ARGUMENTOS
Un Estado sólo puede ser un Estado nacional
Las tres principales formas de Estado plasmadas durante el siglo XX: el estado liberal-capitalista, el estado nacional-fascista, y el estado marxista-leninista.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (30/DIC/2023). Tomado de Cuadernos de Encuentro (enero de 2009), editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portadas de El Mentidero y Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Es un hecho más que evidente que estamos asistiendo a la disolución de la estatalidad, existen hoy compañías y empresas privadas que son más poderosas que algunos Estados[1]. Se está produciendo la anulación del concepto de soberanía, esencia última de la idea de Estado. Y éste se ha transformado en un instrumento incapaz de cumplir con lo fines esenciales de lo político, para lo que fue creado.
La pregunta sobre el Estado es una pregunta moderna[2] pues aparece con el surgimiento de los estados nacionales en los albores del siglo XVII y es planteada por primera vez por Jean Bodin (1530-1596).
Así pues, si los filósofos griegos caracterizaron el poder político con relación a la polis –la denominada ciudad estado–, los romanos a la relación civitas-imperium, y los filósofos cristianos referían el poder a la Cristiandad –conjunto de pueblos de Europa unidos por la fe, las costumbres y el orden social–, es Jean Bodin quien caracterizó por primera vez al poder político –rota la unidad religiosa por la reforma protestante– con relación al Estado como unidad superior y neutra a las partes en pugna.
Ahora bien, el concepto de Estado no es un concepto absoluto, independiente y completo en sí mismo, sino que es relativo a; esto es, vinculado a otros conceptos como los de nación, sociedad, gobierno y pueblo. Existen tantas versiones de Estado como proyectos ideológicos entran en juego en el mundo de las ideas y de la acción.
A continuación expondremos sintéticamente las tres principales formas de Estado plasmadas durante el siglo XX: el estado liberal-capitalista, el estado nacional-fascista, y el estado marxista-leninista.
La versión liberal define el Estado como «la nación jurídicamente organizada». El Estado es así considerado como un órgano neutro, agnóstico y laico, cuya función principal es el mantenimiento del orden público. El Estado no es más que un gendarme (stato carabinieri) que se identifica con el derecho y con el orden legal. (Cfr. John Locke: Ensayo sobre el gobierno civil, cap. VII). L’etat veilleur de nuit en la apropiada definición de Ferdinand Lasalle (1825-1969) para defender la seguridad de los individuos y la propiedad privada. Su dios no es otro que el monoteísmo del libre mercado.
La versión fascista define el Estado como «un sistema de jerarquías que debe expresarse a través de la parte más egregia de la sociedad como guía de las clases inferiores». El Estado es un fin para el fascismo –Stato fine y no stato mezzo–. Su fórmula es: «Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado» (Cfr. Benito Mussolini: El espíritu de la revolución fascista, Bs. As., 1984, cap. IV). El Estado fascista cubre –totaliza– todas las posibilidades de realización del individuo. Así los cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado como por ejemplo los sindicatos son creados por el Estado y desde el Estado, y son ellos agentes de acción política como apéndices o colaterales del partido oficial único.
La versión marxista-leninista define al Estado como «una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otra». La fundamentación más explícita de esta proposición es la ofrecida por Antonio Gramsci cuando dice:
«En una sociedad determinada nadie está al margen de una organización y de un partido, ya que ello se entiende en un sentido amplio y no formal. En esta multiplicidad de sociedades particulares de doble carácter –natural y contractual o voluntaria– una o más prevalecen relativa o absolutamente, construyendo el aparato hegemónico de un grupo social sobre el resto de la población (o sociedad civil), base del Estado, entendido estrictamente como aparato gobernativo-coercitivo» (Sobre el Estado moderno, Bs. As., 1984, p. 161).
Como solución a esta opresión propone Lenín: «Relegaremos esta máquina a la basura, entonces no existirá ni Estado ni explotación. Constituiremos la sociedad libre de los productores asociados» (Sobre el Estado, Pekín, 1975. pp. 11 y 25).
Ahora bien, todo esto en teoría, pero en la práctica –no olvidemos que el marxismo antes que nada es una praxis para la toma del poder– el marxismo-leninismo se construyó sobre la base de un estado totalitario. Él mismo reúne cinco rasgos esenciales:
1. Ideología oficial que abarca todos los aspectos de la vida.
2. Un partido único dirigido por un secretario general.
3. Un sistema de control policíaco sobre la sociedad civil.
4. Concentración en manos del Estado de todos los medios de comunicación y publicidad.
5. Control central de la economía.
Estas tres formas principales de Estado desarrolladas durante el siglo XX nos lleva a la pregunta acerca de la esencia del Estado o cuál sea su naturaleza.
- Así el liberalismo toma el Estado como un medio (gendarme o guardián nocturno). Tal Estado tiene sólo por finalidad la protección jurídica y no la actuación social. Su ley suprema no es el bien común sino la suma de las voluntades individuales (principio de la mayoría de la democracia formal).
- El marxismo también lo caracteriza como un medio (máquina opresora) y propone su eliminación lisa y llana en favor de la «sociedad comunistas de los productores asociados».
- Por su parte el fascismo lo absolutiza como un fin en sí mismo, hipostasiando el Estado como ente cuasi divino. En el fondo su explicación devino más teológica que filosófica y su propósito, en verdad, sólo se logró parcialmente, porque su estadolatría, al decir de Arturo Sampay (1911-1987) no sólo nunca pudo plasmarse sino que perdió toda posibilidad de existencia. De ahí que todo lo que pueda hacerse actualmente en nombre del fascismo es arqueología política.
Ahora bien, más allá de estas tres grandes corrientes políticas con proyección internacional, han existido intentos político-filosóficos de índole local o nacionales de plasmar Estados concebidos de otra manera.
En Argentina el único intento de reformulación de la naturaleza del Estado en el siglo XX, ha sido el llevado a cabo por el justicialismo, con la sanción de la Constitución de 1949. En el Informe a la Asamblea Nacional Constituyente podemos espigar las grandes líneas de esta concepción del Estado. Así afirma taxativamente:
«El Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado [...]. El Estado resguarda la libertad a la persona y la hace efectiva promoviendo el bien común. En el orden justo. El totalitarismo es la contrafigura de esta concepción política porque degrada al hombre a la situación de instrumento del Estado divinizado [...] pero el Estado en la reforma que se propone, si bien tiene como fin la perfección y la felicidad del hombre que vive en sociedad, abandona la neutralidad liberal, que, se reitera, es a favor del poderoso, y participa en las cuestiones sociales, económicas, culturales, como poder supletivo e integrador, para afirmar un orden positivo, restituyendo o asegurando al hombre la libertad necesaria a su perfeccionamiento» (Cfr. Constitución nacional 1949, Ed. Pequén, 1983, pp. 35 y 36).
Resumiendo entonces vemos que el Estado para el justicialismo es un medio, del que se sirve el hombre en comunidad para alcanzar el bien común –razón última de la existencia del Estado–. Para lo cual el Estado puede ser utilizado como poder supletivo (principio de subsidiariedad) enunciado por De Bonald y más recientemente por Pío XII en su encíclica Quadragessimo Anno), o como poder integrador (principio de solidaridad) enunciado por Max Scheler y posteriormente por Juan Domingo Perón en su discurso ante la Asamblea Legislativa el 1-5-74, conocido como El modelo argentino para el proyecto nacional.
Ahora bien, si el Estado es medio, quiere decir que tiene su ser en otro y no un ser en sí, pues su ser es ser para, como el de todo instrumento, se impone la pregunta acerca de quién lo instrumenta. La respuesta es indubitable. El Estado es un instrumento del gobierno para la consecución del bien común general de la comunidad política que dicho gobierno rige. Este bien común mencionado hasta el hartazgo se logra cuando el gobierno puede consolidar: la seguridad exterior del Estado, la concordia interior y la prosperidad general de la población.
Y con esta última respuesta superamos terminantemente el meollo de la confusión más difundida de la ciencia política; aquella que identifica Estado y gobierno.
Esta confusión que se encuentra explícitamente señalada tanto por Lenin, gran hierofante del comunismo:
«El problema del Estado es uno de los problemas más complicados y difíciles, tal vez aquel en el que más confusión sembraron los eruditos, escritores y filósofos burgueses» (Op. cit. pp.1), como por Jacques Maritain, factotum intelectual de la democracia cristiana internacional: «Tales conceptos (de nación, estado, gobierno) son nómades no fijos. Ahora se utilizan como sinónimos y luego en abierta oposición. Todo el mundo se encuentra más a sus anchas al utilizarlos, cuanto con más inexactitud conoce su significado» (El hombre y el Estado, Bs. As., 1953, p. 13).
Esta confusión, decimos, que agudiza el academicismo constitucionalista, es la que viene a resolver el justicialismo que distingue claramente entre gobierno, Estado y organizaciones libres del pueblo. Así la naturaleza del gobierno es concebir, fijar los fines, por lo que es centralizado, y la del Estado ejecutar a través de sus aparatos, es descentralizado, y la de las organizaciones libres del pueblo, llamadas técnicamente cuerpos intermedios, ser factores concurrentes en los aparatos del estado que les sean específicos para condicionar, sugerir, presionar, de tal manera que el gobierno haga las cosas lo mejor posible (Cfr. J. Perón: Política y estrategia, Ed. Pleamar, Bs. As., 1971, p. 166 y sig.).
Resumiendo, el Estado existe en sus aparatos que como tales son medios o instrumentos que sirven como gestores del gobierno –gerente del bien común como decía Sampay– para el logro de ese bien. Pero, por el hecho de ser medio, el Estado tiene su ser en otro, y ese otro es la nación, entendida como proyecto de vida histórico de una comunidad política. De ahí que un Estado sólo pueda ser un Estado nacional, de lo contrario devendrá una nada de Estado. Se convierte en instrumento de otro proyecto de nación distinto de aquel por el cual había sido creado. Estos últimos son los estados dependientes en relación con los estados hegemónicos, imperialistas o colonialistas.
[1] Hoy tenemos como ejemplo el caso de Ponsombilandia, perdón, Uruguay, donde la compañía finlandesa Botnia se muestra más poderosa que el Estado uruguayo y no tiene en cuenta el pedido del presidente de ese país para parar las obras de la papelera que seguramente contaminará las aguas del río homónimo.
[2] Los italianos denomina lo stato, que significa: lo que está ahí, al aparato de poder superpuesto artificiosamente, mecánicamente a la vida orgánica, natural y espontánea de la ciudad, de la antigua Comuna.