EDITORIAL | ACTUALIDAD POLÍTICA

Se convoca –¡otra vez!– a los ciudadanos a las urnas

¿Es que no pueden existir otras formas más auténticas de democracia con las que los pueblos puedan llevar su voz, su voto y su esfuerzo a las tareas colectivas?

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Se convoca –¡otra vez!– a los ciudadanos a las urnas

Los juguetes ya no nos hacen ninguna gracia

Ya han quedado atrás, postergadas a las páginas pares de los periódicos y olvidadas en los noticiarios televisivos, noticias como el aumento del paro, el periplo de Ábalos por el aeropuerto de Barajas en dulce compañía o las manifestaciones de agricultores; ahora, las portadas se refieren a las elecciones autonómicas en ciernes.

Si alguno no se había dado por enterado, se convoca –¡otra vez!– a los ciudadanos a las urnas en tres territorios nacionales, a saber: País Vasco, Galicia y Cataluña; es decir, lo que los manuales al uso llaman nacionalidades históricas; eso quiere decir que ni Castilla, ni Aragón, ni Valencia… tienen esa categoría, según se desprende del dislate contenido en artículo 2º de la Carta Magna.

Apresurémonos a afirmar que la convocatoria supone, de antemano, un derroche de tiempo y de dinero.

De tiempo, porque los candidatos y sus correspondientes cuadrillas van a dedicar muchas más horas a la propaganda electoral, a los recorridos por los mercados y a hacerles cucamonas a niños y a jubilados que a la tarea de gobernar.

De dinero, aunque ya sabemos que el dinero público no es de nadie (según la mente más privilegiada del gobierno español), porque lo que se podría emplear en servicios, sanidad, educación o en potenciar las emprendedurías irá al cajón de la demagogia.

Advirtamos también que cada una de las tres convocatorias (la catalana aún no está definida) está motivada por intereses de partido: el PNV en Vasconia, el PP en Galicia y JxCat en Cataluña, esta última para intentar sacarle una cabeza de ventaja a los de ERC.

Decimos por intereses de partido, no por intereses de la parte de la sociedad española a la que ahora se convoca a las urnas.

La democracia formalista deriva así en un juguete que se ofrece a las poblaciones, eternamente menores de edad para los políticos del Sistema; un juguete para que se entretengan unos días y se despreocupen de asuntillos sin importancia, como el puesto de trabajo, la caja de la Seguridad Social que se está vaciando, el acceso a la vivienda, las colas de los servicios sanitarios o el estado de las vías de comunicación.

Los partidos políticos son, de este modo, los Reyes Magos o papanoeles que periódicamente tienen entretenidas a las criaturas.

Se nos ocurre preguntar humildemente si estos partidos representan realmente a la sociedad; si son de verdad cauces de participación del ciudadano en las tareas del Estado o, por el contrario, órganos monopolísticos y parasitarios que encandilan a los incautos y contribuyen a menoscabar el concepto de democracia.

¿Es que no pueden existir otras formas más auténticas con las que los pueblos puedan llevar su voz, su voto y su esfuerzo a las tareas colectivas?

Hace años, el laborismo inglés planteó la atrevida fórmula de una autentificación de la democracia. Todo quedó en palabras.

Aquí, en España, hace bastantes más años, preconizaron esa democracia real pensadores de los ámbitos krausistas y tradicionalistas, socialistas (Fernando de los Ríos), republicanos (Madariaga) y falangistas (José Antonio). Esa rara unanimidad entre defensores de ideologías diferentes querrá decir algo…

Desde La Razón de la Proa invitamos a nuestros lectores a que saquen sus conclusiones, por los dos caminos señalados: estudio del pensamiento histórico español y constatación de las evidencias que nos ofrece la realidad actual.

Los juguetes ya no nos hacen ninguna gracia.


 

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