José Antonio | Memoria

En la muerte de José Antonio.

La muerte de José Antonio ha suscitado recientemente una controversia abierta a la duda, y debe aclararse.
Serrano Suñer y Julián Zugazagoitia, amigo y enemigo de José Antonio. «De los amigos me guarde Dios que de los enemigos me guardo yo».

Publicado en Gaceta de la FJA, núm. 348, de septiembre de 2021.
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En la muerte de José Antonio


En la muerte de José Antonio; lo que cuenta un amigo, Ramón Serrano Suñer, y un enemigo, Julian Zugazagoitia. Empecemos por el amigo, Serrano Suñer, compañero de universidad y nombrado por el propio José Antonio, junto a Raimundo Fernández Cuesta, su albacea testamentario.

Viene a cuento la cuestión porque el digital El Confidencial publicó a mediados del pasado agosto un artículo, más bien una calumnia, firmado por un indocumentado llamado Julio Martín Alarcón, que tergiversa el libro de Serrano Suñer Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue. Memorias, ya que le atribuye lo siguiente: «Para llevarle al lugar de la ejecución, hubo que ponerle una inyección de morfina porque no podía ir por su pie». Suñer remata la escena con la reacción de Franco cuando lo supo, que lo tildó de acto de debilidad y cobardía.

Sin embargo una vez consultado el libro se puede comprobar que es Franco el que le cuenta a Serrano esa supuesta circunstancia que a su vez le ha contado Lorenzo Martínez Fuset. A lo que Serrano reacciona diciéndole que es mentira e imposible siendo ello inventado por algún miserable. Martínez Fuset fue un militar del Cuerpo Jurídico y auditor de guerra al servicio de Franco durante la contienda civil.

Bien es cierto que el autor fue contestado por la Fundación José Antonio e hizo una pequeña rectificación, sin embargo el mal ya estaba hecho y la calumnia circulaba.

No conozco ningún texto de Serrano Suñer contando la muerte de José Antonio, y lo que verdaderamente me llama la atención es que tras la muerte de Franco en 1975, fecha de la edición del libro de Serrano, este contase esa historia.

De un amigo, en este caso un amigo íntimo, se espera algo mejor, como por ejemplo escribir la verdad sobre el fusilamiento de José Antonio ya que es de suponer que Serrano Suñer la conocía. Y de no saberlo, escribir sobre ella en función de lo que el descifrase poniendo en relación lo que le hubiesen contado con la manera de ser del fundador de Falange Española. Pero hablar solamente de esa conversación con Franco no parece que tenga mucho sentido, pues lo hace de pasada sobre la base de algo negativo que él escucha de otro. Con ello dejó la puerta abierta a la duda y a posibilitar artículos como el de El Confidencial. De los amigos me guarde Dios…

No hay que rascar mucho en la figura de Serrano Suñer para saber de quién estamos hablando. Nadie duda de su inteligencia ni de su vasta formación jurídica, pero si no van acompañadas de la ética ambas pueden quedar marcadas por el estigma de la maldad y el retorcimiento.

Serrano Suñer fue diputado en las Cortes de la Segunda Republica tanto en 1933 como en 1936, en ambos casos como miembro del conglomerado de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de Gil Robles, grupo político calificado como democratacristiano aunque no me equivoco mucho si lo tildo de parafascista.

Tras la unificación forzosa decretada por Franco, en plena guerra civil, de los partidos que operaban en zona nacional, principalmente Comunión Tradicionalista y Falange Española, pero también la CEDA, Renovación Española, etc... Serrano fue ministro del Interior, presidente de la Junta Política de Falange Española Tradicionalista de las JONS (FET y de las JONS), luego Movimiento Nacional, y ministro de Asuntos Exteriores.

Franco le cesó en 1942 en una de sus más inteligentes decisiones pues mató dos pájaros de un tiro, por un lado cuando el rumbo de la Segunda Guerra Mundial cambiaba de signo se quitó de encima a un germanófilo, por otro haciendo caso a su esposa –Serrano Suñer estuvo casado con la hermana de la mujer de Franco– le castigó por su relación extramatrimonial con Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, de la que nacería una niña llamada Carmen Diaz de Rivera, más adelante musa de la transición con Adolfo Suarez.

No fue un hombre bien visto en el mundo falangista. En primer lugar por su papel en la unificación, que puso fin a la independencia de Falange Española y a su propia existencia como tal, hecho que aparte de servir a los intereses de Franco redundó en su beneficio pues le encumbró en el poder. A nadie se le escapa que Serrano Suñer jamás estuvo afiliado a la Falange original.

En segundo lugar por la División Azul, de la que fue promotor y que supuso un alistamiento masivo y generoso de falangistas. En Rusia murieron muchos de los mejores.

En tercer lugar porque involucró a bastantes, especialmente a la intelectualidad falangista: Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Torrente Ballester, López Aranguren, López Ibor, etc. en la tarea de hacer la revolución desde dentro. Poco a poco todos se fueron desengañando, mientras la revolución se esfumaba por las rendijas de puertas y ventanas del edifico de la calle Alcalá de Madrid, oxidándose sus postulados en el enorme yugo y flechas de metal que adornaba el exterior de la sede del Movimiento Nacional.

Por último, su comportamiento a partir de los años 60, empeñado en construirse un pasado diferente, desmintiendo y renegando del auténtico, fue todo un comportamiento indigno y deshonesto. Se dedicó hasta su fallecimiento a decir medias verdades y mentiras completas, tratando de configurar su vida política, desde 1936 a 1942, como ajena del nazismo.

Y hablemos ahora del enemigo, Julián Zugazagoitia, que fue director del diario El Socialista durante la Segunda República, órgano de expresión del PSOE, así como ministro del Interior con Juan Negrín de presidente y también secretario nacional de Defensa. Pertenecía dentro del PSOE al sector prietista que lideraba Indalecio Prieto, formado por socialistas más moderados que Largo Caballero. No obstante cuando se enfrentaron Prieto y Negrín él se puso del lado de este último

Al término de la Guerra Civil Zugazagoitia pudo salir de España, instalándose en Paris. Sin embargo con la invasión de Francia por los alemanes, al principio de la Segunda Guerra Mundial, estos lo detuvieron y entregaron al régimen de Franco. En Madrid fue juzgado, sentenciado a muerte y ejecutado a finales de 1940.

Su juicio fue una farsa pues ya estaba condenado de antemano dado su paso por el Ministerio del Interior y la Secretaría Nacional de Defensa del gobierno republicano. Paradójicamente el tribunal lo juzgó por rebelión y al no tener nada que achacarle en cuanto a maltrato, torturas y asesinatos de prisioneros y simpatizantes enemigos o de quintacolumnistas, la Fiscalía militar elaboró una acusación mediante la cual se le hacía responsable indirecto de ellos dada su pertenencia al Gobierno de la República.

Zugazagoitia no solo no participó en actos criminales por lo que no se le podía atribuir delito alguno de sangre, sino que incluso ayudó a muchas personas a salvar sus vidas, entre otras la del escritor Wenceslao Fernández Flórez y la de Amelia Azaraola, viuda de Ruiz de Alda. Intervino también, apoyándolo, en el canje de Raimundo Fernández Cuesta por el ministro republicano Justino de Azcarate preso en zona nacional desde el principio del conflicto. Por otro lado desde las páginas de El Socialista siempre se manifestó contrario a las matanzas y atropellos que se cometían en zona republicana, especialmente las de Paracuellos de noviembre y diciembre de 1936.

Pues bien, en la corta duración que duró su exilio en Paris le dio tiempo a escribir un libro que se llama Guerra y vicisitudes de los españoles, publicado en la capital francesa el año 1940. El libro, cuando narra hechos acaecidos en la España nacional tiene muchas lagunas, como por ejemplo al referirse a la supuestas matanzas de la plaza de toros de Badajoz, pues su información era escasa, de tercera o cuarta mano, y muchas veces incorrecta, pero cuando habla de hechos ocurridos en su zona es otro cantar, pues su información era de primera mano y fidedigna. Y este es el caso cuando nos cuenta el fusilamiento de José Antonio.

Nada que ver con el supuesto “chute” inyectado a José Antonio con antelación a su ejecución. Más bien todo lo contrario, nos muestra a un hombre sereno y valiente que se enfrenta a su destino, que pidió le consientan morir con la entereza que le cumple, atendido su magisterio moral sobre tantos compañeros que han muerto y están muriendo en combate. Dialoga con el pelotón ━¿verdad que vosotros no queréis que yo muera? ¿Quién ha podido deciros que yo soy vuestro adversario? Mi sueño es de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que no pueden congraciarse con la patria porque carecen de pan y de justicia... inclusive, ante la petición de un miliciano para que le dé su gabardina, se la entrega, ━tuya es, le dice.

Y añade Zugazagoitia... el odio (hacia José Antonio) se había trocado en simpatía por el hombre que, sin vacilación ni debilidad, se encaraba con un destino acedo. Su conducta en la prisión era liberal, cariñosa. En las horas de encierro tejía sueños de paz: esbozaba un gobierno de concordia nacional y redactaba el esquema de su política. Temía una victoria de militares. Eso era, para él, el pasado, lo viejo. La España del siglo XIX prolongándose, viciosamente, en el XX. Él había ido a injertar su doctrina, confusa, en las universidades y en las tierras agrícolas de la vieja Castilla. Su seminario estaba constituido por discípulos de aulas y laboratorios, y por jóvenes de la gleba. Su escepticismo por las armas, que le atraían por otra parte, debía tener antecedentes familiares. El respeto y la devoción por su padre no excluían en él la crítica de los errores en que incurrió. Él, capitán de hombres jóvenes, proyectaba cosa distinta. De momento, para salir de la guerra, un gobierno de carácter nacional… que de los enemigos me guardo yo.

Serrano Suñer y Zugazagoitia aunque parezca que no estuvieron para nada relacionados, parece que sí. Siendo Serrano en 1940 ministro de la Gobernación de Franco, pidió al Gobierno francés de Vichy, a cargo del mariscal Pétain, que impidiese la marcha de Francia con destino a Méjico de destacadas figuras republicanas, entre ellas la de Zugazagoitia, procediendo luego a su extradición. Lo mismo hizo con las autoridades alemanas que controlaban tras el armisticio franco alemán la mayoría del territorio francés, en donde estaban radicados muchos de los exiliados. El Gobierno de Vichy no le hizo caso pero sí los alemanes. Todos conocemos ya el resultado.