Iguales ante la muerte

8/04.- Si hemos sido iguales ante la muerte, ¿por qué hemos de ser diferentes ante la vida? En otros términos, ¿aceptarán sanitarios, policías, empleados de supermercados, militares y camioneros volver a una sociedad que, una vez olvidada de sus comportamientos heroicos, les vuelva a relegar a su condición de mileuristas o de malpagados?


Publicado en primicia por el diario digital La Razón.
Facilitado por el autor a La Razón de la Proa en fecha posterior.

Iguales ante la muerte ¿Diferentes ante la vida?

Cuando termine la guerra contra de la denominada “Peste roja” (por el origen chino del COVID-19) quedará una sociedad agradecida a los colectivos que lucharon en primera línea. ¿Hasta dónde y de qué manera procede ese reconocimiento?

La pregunta parece improcedente, fuera de lugar, pero no todos lo ven así ni están dispuestos a aplazar ese reconocimiento “mientras dure la guerra”. Así lo han dejado patente los estibadores del Puerto Bahía de Algeciras (Cádiz), el más importante de España.

Al menos durante unas horas que parecieron eternas, los estibadores –cerca de 1.800– se plantaron, y al Centro Portuario de Empleo le fue imposible atender el requerimiento de las empresas estibadoras del Puerto de Algeciras, ante la falta de disponibilidad de trabajadores.

El comité de empresa había planteado el establecimiento de un plus o garantía económica abonable a los trabajadores de la estiba durante la vigencia del estado de alarma decretado por el Gobierno de España.

De entre los profesionales destacados en primera línea no cabe duda alguna sobresalen los sanitarios. Las condiciones en las que muchos de ellos están prestando sus servicios son de una precariedad dramática. Algunos representantes políticos ya han propuesto una paga extraordinaria para los profesionales sanitarios. ¿Es este el reconocimiento a los que han de ganar la guerra a la “Peste roja”? Indudablemente no.

La cuestión no será sencilla de responder y provocará tensiones en su momento. En este sentido, la generación que gana una guerra, apenas convertidos sus miembros en veteranos, jamás suele sentirse suficientemente reconocida por las generaciones más jóvenes. Ese sentimiento probablemente les acompañe durante el resto de sus días y será mayor en aquellos que más de cerca y desprotegidos sintieron el aliento del bicho.

Desde una perspectiva más dura, parecida cuestión la planteó Ernst Jünger en sus novelas Tempestades de acero y El trabajador, herederas de sus vivencias durante cuatro años en el frente de la I Guerra Mundial. La cuestión tal y como acostumbra el profesor Juan Velarde a ponerla en la pluma de Jünger es:

Si hemos sido iguales ante la muerte, ¿por qué hemos de ser diferentes ante la vida? En otros términos, ¿aceptarán sanitarios, policías, empleados de supermercados, militares y camioneros volver a una sociedad que, una vez olvidada de sus comportamientos heroicos, les vuelva a relegar a su condición de mileuristas o de malpagados?

Muchos son los que adivinan un futuro muy diferente al que hemos conocido antes de la pandemia. Yo no lo veo tan claro. Jünger fue herido 14 veces por los soldados británicos, heridas que le dejaron cerca de 20 cicatrices.

Sin embargo, no fue una víctima de la mal llamada “gripe española”, que en 1918 fue más carnicera que las balas del enemigo. ¿Acaso fue diferente el mundo de 1919 al del año anterior en el que la gripe causó la muerte de aproximadamente 50 millones de personas?

Cuando termine la guerra se irán poniendo encima de la mesa muchas demandas hoy improcedentes al tiempo que los partidos políticos se desharán en reproches salvo que pacten un gobierno de concentración.

Los que estuvieron en primera línea plantearán unas demandas que no serán atendidas. La sociedad exigirá una sanidad pública mucho mejor dotada de recursos humanos y materiales. Las Fuerzas Armadas y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado habrán reforzado su buena imagen pública incluso en aquellas zonas de España donde el independentismo quiso regatear hospitales de campaña aún a costa de mayor número de muertes.

Pero, poco a poco, la sociedad irá olvidando a quienes se plantaron ante el virus con una máscara de ganchillo, con un pijama de quirófano hecho con bolsas de basura pero movidos por unos valores, valentía y generosidad que parecían olvidados. La sociedad es fácil presa del olvido si no que se lo pregunten a las víctimas de ETA.

Sólo el miedo a que la peste regrese mantendrá la memoria fresca. Si el bicho regresa apelaremos nuevamente al valor y generosidad de los que fueron iguales ante la muerte pero desiguales en la vida.