Culpables
Como ciudadano de a pie, no dudo en levantar acta personal de la condición culpable del PSOE sanchista, sea por conveniencia, por connivencia o por pura traición ante el chantaje separatista.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (12/MAR/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
En medio del escándalo de corrupción del caso Koldo, el PSOE –y, con él, todo el segundo Frente Popular que nos desgobierna– ha lanzado las campanas al vuelo por el acuerdo alcanzado sobre la Ley de Amnistía; el señor Bolaños, incluso sin el menor rubor, se ha felicitado a sí mismo ante las cámaras de televisión por este importante logro que, políticamente, asegura la continuidad de Pedro Sánchez al frente del Ejecutivo.
No puedo menos que repasar en mi memoria y documentación otros momentos de la historia, preludio de la tragedia, cuando el primer Frente Popular, hipotéticamente vencedor en las elecciones de febrero de 1936, indultó a quienes habían perpetrado un golpe de Estado separatista contra la legalidad republicana en octubre de 1934; también, en aquellos momentos, no hubo ningún arrepentimiento de los culpables, sino contumacia en el delito, con las consecuencias que todos sabemos.
Ahora, los socialistas repiten la jugada y se augura el retorno de Puigdemont en triunfo, del mismo modo que Companys fue aclamado entonces por sus masas en Barcelona. Los separatistas se han apresurado a vocear a los cuatro vientos que la amnistía actual solo es un principio y que persistirán en sus propósitos de autodeterminación, por si quedaba alguna duda. No hay que ser muy sagaz para suponer que, de mantenerse Sánchez en el poder, también tragará con este objetivo secesionista de ruptura completa con la integridad española y, por supuesto, en franca disonancia con la Constitución, aunque reconduzca la maniobra por los ilusorios recovecos de un federalismo asimétrico, que no es más que un vulgar eufemismo de un proyecto confederal, mediante el cual cada uno de los «Estados» sobrevenidos puede estar el disposición de romper lindamente la baraja y separarse de lo que se venía llamando España.
Ha dicho la oposición –léase el PP– que la amnistía, lejos de ser una ley para la convivencia, lo es para la conveniencia del presidente del Gobierno y su partido; se han quedado cortos en esta aproximación y juego de palabras, pues, tras la necesidad de los escasos votos de Junts y el apoyo casi incondicional de Esquerra y los demás nacionalismos separatistas, los verdaderos calificativos de la medida serían los de connivencia con los enemigos de la unidad de España, amén del de deslealtad hacia la Constitución que, teóricamente, nos sigue rigiendo.
Triste deriva la del PSOE, que dejó de ser obrero cuando se volcó hacia la ideología woke y se olvidó de las necesidades más perentorias de los ciudadanos, abandonó sus aspiraciones de socialista al convertirse en una especie de émulo del caciquismo de la Primera Restauración, y, en este momento, prescinde del nombre de español por su concubinato –otros lo denominan más descarnadamente sodomización– con los separatismos rampantes. Obsérvese, además, aunque sea de pasada, que su estrategia coincide con las maniobras de la globalización neocapitalista, tendentes a debilitar o desmontar los Estados nacionales.
Solo le queda lo de partido, y esto con una doble significación: parte de la ciudadanía que le vota visceralmente y dividido en su interior, entre los sanchistas, sumisos y proclives a la carrera política o a las puertas giratorias, y los declarados enemigos de la línea del presidente, que se pueden clasificar, a su vez, en tibios y arrinconados, motejados estos últimos de manifiesta senilidad, siempre propensos, unos y otros, a su expulsión fulminante si van más allá en sus declaraciones críticas.
Como ciudadano de a pie, no dudo en levantar acta personal de la condición culpable del PSOE sanchista, sea por conveniencia, por connivencia o por pura traición ante el chantaje separatista. Culpables también los díscolos o indisciplinados, por limitarse a unas censuras mediáticas y no poner en juego los resortes de un reglamento interno del partido, que debe de existir en alguna parte.
Culpables, en otro grado, los españoles que, indiferentes a la suerte que le pueda ocurrir a su patria, tan propensa actualmente a los propósitos de escisiones territoriales, no han dudado en ofrecer su voto al mayor mentiroso del Reino; quizás la indiferencia sea el defecto más grave de nuestra sociedad…
Posiblemente pueda atribuirse otro grado de culpabilidad a la oposición, propensa a las tibiezas en el pasado, siempre pendiente del voto útil y nada proclive a romper la baraja de forma decidida cuando ha advertido sobradamente que el otro jugador hacía trampas en el juego. ¿Qué ocurriría si esta oposición abandonara en masa el hemiciclo el próximo día 14 para dejar constancia, a escala internacional, de que no quiere entrar en el trapicheo de las cartas marcadas del sanchismo? Porque, a lo mejor, no basta con llenar de vez en cuando las calles de Madrid o Barcelona de ciudadanos indignados que enarbolan patrióticamente banderas nacionales para luego ir tranquilamente a tomar su vermut preceptivo…
Para acabar, culpable asimismo la U.E. –antinomia de la verdadera Europa unida que muchos ansiamos– por sus dudas, dilaciones, enjuagues de leguleyos y complicidades con los separatismos españoles, antesala –no lo duden– de los que pronto se verán aflorar en otros Estados de esa Unión.