EDITORIAL

¿Un Estado de todos o de partido?

No existe una línea clara, un proyecto nacional estable en lo esencial, que aúne esfuerzos de toda la sociedad: partitocracia e individualismo equivalen a insolidaridad.

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¿Un Estado de todos o de partido?

¿Un Estado de todos o de partido?


El sistema de la democracia liberal ⎼con su fundamento en el individualismo y su derivación en la partitocracia⎼ es lo más parecido a la tela de Penélope, aquella fiel esposa de Ulises que lo que tejía de día lo destejía de noche.

Un partido que llega al poder suele derrumbar lo que ha construido su antecesor, sea positivo o negativo; quizás la excepción sea el PP, quien no acostumbra a variar una coma de las leyes y decretos de su rival el PSOE ⎼excepto en lo económico⎼, sea por complacencia, por pereza o por no entender eso del combate ideológico.

El modo de parlamentarismo consiguiente a este sistema deviene de bandos en lucha ⎼los partidos⎼, y los actores de la farsa representan el papel que les ha estado asignado; no pocas veces, como estamos cansados de ver, el guion está plagado de insultos, descalificaciones personales, groserías, insensateces, chulerías barriobajeras o errores de bulto que harían sonrojar a un escolar diligente…

Pero parece no importar, porque el objetivo es que triunfen los intereses de partido, aunque sea en detrimento de los de la nación.

Entonces, no existe una línea clara, un proyecto nacional estable en lo esencial, que aúne esfuerzos de toda la sociedad: partitocracia e individualismo equivalen a insolidaridad, a desunión, a división profunda en bandos irreconciliables, azuzados precisamente por los partidos. No existe ni puede existir sentido de Estado, por mucho que llenen la boca con ello los parlamentarios. En la actualidad, el proyecto Sumar de Yolanda Díaz equivaldrá a una resta, en este caso en el seno de la izquierda.

Nosotros propugnamos un Estado Integrador, que no esté en manos de los partidos, sino de todos los españoles. Y a ello solo se puede llegar cuando las gentes adquieran conciencia de que no son individuos aislados a los que se pide el voto, sino que forman un entramado social, sea por razones inmediatas y naturales o de asociación voluntaria. Son los representantes de los intereses de todos los que deben estar sentados en los escaños de un parlamento distinto al actual.

Cuando los transportistas, los agricultores y ganaderos, los profesores, los médicos, los empresarios emprendedores, etc. estén auténticamente representados en un parlamento, entonces sí el Estado será de todos, integrador, y la democracia será verdaderamente democracia de contenido.

No nos importaría en ese momento, por supuesto, que siguieran existiendo los partidos políticos para defender sus respectivas y legítimas ideas; pero presumimos que llevarían una vida lánguida, con menos militantes que en la actualidad (que ya es decir). Sobre todo, si no dispusieran impunemente de los fondos públicos. Porque el dinero público sí es de alguien: de todos los españoles.

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