Argumentos

Palestina y Falange

En la doctrina falangista de José Antonio Primo de Rivera, según manifestó su líder Gamal Abdel Nasser, se encerraba el germen de una solución a los males políticos del mundo.


​Publicado en Gaceta Fund. J. A. núm. 374 (NOV/2023). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Hablar desde una óptica falangista hoy día es algo tremendamente arriesgado, y acaso pretencioso: Arriesgado, por cuanto la Falange, como doctrina inacabada, devino en una multiplicidad de interpretaciones (algunas muy poco actuales) que, en muchos temas, nos llevan a conclusiones incluso antagónicas; pretencioso por cuanto las falanges y los falangistas del presente carecemos de fuentes de información propias y fiables. No obstante, sí que tenemos algunas bases sólidas a las que asirnos para poder emitir una opinión sobre este grave conflicto internacional. Consideremos dos: nuestros principios y nuestra historia.

Nuestros principios.

El hombre como portador de valores eternos. Su dignidad y su libertad son principios supremos e innegociables que se sitúan en la cúspide de cualquier escala de valores. Para un falangista el fin no justifica los medios: Truman fue un criminal de guerra al lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, por mucho que pretextara el evitar, supuestamente, más muertes y acabar con la Segunda Guerra Mundial; Israel cometerá crímenes de guerra si se lanza a arrasar indiscriminadamente el territorio de Gaza para acabar con los terroristas de Hamás. Igualmente, las milicias de Hamás han actuado criminal e ignominiosamente asesinando a mujeres, niños y ancianos inocentes al grito de Dios es grande. Desde luego, ese dios de los fundamentalistas islámicos nada tiene que ver con el Dios verdadero, el Padre infinitamente amoroso, paciente y misericordioso que nos reveló Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que vino al mundo precisamente en esa desgraciada tierra. Nosotros no admitimos relativismos religiosos. Como occidentales y como cristianos repudiamos y somos, sin ningún recato, intolerantes con las creencias que sitúan a Dios en los lodazales del odio y del desprecio por el hombre –más aún por la mujer–, su vida y su dignidad.

Nuestra alineación histórica.

Los falangistas de dentro y fuera del régimen de Franco se alinearon inequívocamente al lado de los países árabes; más concretamente, se posicionaron a favor del panarabismo de Gamal Abdel Nasser y de su epígonos, impulsores de un socialismo árabe, laico y no marxista. Es pertinente recordar cómo los socialistas cooperativistas de Nasser, impulsores del panarabismo, compartían con el nacionalsindicalismo español la pretensión de situarse al margen del liberalismo capitalista y del comunismo ateo; pero más como posición antiimperalista que como movimiento panislamista. Pese a sus convicciones religiosas profundas, vestían a la europea y sus mujeres e hijas iban a la universidad sin tapar su rostro ni esconder sus cabellos. Muy diferentes a los que hoy día intentan dar la batalla a la cultura occidental y al mundo considerado infiel. Miraban a España con admiración, como a un país con doctrina y con fuerza para sentirse liberado de posiciones serviles, aparte de agradecerle el hecho de que el régimen de Franco era el único de los occidentales que no reconocía al Estado de Israel y que se declaraba a favor de la causa Palestina. En la doctrina falangista de José Antonio Primo de Rivera, según manifestó su líder Gamal Abdel Nasser, se encerraba el germen de una solución a los males políticos del mundo. Esta misma posición, a favor del panarabismo era defendida también, por los llamados falangistas auténticos. Narciso Perales y FE de las JONS (Auténtica) se proclamaron terceristas (defensores de una tercera opción frente al imperialismo de EEUU y de la URSS) y tercermundistas (solidarios con la lucha de los países del tercer mundo por su liberación y contra los mencionados imperialismos).

El imperialismo occidental creó un Estado para los judíos en un territorio del que estos habían sido expulsados, y del que se dispersaron en su diáspora, casi dos mil años antes. Podría haber sido justo un estatuto especial para las regiones habitadas por comunidades judías en Palestina. La cuestión nacional resulta muy complicada para esta región de Oriente Medio, pues con la descolonización tras la primera y la segunda guerras mundiales, se trazaron en toda esta zona, antes sometida al imperio turco y luego a las potencias europeas, unas fronteras un tanto artificiales. Nunca existió una nación árabe palestina y tampoco se llegó a crear después de 1948. El panarabismo fue una respuesta a la salida del imperialismo por parte de los árabes secularmente sometidos a turcos y a europeos, sin una idea clara de patria, más allá de sus vínculos religiosos. Nasser en Egipto, el partido Baaz en Siria o Gadafi, en Libia, promovieron la idea de una gran patria árabe laica y socialista no marxista. La RAU fue un intento fallido de este propósito. Hay que decir que tras la torpe política de alimentar las llamadas Primaveras Árabes, el panarabismo laico ha sido sustituido hoy día por un furibundo islamismo yihadista.

En el Líbano, este panarabismo chocó contra nuestros hermanos de las Falanges libanesas, de inspiración cristiana maronita y recelosos de esa patria árabe en la que no se sentirían integrados; no ya por razones religiosas, sino también por cuestiones culturales. El choque se encrespó con la llegada al Líbano de los primeros refugiados palestinos y sus organizaciones armadas.

La causa que generó el conflicto fue la creación de un Estado para Israel en el lugar que ocupó su antigua patria hace dos mil años. Dada la persecución secular, los repetidos pogromos, el reciente Holocausto, la falta de integración de muchos judíos en los países europeos y americanos, unido todo esto al fuerte movimiento sionista, nacionalista en su peor acepción, los dueños del mundo decidieron la creación de un Estado de Israel. Con alguna duda acerca de su ubicación, se decidió colocarlo en los territorios de la antigua Tierra Prometida, con lo que se reforzó peligrosamente la idea mesiánica de pueblo elegido. Salvando ciertas distancias, la idea podría ser considerada tan inoportuna como concebir la creación de un Estado para los gitanos dispersos –y poco integrados– por el mundo, en territorio egipcio, o en la India (no están muy claros sus orígenes), desplazando a sus actuales habitantes.

El Estado de Israel ha ido expandiéndose con ocasión de cada una de sus victorias sobre los árabes atacantes. Los árabes nunca aceptaron la existencia de dicho Estado de Israel, hasta 1993, en que precisamente Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) –organización laica– lo hizo. Hoy día hay países árabes que se sitúan geoestratégicamente al lado de Israel y los EEUU. Otros están más cerca de Irán y de Rusia. Pero lo cierto es que la existencia y la cotidianidad de la vida de la población árabe de Palestina sometida a continuos bloqueos, muertes, ocupación de tierras y apartheid, malviviendo en campos de refugiados, propicia el desarrollo de todos los gérmenes y enfermedades del cuerpo y del espíritu –la enfermedad del fundamentalismo islámico incluida–.

Acaso la solución de los dos Estados –uno árabe palestino, otro judío israelí– sea en el presente la única viable. Claro que siempre y cuando se tracen unas fronteras equitativas y se extirpe, de un lado, el fundamentalismo religioso; del otro lado, el nacionalismo agresivo (individualismo de los pueblos, según José Antonio Primo de Rivera; nacionalismo egoísta y supremacista). Pero estas condiciones, hoy día, son algo más que lo que significa nuestra castiza expresión de pedir peras al olmo.

¿Qué nos tenemos que posicionar? Pues nos posicionamos a favor de los derechos humanos del maltratado pueblo palestino. Y también nos posicionamos en contra del cruel terrorismo islamista y de los crímenes de guerra. ¿Es esto equidistancia? ¡No! Es optar radicalmente por la Justicia y la Verdad. Nos lo podemos permitir. Los falangistas no contamos en la política actual, pero mantenemos nuestra independencia para criticar tanto a los amos del mundo como para manifestar nuestra repulsa a los gérmenes nocivos para nuestra civilización cristiana occidental. Otros, a izquierda y, sobre todo, a derecha, están obligados a seguir las consignas de sus amos.




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