Sevilla sí, pero ¿qué Sevilla?

Desde muy joven, de niño incluso, he sentido intensamente el magnetismo de mi ciudad.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (21/DIC/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Volvía anoche del centro de Sevilla paseando, tras una entrañable presentación bibliográfica en su parroquia de San Vicente y la cena posterior con la autora, discapacitada, y su marido junto a mi esposa. Era ya tarde, pero todavía había ambiente, aunque dañado por algunos ebrios vociferantes, propios y extraños. El derroche de luz decorativa era hiriente. Salvo en un punto, que resultaba ser el origen, al menos teórico, que justifica la fiesta. Bajo el llamado Arquillo del Ayuntamiento se monta desde hace muchos años, cuando aún la luz de led pertenecía a la ciencia ficción, un pequeño Nacimiento, que cada año hace las delicias de pequeños y grandes. Es de ver cómo brillan las pupilas de los niños aprendiendo catequesis cristiana de esas escenas estáticas. Pues bien, frente al turbión de claridad que adornaba las calles del entorno, el belén estaba apagado, a oscuras, pese a lo cual algunas parejas se detenían a contemplarlo. Gran paradoja, muy elocuente por cierto.

Desde muy joven, de niño incluso, he sentido intensamente el magnetismo de mi ciudad. Entiéndase de lo mejor de ella. Con mi padre aprendí a patearla en la intimidad, a recorrer su geografía interior, mucho más allá del tópico y del turismo. Era éste en aquel entonces amable y moderado, claro que también minoritario; es decir, selecto. Visitaban la ciudad gentes cultas amén de curiosas, que saboreaban a ojos vista la esencia que sabían catar en sus rincones, disparando sólo las fotos justas, armados de planos o guías escuetas, sabiendo muy bien lo que querían conocer y dónde estaban de pie.

De aquel turismo tranquilo y fluido hemos pasado a otra cosa bien distinta. La noche «del alumbrado» Sevilla corrió serio peligro de ser portada en todo el mundo peropor una razón contrapuesta a sus encantos. Había treinta policías locales de servicio para atender a una masa humana incalculable pero en cualquier caso compuesta por decenas de miles de personas que habían acudido al centro de la ciudad al reclamo de la luz, como mosquitos en verano. Quienes estuvieron allí –Sierpes, plazas de San Francisco y Nueva, Avenida…– aseguran haber pasado miedo y apenas haberse podido mover en algunos lugares. Una broma pesada al estilo de las que motivaron las famosas «carreritas» de la Madrugada del Viernes Santo y que han acabado en penas de cárcel para sus causantes, un petardo en plena «bulla», unos gritos desaforados, una voz de «fuego», y aquello podía haber derivado en una estampida multitudinaria, una avalancha atroz con resultados trágicos. Afortunadamente, nada de eso sucedió. Pero...

Había precedido a tal turbamulta un despliegue municipal de luces sin precedentes. Adornar con bombillas las calles en época navideña ha sido siempre una tradición entrañable, que además de alegrar la vista ha servido como reclamo comercial. Pero este año la exageración ha sido la nota dominante. Si viven en la ciudad o pasan por ella durante las próximas fechas podrán contemplar en la zona más noble del río a su paso por la urbe, a la altura de Triana, un alarde de luminotecnia y un despliegue de sonido para un «maping» que no sólo ha debido costar una millonada sino que congregará, también, a riadas humanas, atraídas por un espectáculo elefantiásico que se compadece mal con las dimensiones de una población ya sólo por encima de la de Zaragoza en 200 habitantes.

El desmadre se ha apoderado de Sevilla. La Navidad es ya otra Feria de Abril. Baste decir que el Ayuntamiento retiró la condición de festivo al día del Patrón –San Fernando– para alargar una Feria que ahora no sabe cómo reequilibrar, pues le sobra un día. El «alumbrado» navideño se parece cada vez más al del real de la Feria abrileña. Acuden al centro sevillano turistas de todo el mundo (el año se va a cerrar con ocho millones de viajeros en avión, en una ciudad que apenas sobrepasa el medio millón de habitantes), a lo que hay que añadir el aluvión de viajeros por tierra desde la geografía nacional y la presión que ejerce la única línea de metro existente sobre un área de muy pocos kilómetros cuadrados.

Hay muchas formas de romper la armonía que ha hecho célebres a ciertos enclaves universales. En Roma, en Florencia, en Venecia o en París lo saben bien. La concentración humana es una de las principales. Y esto también es medio ambiente y ecología. Nadie se pregunta hasta qué punto la sobredosis de consumo de agua que ello supone puede haber contribuido, en alianza con la sequía, a la escasez que tanto Sevilla como Granada o Málaga están padeciendo en sus reservas y que más pronto que tarde puede traducirse en restricciones. No quiero ni pensar qué puede ser de mi ciudad, hoy por hoy plagada de hoteles nuevos, pisos turísticos y alojamientos incontrolados, cuando se corra la voz de que en Sevilla se cierran los grifos todos los días a las diez de la noche.