica ha sido recientemente editada con el título de Kautela: un fotógrafo en la España franquista [1]. Los autores de la recopilación se han encargado de repetir por activa y pasiva de que no es un trabajo de apología del franquismo. Será porque todas las fotografías revelan la felicidad sin par de toda Barcelona. Por si hubiera dudas hay testimonios gráficos del otro bando, en el mismo sentido. Un militante del PSUC, José María Pérez Molinos, decidió no tomar el camino del exilio y quedarse en la Ciudad Condal con su cámara para eternizar el momento. Lo hizo con tanta naturalidad que hasta le contrataron después como retratista oficial en el Gobierno Civil, pasando a formar parte del Servicio Nacional de Propaganda.

Ese 26 de enero quedó grabado en una parte de la conciencia colectiva de los barceloneses que durante varias generaciones no podrían olvidarla, por mucho que ahora se intente reformular un relato alternativo. Pues hay improntas históricas que son imposibles de borrar; de hecho, aún hoy cada año se celebra en la ciudad una Misa por la liberación de Barcelona. Hace años, Arcadi Espada relató en un artículo cómo se mitificó la caída de Barcelona:

«En Barcelona los franquistas no tuvieron que aplastar una sola barricada. Ni desarmar a un solo francotirador. Barcelona fue una capital abierta, como el París rendido a los nazis. Un día me hablaba Joan Capri, el humorista, de aquella mañana. Salió a la Diagonal, era crío, vio pasar los tanques y se puso delante de uno, levantando las manos, para rendirse y provocarlos. No le echaron en cuenta y siguieron. Creo que ésa fue toda la resistencia. No sólo eso. Al día siguiente fueron a la plaza Cataluña las multitudes, y la más hermosa sonreía al más fiero de los vencedores, en perfecta lírica hispánica» [2].

La recreación en la transición de una Barcelona gris y triste de la posguerra contrasta con los testimonios de la época. Barcelona no sólo fue liberada desde fuera, sino que se liberó a sí misma, porque su deseo era acabar con la guerra, no seguir combatiendo. Muchas biografías y memorias de políticos del bando republicano de aquellos tiempos, manifiestan este deseo común: que llegaran las fuerzas nacionales y terminara la guerra. Un testimonio significativo es el del socialista José Recasens, hermano de los banqueros propietarios del Banc de Catalunya que había sido un entusiasta republicano. En sus memorias, escribe desde un pueblecito de Cataluña:

«Por fin, hoy –28 de enero de 1939– han llegado a este pueblo pintoresco –Figaró– las tropas nacionales. Los esperábamos con ansia. Han hecho su entrada triunfal hacia las dos de la tarde. Nos han hecho cenar tarde, pero no nos ha dolido ni poco ni mucho, porque el acontecimiento nos ha satisfecho más que la mejor de las comidas. Lo he de declarar sinceramente: hasta incluso yo que tenía dos hijos en las filas del Ejército republicano, que he combatido implacablemente el fascismo, que he sido enemigo indomable del militarismo y de las revueltas militares, estaba anhelando, esperando aquel momento» [3].


No hubo otro 11 de septiembre


A pesar de los continuos llamamientos del Gobierno de la República y de la Generalitat de Cataluña en imitar a Madrid y su No pasarán o rememorar un nuevo 11 de septiembre de 1714, prácticamente nadie quiso defender Barcelona frente al avance de las fuerzas nacionales. Las líneas defensivas caían como castillos de naipes, lo que denotaba la farsa de la retórica sobre la que se fundaba una prácticamente extinta República. Las fuerzas nacionales emprendieron la ofensiva desde Lérida el 23 de diciembre de 1938. En poco más de un mes llegaron a Barcelona. Las cuatro líneas defensivas del general Vicente Rojo sólo son marcas en los planos de guerra que fácilmente se sobrepasan. Poco importa que el 16 de enero el Gobierno republicano en Barcelona movilice a todos los hombres de entre 17 y 55 años. El domingo 22 de enero, mientras las radios catalanas llaman al combate y a la resistencia numantina de la Ciudad Condal, el presidente Juan Negrín ya está instalado en Gerona con su Gobierno y el de la Generalitat, bien cerca de la frontera. La deserción de la clase política fue total. Ese mismo día 22, el Gobierno de Negrín celebró su último Consejo de Ministros en Barcelona, después del cual publicó una nota oficial en la que se comunicaba:

«El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de Gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona».
Pero al día siguiente estaban en Gerona y al otro en Francia.

Enterada la población civil de la huida de sus dirigentes, emprende la propia iniciándose un éxodo de la capital catalana. El periodista inglés Herbert Matthews, corresponsal de Time y testigo de los últimos días de la Barcelona republicana, narró en un libro su experiencia. El último día antes de la caída de Barcelona marchó para Perpiñán y desde ahí se lamentaba:

«Por amor a la República y a la democracia se debió combatir por Barcelona [...] Había razones suficientes para la caída de la ciudad y sin embargo suscita resentimiento que los catalanes, a diferencia de los castellanos de Madrid, de los polacos de Varsovia y de los rusos de Stalingrado no escribiesen una página heroica para consignarla en la historia».

Las grandilocuentes retóricas se las llevó el viento. La comunista Teresa Pàmies fue de las que –como tantos otros– habían prometido defender hasta la muerte la República, pero que huyeron abandonando a sus camaradas heridos en los hospitales. Trágicas son las palabras que deja estampadas en sus memorias:

«Jamás podré olvidar una cosa: los heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos» [4].

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Plaza de Cataluña, al fondo el cruce de la calle Pelayo con Las Ramblas 

Tropas nacionales en Barcelona


Josep Andreu i Abelló, presidente del Tribunal de Casación de Cataluña, relata la última noche con Companys por la Barcelona acechada por las tropas nacionales:

«Fue una noche como nunca olvidaré. El silencio era total, un silencio terrible, como sólo se advierte en el punto culminante de una tragedia. Fuimos a la plaza de Sant Jaume y nos despedimos de la Generalitat y de la ciudad. Eran las dos de la madrugada. La vanguardia del ejército nacionalista estaba ya en el Tibidabo y cerca de Montjuic. No creíamos que volviésemos jamás» [5].

Companys salió de Barcelona a las tres de la madrugada del 24. Dejaba una ciudad engañada que aún creía que sus dirigentes los acompañaban en la tragedia. La mentira sistemática negaba lo evidente. El parte de guerra republicano del 25 de enero afirma que:

«Frente de Cataluña. En la jornada de hoy han continuado librándose vivísimos combates en todos los sectores de este frente, en los que las tropas españolas continúan resistiendo con heroísmo».
Al día siguiente las tropas nacionales entraban en Barcelona.

El parte de guerra del 26 de enero del bando republicano ignora completamente que haya caído la Ciudad Condal y sólo menciona los frentes del centro y del levante. No obstante, la noticia había llegado a los dirigentes de la República que ya estaban al tocar en la frontera. Negrín la recibió en Figueras. Con él estaba el dirigente socialista italiano y ex comisario de las Brigadas Internacionales Pietro Nenni; éste le inquirió dónde iba a poner nueva línea defensiva. A lo cual Negrín le confesó que la guerra estaba perdida, pues la voluntad del pueblo republicano estaba desmoronada y el problema ya no era técnico, sino psicológico. Manuel Azaña estaba en Perelada y su actitud denotaba que ya poco le importaba la guerra. En el famoso castillo estaba buena parte del patrimonio pictórico del museo del Prado. Y en ese ambiente, se puso metafísico. Se puso a departir con los funcionarios encargados de custodiar las obras de arte y les comentó:

«Dentro de cien años habrá mucha gente que no sepa ya quiénes éramos Franco ni yo, pero todo el mundo sabrá quiénes fueron Velázquez y Goya».

Companys, recibió la noticia en Montsolís junto a Abelló. Las malas nuevas las trajeron los consellers de su gobierno que iban llegando de Barcelona. En un nuevo acto de ilusión política, acuerdan que Olot sea la sede del Gobierno de la Generalitat. Mientras, el cainismo catalanista ya se ha puesto nuevamente en marcha. Por la ciudad de Gerona deambulan los diputados del Parlamento catalán. Se reúnen simulando reuniones parlamentarias en algún hotel. Algunos de ellos piden que se destituya al Gobierno de Companys. El todavía presidente del Parlament, Josep irla, les acusa de traidores y les amenaza con detenerlos a todos. Poco después, los diputados amenazados consiguieron un autocar que los trasladó a Cantallops, cerca de la frontera francesa. La ficción de una Generalitat se iba deshaciendo conforme pasaban las horas. Mientras los partes de guerra republicanos siguen contribuyendo al simulacro. El del 27 de enero contiene las siguientes risibles palabras:

«Nuestras tropas resisten tenazmente la intensa presión enemiga, en todos los sectores, ejecutando con orden total y magnífica disciplina, los repliegues que el Alto Mando ha estimado conveniente realizar en contados lugares. Los soldados españoles, dando muestras de su elevadísimo espíritu patriótico y desafiando la acción constante de la artillería y aviación de las fuerzas invasoras, han realizado con éxito algunos contraataques en el sector central de este frente».

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Plaza de Cataluña, al fondo los edificios del lado mar

Barcelona tampoco ardió como deseaba el soviet


En la novela histórica de Guillem Martí ¡Quemad Barcelona! (Destino, 2015), el biznieto de Miquel Serra i Pàmies recrea una historia poco conocida. Serra en 1939 era consejero de Obras Públicas de la Generalitat y dirigente del comunista PSUC. Recibió una inesperada orden de la Komintern soviética. Debía arrasar completamente Barcelona antes de la entrada de las tropas de Franco: industrias, transportes, edificios... Era la política de tierra quemada para el enemigo impuesta por la Unión Soviética. Ya en el exilio mexicano, en carta a su hermano le confesaba cómo consiguió dilatar los deseos comunistas; y así, paradójicamente, la entrada de las tropas nacionales evitó un desastre de dimensiones inimaginables. Su biznieto reconoce que:

«había tres gobiernos, por así de decirlo: uno era la Generalitat catalana, que era un elemento residual; el segundo era el gobierno de la República; y el tercero, obviamente, era el Partido Comunista de España, el que daba las órdenes con el apoyo de la Internacional Comunista y sus agentes».

De hecho, tuvo lugar una reunión del PCE, el PSUC y los militares de demoliciones para destruir Barcelona:

«La mayoría de militares eran de la Brigada Líster y se acordó comenzar la destrucción de las fábricas, todas las instalaciones portuarias, La Barcelonesa de la calle Mata (junto a La Canadiense) y la térmica de Sant Adrià y finalmente volar los túneles del Metro».

Serra se exilió, como tantos otros, pero fue conducido directamente a Moscú y juzgado como traidor por no obedecer órdenes directas y enviado al gulag.

«Se le acusó de agente doble, de agente franquista, de ser el culpable de la caída de Barcelona, de hacer que el ejército republicano perdiera la Guerra Civil. Sin embargo, cuando llegó la hora del juicio se le comunicó que la pena consistía en ir a Chile para ayudar al partido allí. Cuando horas después cogió un tren que se dirigía al norte comprendió que su destino no era Chile», explica el autor de ¡Quemad Barcelona!

De ahí pasó a México después de un penoso periplo tras un proceso moscovita de siete meses, en el que se le acusó, entre otros cargos, de masón, de promover una escisión en el PSUC, de minar la resistencia civil de Cataluña y de reconstruir la aburguesada Unión Socialista de Cataluña. Ahí es poco. Es de recomendable lectura la obra que publicó su hermano Josep Serra i Pàmies titulada Fou una guerra contra tots (1936-1939).Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona. (Pòrtic, 1980). En ella se describe el ambiente autodestructivo de los restos de la República. Ya Negrín había querido destruir la industria pesada de Bilbao, aplicando la política de tierra quemada, pero fueron sus aliados los gudaris del PNV los que lo impidieron. Semejante traición a la causa permitió a Franco contar con los Altos Hornos de Bilbao y el resto de la industria pesada vasca; ésta produjo más en 1938 para los nacionales que entre julio de 1936 y junio de 1937 para el Frente Popular.

La ausencia de autoridades en Barcelona, facilitó su salvación de la destrucción. Manuel Tagüeña Lacorte fue el jefe de máximo rango militar que quedaba en Barcelona. En el edificio que volvió a ser Capitanía General no había ningún mando y sólo unos soldados, adscritos a los servicios de esta dependencia. De los dirigentes políticos sólo quedaron algunos del PCE y el PSUC. Sólo unos pocos irredentos intentaron una absurda defensa cavando inútiles trincheras; aún se vieron carros o coches blindados de la CNT/FAI intentando desesperadamente movilizar una población que no sólo no combatió a las fuerzas nacionales, sino que los recibió con lágrimas de alegría. Algunos anarquistas, sabiéndose perdidos, quisieron dinamitar el templo del Tibidabo. De hecho, tenían colocados y preparados todos los explosivos. Por una providencia, las Brigadas Navarras junto a otras fuerzas estaban apostadas detrás del Tibidabo y enviaron unos requetés para otear la cima del monte. In situ sorprendieron a los anarquistas apunto de ejecutar la destrucción, pero los tirotearon a tiempo, con lo que salvaron el emblemático templo. En algunas memorias de requetés catalanes encuadrados en las filas de las Brigadas Navarras, se repiten anécdotas muy parecidas que dan una idea de la situación en Barcelona. Todavía el 25, la ciudad era republicana; sin embargo, algunos carlistas con familia ahí, se adentraron en sus barrios para saludar a sus familiares y avisarles de que al día siguiente iban a entrar las tropas nacionales. Pudieron cenar en sus casas y volver a su acuartelamiento fuera de la ciudad.


El curioso relevo político y el inesperado recibimiento


La última autoridad republicana en abandonar la ciudad fue el alcalde Hilari Salvador. Entonces ocurrió un hecho inusitado. Las tropas nacionales habían podido penetrar hasta el centro de la ciudad y llegar al Ayuntamiento. Eran las cinco de la tarde cuando llamaron a la puerta un teniente y un alférez. El teniente era el legionario Víctor Felipe Martínez de la Bandera de Carros de Combate del Cuerpo del Ejército Marroquí, el cual redactó de su puño y letra el acta de ocupación de la alcaldía, que provisionalmente desempeñaría el cargo en las próximas horas, hasta la posesión del cargo por Miguel Mateu. El acta decía:

«A las cuatro y media del día hoy han sido tomados la Generalidad y el Ayuntamiento por el capitán de la Legión Víctor Felipe Martínez. Barcelona, 26 de enero de 1939, III Año Triunfal. Actúan como testigos, Rafael García Aroca, Miguel Vergés Oller y José Suñé; como secretario José Rueda».

Inmediatamente se cambió la bandera republicana por la rojigualda. Así, durante unas horas, Barcelona tuvo un alcalde legionario. A la misma hora se ocupó el edificio de la Generalitat.

La única autoridad republicana en la ciudad que hemos reseñado, Tagüeña Lacorte, escribió en sus memorias:

«Nuestras unidades también retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas, precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión. Mientras por una calle entraban los conquistadores, aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se entregaban, considerando inútil seguir adelante» [6].

En el otro bando, otro testigo, el cronista Justo Sevillano, publicó en La Vanguardia Española del 18 de julio de 1939 los recuerdos de ese 26 de enero, bajo el título Así fue la liberación de Barcelona:

«A la una de la tarde me aventuré en el carro de combate 614, [...] hasta Sarriá. Nos tiraban aún. Había un nido de ametralladoras, servido por voluntarios, que tiraban bastante y había unos tiradores sueltos, pero en casi todos los balcones y terrazas se veían banderas blancas y ya salía la gente a la calle alzando el brazo con la mano extendida. En aquellas condiciones no podíamos hacer fuego sin causar sensibles bajas entre los nuestros [...] ¿Cómo nos iban a recibir aquella ciudad enorme? [...] Alguien a mi lado, recelaba. –¡Estos catalanes! – [pero] Estos catalanes se lanzaron a la calle en la más clamorosa manifestación de alegría que yo recuerdo».
El testimonio no es exagerado, se repite en todos los escritos de los protagonistas.

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Una unidad del Requeté por la avenida de la Diagonal

Carlistas en Barcelona, tras la liberación


Quizá uno de los relatos más impresionantes es el relatado en el diario de Pere Tarrés, actualmente beatificado, miembro de la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC) y actualmente uno de los mitos de cristianismo catalanista. En la última página se lee la impresión que le causó la entrada de las tropas nacionales en Barcelona:

«26 de enero: Noticias. Ruido de combate. La misma expectación de ayer, pero todavía más fuerte. ¡Dios mío salva a la Patria! Cuando pienso que todo este ruido es el mismo que oía antes de ocupar los pueblos de Catalunya en los que hacíamos resistencia, y que ahora lo oigo a las puertas de Barcelona, no sé qué me ocurre de tanta alegría... El ruido se acerca... ¡se acerca la primavera y con ella la tan suspirada paz y el restablecimiento del Reino de Cristo! Los partidos comunista, socialista, CNT, invitan al pueblo a la resistencia... palabras que caían en el vacío... casi daba risa. ¡Quién quiere que se levante, si toda la juventud ha sido asesinada o ha muerto en la guerra! ¿Quién puede levantarse para defender un terrible régimen de tiranía y de terror bajo la estrella roja y la bandera roja y negra o encarnada, del odio a muerte y la lucha de clases? Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo. Lloraría de alegría. Noticias que han comenzado a entrar... Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos, ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña ya está salvada. Dios mío, ¿es posible que llegue la hora de la liberación?... Cuando todo parecía hundido, Tú has resurgido lleno de gloria ¡Señor, es tu gloria lo único que me interesa...! ¡Dios mío, Dios mío, gracias por haberme permitido presenciar tanto gozo, la alegría de un pueblo que resucita! Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo, lloraría de alegría. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está salvada. La entrada del ejército Nacional liberador de España en las Ramblas ha sido grandiosa, a los gritos de Arriba España y Viva Franco. Nos abrazábamos por las calles… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de «¡Viva España! ¡Viva Cataluña española!««Virgen María continua velando por nuestra Patria«. «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española» [7].

La apoteosis del triunfo tuvo su escenario grandioso en la plaza de Cataluña, con la primera y multitudinaria Misa de campaña celebrada en una ciudad que tanto se ensañó contra toda idea religiosa. Una descomunal muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. Sólo pocos, y gracias a la organización secreta del Socorro Blanco, habían conseguido que en la clandestinidad mantener el culto en casas privadas y con todas las prevenciones. En esa magnífica Misa en la plaza de Cataluña, el altar había sido revestido con unos manteles que provenían del vestido de novia de una margarita carlista. Estaba a punto de casarse antes del inicio de la contienda; el novio escapó al bando nacional para alistarse con los requetés y perdió la vida en el campo de combate. Todavía hoy se conservan y usan en ocasiones especiales en una iglesia de Barcelona que la discreción nos impide desvelar. Igual que en otro lugar de Barcelona se usa para la adoración eucarística una custodia en forma de Laureada de San Fernando que Franco regaló. Por desgracia, el temor a que esos objetos sean retirados ha obligado al silencio de los pocos que conocen esos vestigios de la memoria de la Barcelona liberada.


Aparecen miles de banderas rojigualdas


Los escarceos de las escasas tanquetas anarquistas y comunistas de poco sirvieron. La ciudad bullía en animación y vitoreaba sin cesar a los soldados. La liberación de Barcelona, era en el fondo la ineludible primicia del fin de la guerra. Atrás quedaban tantos asesinatos, paseos, checas, hambre y demás calamidades. El mismo día 26, resueltas las escasas escaramuzas, a las 19 horas, el general Juan Bautista Sánchez, pronunciaba un discurso por la radio:

«¡Catalanes! Hace pocos momentos que el glorioso Ejército español comenzó a entrar en la ciudad de Barcelona. Tomada ya totalmente la población, las fuerzas desfilan tranquilamente por las calles levantando indescriptible entusiasmo. La muchedumbre vitorea a los soldados. Ciudadanos, ¡engalanad vuestros balcones! Os diré en primer lugar a los barceloneses, a los catalanes, que os agradezco con toda el alma el recibimiento entusiástico que habéis hecho a nuestras Fuerzas Armadas. También digo al resto de españoles que era un gran error eso de que Cataluña era separatista, de que era antiespañola. ¡Debo decir que nos han hecho el recibimiento más entusiasta que yo he visto! [...] He asistido a la conquista de las cuatro provincias del Norte; he paseado la Bandera Nacional y el Escudo de Navarra por Aragón, por Castellón, por todas partes y en ningún sitio, os digo, en ningún sitio nos han recibido con el entusiasmo y la cordialidad que en Barcelona».


Misa multitudinaria en la plaza de Cataluña


Este testimonio podría parecer manipulado e intencionado, pero ni las crónicas, ni las memorias de los republicanos, ni los testigos de esos hechos lo desmienten. El escritor inglés James Cleugh, describe el recibimiento del pueblo de Barcelona a las tropas nacionales:

«Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria» [8].

O un soldado republicano que decidió permanecer en Barcelona, Joan Font Peydró, relata su vivencia:

«Cuando llegamos a la Diagonal, la bandera que vimos pasar desde el balcón apenas ha podido recorrer unos metros. Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. Esto no se puede describir. Hay que vivirlo para tener una idea de tales momentos. Van llegando más tropas. Y es un río de gente el que los asalta... Un enorme trimotor vuela bajísimo a lo largo de la Diagonal. Miles de manos le saludan. Unos tanques van caminando airosos; pero casi no se les ve. El gentío se ha encaramado en ellos y tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ya ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle. Y se desborda el entusiasmo. Llegamos a la plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!».

En las crónicas se relata que la primera bandera nacional que se colgó en Barcelona, fue a instancias de una enfermera que la alzó en la iglesia de Pompeya, en la Diagonal, que había sido reconvertida en Policlínica. Aunque posiblemente la primera bandera española fue colgada por otra mujer, la señora Suriá, que era esposa del señor Vives, padre de una famosa saga de carlistas catalanes. El matrimonio vivía en un edificio municipal de la plaza de Lesseps, y en él ondeaba la bandera republicana. La señora Suriá, mientras que todavía corrían tanquetas republicanas por las calles, se subió a la asta de la bandera, ayudada por un hijo pequeño Luís, y con un cuchillo rajó la bandera republicana sustituyéndola por la bandera nacional. Esta mujer, catalana de pura cepa, había guardado celosamente una bandera bicolor durante toda la guerra. Hoy esta bandera todavía se conserva familiarmente como una reliquia. Pero no fue el único caso. El día 26, los balcones de Barcelona se engalanaron con banderas que muchas familias habían conseguido guardar, a pesar de los innumerables registros en los que el descubrimiento de las telas les habría acarreado la cárcel y la muerte. Y los que no tenían banderas españolas, las componían colgando en las ventanas y balcones prendas de vestir amarillas y rojas.

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Misa de campaña en plaza de Cataluña 

El reciclaje de republicanos en franquistas


Cuenta Solé Caralt en sus memorias que, al final de la guerra, volvió a su casa en la comarca del Baix Penedés [9]. Allí, sorprendido, se encontró a los izquierdistas del pueblo gritar «¡Viva Franco!». Un amigo suyo se encargó de la depuración, que fue muy limitada. Aunque se dio la sorpresa de que los dirigentes republicanos se delataban entre sí. Un articulista de El Noticiero Universal comentaba el 22 de marzo de 1939:

«algunos empleados [de la Administración pública] que después de una actuación francamente marxista durante dos años y medio adaptados a la política de aquel tiempo, siguen tan tranquilos en el desempeño de su cargo y ahora son los primeros en manifestar su entusiasmo por la España de Franco y hasta alguno intenta encuadrarse en Falange».

En Barcelona, el que estuviera interesado en escuchar la historia de los mayores habrá oído muchas anécdotas de anarquistas conocidos de los barrios que, al día siguiente de la llegada de las tropas franquistas, ya se estaban afiliando al Movimiento. En la red de espionaje de la Gestapo en Barcelona, uno de sus más famosos colaboradores fue el jefe de los camareros del Ritz, Emiliano Bartolomé, que durante la guerra había estado en el frente en una milicia de la CNT. El rápido reciclaje político daría para muchos volúmenes, y sólo es comparable a la infinidad de franquistas y falangistas que se hicieron demócratas nada más morir Franco.

Al leer las actuales historias nacionalistas sobre el franquismo en Cataluña, los autores suelen plantear el tema como una invasión. Sin embargo, casi ninguno se atreve a plantear la cuestión tan sencilla de cómo consiguió el franquismo organizar y gobernar casi un millar de ayuntamientos sin apoyos en Cataluña. El hecho es que muchos políticos se reciclaron rápidamente en franquistas y pudieron conservar sus cargos. En Hospitalet de Llobregat el alcalde franquista fue un antiguo militante del Partido Republicano Radical. Del mismo partido procedían regidores de los Ayuntamientos de Badalona y Esparraguera. Olot contó con un regidor del Casal Català, militante del antiguo partido Acció Catalana. En Barcelona hubo un regidor de la Unió Socialista de Catalunya y en Tarragona de la vieja ERC.

Otro tema que conviene mencionar es el papel de muchos catalanistas conservadores en la constitución de esos consistorios. Esta participación fue posible porque ya anteriormente muchos de los hombres de la Lliga, especialmente de poblaciones menores y cuadros intermedios, habían colaborado en el Ejército Nacional o habían sufrido persecución en la Cataluña republicana y, por tanto, contaban con el beneplácito del Régimen. José María Fontana en su obra Los catalanes en la Guerra de España lo señala con toda claridad:

«Ni uno de los dirigentes o militantes destacados de la Lliga en su órgano político, o en los culturales que controlaban, estuvo al lado de la Generalitat [...] bastantes, entre sus juventudes, lucieron la estrella de alférez provisional y muchas jerarquías locales y provinciales de la Falange catalana salieron de los cuadros lligueros [...] En Lérida y Gerona, sobre todo, dieron un porcentaje elevadísimo –casi total– en las listas de Caídos por Dios y por España».

En la medida que las tropas nacionales iban tomando ciudades y municipios se iban nombrando juntas gestoras que con el tiempo regularizarían los futuros gobiernos municipales. Entre los gestores de los ayuntamientos, se buscaron, en primer lugar, personas que ya habían formado parte de los ayuntamientos durante la dictadura de Primo de Rivera o en el período de suspensión del Estatuto después del 6 de octubre de 1934. También se recurrió a los falangistas anteriores a la guerra, de los que tampoco había tantos en Cataluña. Además, se buscó a excombatientes, excautivos, familiares de caídos y combatientes nacionales, así como a funcionarios de confianza. La inmensa mayoría la formaban catalanes, aunque no catalanistas. Aun así, los catalanistas de la Lliga tuvieron su parcela de poder; sobre todo en aquellos consistorios donde era más difícil encontrar hombres de confianza ajenos al catalanismo. La colaboración de estos catalanistas, hay que subrayarlo, fue entusiasta. Ello no quita, también, que muchos catalanistas integrados en la estructura de poder franquista acabaran siendo los más arduos conspiradores en favor del pretendiente Juan de Borbón.

Encontramos casos como el de la ciudad de Sabadell. Dos altos funcionarios del Ayuntamiento, y conocidos catalanistas, recibieron a las autoridades militares y se ofrecieron para poner en marcha la administración local. Se trataba de Pere Pascual Salichs, que ya había sido alcalde entre 1918 y 1922, y Francesc de Paula Avellaneda Manaut, uno de los fundadores de la Lliga en la ciudad. Los dos participaron en las pertinentes depuraciones y Pere Pascual colaboraría en la prensa local de FET-JONS con el pseudónimo de Nihil. El delegado del Frente de Juventudes, el excombatiente Pedro Riba Doménech, también había militado de joven en la Lliga. Allí donde antes de la guerra los hombres de la Lliga habían tenido equipos preeminentes, después de la contienda consiguieron mantener su influencia, por ejemplo, en Badalona, Granollers y Santa Coloma de Gramanet. En Badalona, el primer Ayuntamiento tras la guerra tuvo como tenientes de alcalde a dos exlligueros, uno excombatiente y el otro excautivo. En Granollers, en el Ayuntamiento dirigido por Francisco Sagalés, entre 1941 y 1947, tres de cuatro tenientes de alcalde eran también viejos militantes catalanistas. El primer alcalde de Santa Coloma, Francisco Badiella, había sido militante entusiasta de la Lliga, excautivo, fugitivo y excombatiente. Y entre sus concejales ocho de nueve eran antiguos militantes del partido catalanista. Igualmente, el presidente de la junta gestora de Vic, José Vilaplana Pujolar, provenía de la Lliga Regionalista.


Mitos del catalanismo y del exilio


Esta participación del catalanismo en la política municipal fue posible porque muchos de sus hombres colaboraron en la guerra con el bando nacional. Se calcula que hubo unos 6.000 catalanes que combatieron con las tropas sublevadas, así como 4.000 o 5.000 excautivos. Por eso, el nuevo Régimen pudo incorporar a catalanistas de la Lliga. A decir verdad, muchos de ellos no tuvieron ningún reparo en afiliarse a FET y de las JONS. La organización política fruto de la unificación –forzada– de la Falange y el carlismo contaba en Cataluña, en octubre de 1940, con 25.953 inscritos, de los cuales unos 10.000 eran militantes y el resto adheridos. La necesidad de completar los cargos públicos en los ayuntamientos permitió que el Régimen pusiera menos pegas de las que cabía suponer a la incorporación de hombres de la Lliga. Por poner un ejemplo, la provincia de Barcelona necesitaba cubrir 303 alcaldías y unas 2.000 regidorías. No podemos olvidar que esos cargos por aquel entonces no eran remunerados y, por tanto, no todo el mundo estaba dispuesto a ejercer responsabilidades que ocupaban mucho tiempo.También antiguos catalanistas se pudieron incorporar a la política municipal gracias a que en muchos ayuntamientos se abrieron las puertas a miembros de la Acción Católica. La Falange buscaba consensos con otras fuerzas sociales de confianza en el movimiento de la Acción Católica, en la que se habían integrado muchos viejos catalanistas católicos. Así, hombres como Sallarés Llobet, antiguo hombre de la Lliga y factótum de la Acción Católica, llegaron a teniente de alcalde en la ciudad de Sabadell. Para ser sinceros hay que decir que otros antiguos militantes de la Lliga simplemente dejaron la política y no opusieron la más mínima resistencia al franquismo. Un informe del Gobierno Civil de Tarragona rezaba:

«La Lliga si hubiera podido nos hubiera combatido en todos los pueblos. Pero los mejores hombres de esta antigua organización están ahora con nosotros o en sus casas [...] No se discute ni al Caudillo ni al Régimen, aparentemente, pero se suspira por el partidismo político y las libertades liberales, señalándose con astucia nuestros defectos. Y ni aun así han logrado nada».

La historia de la etapa de Primo de Rivera y el catalanismo se repetía. Tendría que pasar una generación para que el catalanismo volviera a resurgir.

La historiografía nacionalista más radical intenta convertir la liberación de Barcelona en la causa de un éxodo masivo a Francia tras la llegada de las fuerzas nacionales. Se suelen repetir cifras del estilo que más de 200.000 catalanes huyeron al exilio; otros incluso hablan de 300.000 y los más exagerados de 500.000. La cifra real debe ser difícil de calcular, pero si atendemos a historiadores reconocidos (incluso entre los nacionalistas) como Borja de Riquer y Joan B. Culla la cifra rondaría entre 60.000 y 70.000 [10]. Los cálculos ciertamente son difíciles y fáciles de manipular por el nacionalismo, pues muchos de los que marcharon al exilio desde Barcelona no eran catalanes, sino refugiados en Cataluña de zonas que el Frente Popular había perdido ante el avance nacional. Igualmente, excepto los que habían cometido delitos de sangre o se habían empeñado en su exilio, muchos regresaron a España a los tres o cuatro años de haber acabado la guerra. Las fuerzas vencedoras celebraron juicios sumarísimos y ejecutaron a unos 3.200 republicanos sobre las que recaían delitos de sangre. Companys dejaba tras de sí 8.500 asesinados en la retaguardia republicana la mayoría sin juicio [11].

Por acabar este breve bosquejo de las impactantes jornadas en la Barcelona de finales de enero de 1939, hay una anécdota que vale la pena recuperar, para ver cómo actúa la Ley de Memoria Histórica. Como hemos reiterado, las tropas nacionales entraron en Barcelona el 26 de enero de 1939. Ya entonces existía en la Ciudad Condal una calle llamada 26 de enero, conmemorando la batalla de Montjuic, en la que las tropas de Felipe IV habían sido derrotadas en 1641. Al llegar la democracia y su correspondiente represalia sobre el nomenclátor de la ciudad, algún político inculto pensó que la calle estaba dedicada a la llegada de las tropas nacionales y se decidió cambiar su nombre. Esta es una estupenda metáfora de la recreación falsificada de la historia.


[1] LAHUERTA, Víctor y MARTÍNEZ DE VEGA, Cristina: Kautela: un fotógrafo en la España franquista (1928-1944), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2018.

[2] ESPADA, Arcadi: Liberación, caída, genuflexión, El Mundo, 25-01-2009.

[3] Cf. RECASENS, Josep: Vida inquieta. Combat per un socialisme català, Biblioteca Universal Empúries, Girona, 1985.

[4] Cf. PÀMIES, Teresa: Memòries de guerra i d’exili,quan erem capitans, quan erem refugiats, Proa, Barcelona, 2000.

[5] Cf. BEEVOR, Antony: La Guerra Civil Española, Crítica, Barcelona, 2005.

[6] Cf. TAGÜEÑA LACORTE, Manuel: Testimonio de dos guerras, Planeta, Barcelona, 2005.

[7] Cf. TARRÉS, Pere: Mi diario de guerra.1938-1939, Casals, Barcelona, 1985.

[8] Cf. CLEUGH, James: Furia Española. La Guerra de España (1936-1939). Vista por un Escritor Inglés, Juventud, Barcelona, 1964.

[9] Cf. SOLÉ CARALT, José: La Bisbal del Penedès en l'entramat de la història general del país, Fundaciód'Història i Art Roger de Belfort, Girona, 1992.

[10] Cf. Vol. VII de la Història de Catalunya, dirigida por Pierre Vilar.

[11] Uno de los primeros listados de los asesinatos aparece en el estudio SOLÉ I SABATÉ, Josep Maria: La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939), vol II, Publicacions de L'Abadia de Montserrat, Barcelona, 1990.

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