Nosotros, los villanos

16/12.- O cómo se prosigue sin descanso una manipulación: Un montaje audivisual sugiere, sin aportar dato alguno ni prueba, que fue el falangista Bartolomé Aragón, testigo de la muerte de don Miguel el 31 de diciembre de 1936, el asesino por encargo.


Publicado en la revista Lucero, núm. 141, 4º T de 2020. Editado por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa.

Tras la infumable y retorcida película sobre Unamuno y los incidentes del paraninfo de la Universidad de Salamanca del 12 de octubre de 1936, que ha sido y está siendo tan aireada por las cadenas televisivas oficiales y oficiosas, llega un nuevo giro de tuerca sobre el gran pensador español y sus últimos meses de vida. En concreto, se trata de una nueva especulación, en un documental de Manuel Menchón (Palabras para el fin del mundo), que sugiere, sin aportar dato alguno ni prueba, que fue el falangista Bartolomé Aragón, testigo de la muerte de don Miguel el 31 de diciembre de 1936, el asesino por encargo

Un montaje más, en definitiva, de la memoria democrática, que, como de costumbre, pone en la diana a los eternos villanos, los falangistas, culpables al parecer de todo lo nefando que ha ocurrido en el mundo por lo menos desde aquel episodio de la serpiente, Eva y Adán en el jardín del Edén.

Y esta vez ha sido un hombre no vinculado en absoluto al falangismo, como es el profesor Jon Juaristi, quien ha desdeñado en profundidad ese montaje de manera rotunda:

Es una estupidez siniestra, algo muy propio de la memoria conspiranoica de una izquierda sectaria e indocumentada, que no ha dudado en atribuir a Franco los ´asesinatos´ de Mola, Sanjurjo y hasta de su propio hermano Ramón. No merece el menor comentario.

Y añade Juaristi, en alarde de objetividad: Los falangistas, empezando por José Antonio Primo de Rivera, amaban tiernamente a don Miguel. No por lo que tenía de liberal, sino por lo que rebosaba de nacionalismo (sic) español. Es cierto que se apoderaron de su féretro y de su entierro, pero por devoción, no por manipulación política. Para la Falange intelectual, que la hubo, Unamuno fue siempre uno de los suyos. Sobre este último aspecto, creo que todos hemos leído aquella entrevista que sostuvieron Francisco Bravo, Rafael Sánchez Mazas y José Antonio con el rector salmantino en el domicilio de este, el 10 de febrero de 1935 (José Antonio, el hombre, el jefe, el camarada. F. Bravo. Ediciones españolas. Madrid 1940. Págs. 85-93).

Claro que Unamuno, a los pocos días, se metía con la Falange en la prensa, fiel a su condición de hombre de contradicción y de pelea, del mismo modo que se enfrentó con todos y cada uno de los partidos y regímenes que conoció.

Por herencia de mi padre, guardo uno de aquellos cuadernillos para el bolsillo de la camisa azul, que se editaron por el Frente de Juventudes, donde precisamente se recogen textos de Miguel de Unamuno, en un momento en que el nacional-catolicismo imperante no veía con buenos ojos las referencias a este pensador.

Don Miguel de Unamuno no es nuestro patrimonio: pertenece al de todos los españoles; es una figura decisiva en el pensamiento español del siglo XX, de aquella generación del 98 de la que los primeros falangistas se consideraron nietos, y no solo por cronología, sino por identificación con el patriotismo crítico del me duele España unamuniano.

No merece don Miguel que unamunólogos patrios –en palabras de Juaristi– manipulen su memoria para verter su odio sobre su figura y, de paso, sobre nosotros, los eternos villanos para los sectarios de turno.


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