Caridad cristiana privada y asistencia social pública

31/DIC.- ¿Qué es, sino caridad también, los auxilios económicos que hacen permanentemente los Estados a multitud de ciudadanos, en forma de subsidios, exenciones, asistencias no sólo a metálico, o cualesquiera otras clases de ayudas, cuyo catálogo es enorme? ¿Y no se considera esa acción del Estado como una ejecución de carácter económico?

Caridad cristiana privada y asistencia social pública

Quien esto escribe asistió, hará cosa de unos tres años, a un espectáculo sorprendente. Creo recordar que tuvo lugar en la capilla de la Universidad San Pablo CEU, y que fue promovido por la asociación E-Cristians, obra liderada por la infatigable e interesante figura del señor Josep Miró i Ardévol, quien fuera en su día conseller de Agricultura con Jordi Pujol, y que más tarde se ha dedicado con ahínco al activismo sociopolítico de orientación católica, desde una perspectiva de catalanismo moderado.

Y ya que lo menciono, aprovecho la cita para decir que tal vez un día sería bueno ampliar nuestra área de conocimiento hacia personajes que pululan en nuestro entorno como este hombre –de los cuales hay muchos aunque no lo parezca, inmersos como estamos en el caos mental que hoy hay en España–, a los cuales, aunque parezcan supuestamente alejados ideológicamente de nosotros, no los podemos considerar en modo alguno y automáticamente como enemigos, y sí como lo que podríamos llamar ‘posibles confluyentes’ hacia objetivos que nos pueden beneficiar a todos, aceptando el sentido positivo de aquello que dijera el mismísimo Indalecio Prieto refiriéndose a José Antonio:

‘Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizás fuesen fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena ventilarlas en el campo de batalla’.
​(‘Convulsiones de España’, página 152, Ediciones Oasis, México).

Pero perdóneseme la digresión y volvamos al tema que nos ocupa…

Decía que asistí a un espectáculo sorprendente, que fue éste: oír al arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez Fernández, exponer la tesis de que se ha de considerar la caridad como una de las fuentes de la economía. Al principio tal afirmación me chocó sobremanera, aunque después no tanto… desde determinado punto de vista. Porque...

¿Qué es, sino caridad también (o, si se quiere, justicia distributiva, para los que rechacen el término caridad a causa de prejuicios ancestrales), los auxilios económicos que hacen permanentemente los Estados a multitud de ciudadanos, en forma de subsidios, exenciones, asistencias no sólo a metálico, o cualesquiera otras clases de ayudas, cuyo catálogo es enorme? ¿Y no se considera esa acción del Estado como una ejecución de carácter económico?

El sistema económico es, primordialmente, la ordenación de recursos materiales hacia la creación de riqueza, pero no sólo eso. Porque la economía también residencia su acción en la redistribución o reversión del producto obtenido en primer lugar a sus generadores, pero también, subsidiariamente, a toda aquella masa de población que aunque no participe, o participe en escalas menores, en la generación de riqueza, forma parte indisociable del Estado por naturaleza y origen.

Surgen, sin embargo, muchos peros a la tesis arzobispal. El primero y principal reside en el principio de voluntariedad del acto caritativo.

Porque una sociedad bien conformada, corporeizada en Estado, no puede dejar al libre albedrío de la voluntad de cada cual si participa o no en la justa redistribución de la riqueza generada en su seno, de tal forma que la falta de voluntariedad provoque que haya ciudadanos desatendidos en las condiciones básicas que exige su dignidad humana.

Cuáles sean esas condiciones básicas es un tema técnico, que habrá de mensurarse de varias maneras, y siempre en relación con las posibilidades en tal sentido de la propia sociedad. Aquilatar las mismas es tarea que corresponde a la acción política, que habrá de tener siempre presente, como objetivo final, que aquellas se cumplan. Y si las circunstancias de un momento o período determinado no permiten cumplirlas, no por eso habrá de desecharse el objetivo marcado; la acción política residirá entonces en la tarea de investigar y conocer las causas de ese incumplimiento, y suscitar los medios de corrección correspondientes.

El ejercicio de la caridad pertenece a la esfera privada, mientras que el ejercicio de la justicia distributiva corresponde al cuerpo social representado por el Estado.

Dar de comer al hambriento, o vestir al desnudo, son consejos evangélicos basados en el ejercicio de la caridad, y son formulaciones de una moral individual saludable que, sin embargo, no puede ser impuesta obligatoriamente. Pero para el Estado sí que son un deber, defínase como se defina moralmente.

Dar una limosna para que coma al mendigo que se nos acerca en la calle puede ser un acción benemérita, pero el ciudadano que la practica no puede verse confundido en su responsabilidad: que el mendigo coma es responsabilidad del Estado, a través de sus servicios asistenciales administrativos.

Cada vez que tengamos a un mendigo delante, y al mismo tiempo que le damos nuestra limosna con una mano, no dirijamos el dedo acusador de nuestra otra mano hacia nosotros mismos, sino hacia las orondas figuras de quienes nos gobiernan.

Tener esto claro es más importante que seguir contemplando teatrillos protagonizados por figurantes sin vergüenza metidos a políticos. Como ese de la ‘investidura’ de un tal Pedro Sánchez, actor principal en estos días de un drama bufo titulado ‘España en almoneda’.


* Significado de almoneda.

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