Echemos unas risas

Situaciones verdaderamente esperpénticas las tenemos a diario, y no se aprovechan para mantener la tradición del humor español, crudo y cruel, pero punzante y provocador de la risa, con su inevitable tono de amargura y de rebeldía.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (5/DIC/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Echemos unas risas

Ante el panorama que tenemos, casi toda la prensa opositora –escasa, porque las dádivas acrecientan la oficial día a día– nos sobresalta continuamente al destacar, sin la más mínima exageración, los tonos más negros de las barrabasadas jurídico-políticas de Pedro Sánchez; las lamentaciones se suceden y, como lógica consecuencia, toman cuerpo en la sociedad las previsiones más pesimistas sobre el futuro.

Los especialistas en economía, vaticinan escenarios apocalípticos en sus cuentas, pero, al tratarse especialmente de macroeconomía, pasan desapercibidos para el español de a pie, máxime si son contrarrestadas por las constantes contraofensivas gubernamentales que pretenden ofrecer datos más favorables a su gestión, aunque sean cogidos por los pelos; en general, ese españolito de infantería está más preocupado, en su realismo, por cómo llegar a fin de mes, por cómo hacer frente a los plazos de su hipoteca y, en la mayoría de los casos, por la cesta de la compra diaria.

Y no es que todo lo anterior, los tintes negros, se aparte mucho de la verdad, pero mucho me temo que mis compatriotas, con este martilleo constante de lo negativo, vayan perdiendo una de sus cualidades más sobresalientes, incluso en coyunturas más difíciles que la actual (que ya es decir): el sentido del humor. Claro que no es para menos, insisto, pero el gracejo español nunca ha dimitido, pues incluso las gaditanas se hacían tirabuzones con las bombas que tiraban los fanfarrones

Advierto, por ejemplo, que escasean los chistes en público sobre el propio Sánchez y sus adláteres; quizás la excepción se contenga en algunas viñetas de esa prensa no adicta o en las redes muy personales; hasta el ingenio de Pérez-Reverte arrojó la toalla y este autor se cerró en banda a emplear el sarcasmo y la ironía en sus artículos, que acostumbraban a tratar de la política doméstica; dijo que esta renuncia era por puro asco, y debe ser respetada su opción, a pesar de que los auténticos influencers no deben, como los intelectuales de pro, tirar nunca la toalla.

Estamos, pues, en que todos insisten en lo que de tragedia tiene el momento español, pero pocos se atreven a glosar lo que también tiene de comedia, en sus distintas derivaciones literarias, desde el sainete bufo al esperpento valleinclanesco, que posiblemente definiría mejor lo que está ocurriendo; si el sainete escondía una crítica suave, tolerada por los satirizados, el esperpento no se detenía en suavidades ni en galanuras, sino que ridiculizaba, hasta la crueldad, a personajes y personajillos, situaciones, leyes y actitudes, ofreciendo al lector o al espectador una crítica mordaz, a veces ni sujeta a las convenciones sociales de una cortesía forzada; un ejemplo aislado podría ser, por ejemplo, la predilección por la fruta de la presidenta de la Comunidad de Madrid… Ha dado pie a esta interpretación el propio Pedro Sánchez, que reconoce que «le gusta la literatura esperpéntica».

Situaciones verdaderamente esperpénticas las tenemos a diario, y no se aprovechan para mantener la tradición del humor español, crudo y cruel, pero punzante y provocador de la risa, con su inevitable tono de amargura y de rebeldía. Tampoco sería un desatino incluir estas situaciones dentro de lo codornicesco, pero dudo que algunos políticos del momento pudieran entender el adjetivo, dado el subtítulo que ostentaba la revista desaparecida: «La revista más audaz para el lector más inteligente». Se me ocurren algunos ejemplos de estas derivaciones cómicas de lo que está sucediendo, entre muchos que podrían entresacarse de las noticias que nos llegan.

Así, cuando oímos que el PNV se califica de partido progresista, cuando ha representado, a lo largo de toda su historia, el ejemplo más claro de reaccionarismo, sostenido por un integrismo religioso ultramontano, aderezado convenientemente del racismo (en sus comienzos no se llamaba etnicismo) que le insufló su fundador; leamos a Sabino Arana y a sus herederos y lo comprobaremos fácilmente, sin que sea necesario establecer relaciones entre su lauburu y la cruz esvástica. Otro tanto sucede con Junts, el partido heredero de aquella Convergència de Jordi Pujol; se ha soslayado hábilmente, en su trayectoria, que este ganó el embate del caso Banca Catalana a Felipe González, que luego hizo migas con Aznar y que, ahora, casualmente, sus presuntas irregularidades han desaparecido de los periódicos y telediarios como por ensalmo, quizás a la paciente espera de una generosa amnistía.

Pues bien, ya sabemos que ambas formaciones tienen patente de progresistas, y son favorecedoras de la segunda edición del Frankenstein que tenemos encima, aliadas a la izquierda y a la ultraizquierda (¿dónde está la frontera?) del PSOE y de Sumar. Y no me digan que del defenestrado Podemos no se podrían escribir páginas sabrosas de tono esperpéntico, con actuaciones estelares de sus miembros.

Por otra parte, calificar al PSOE de «obrero» no deja de ser un chiste de mal gusto, especialmente para los trabajadores que se las ven y las desean para cubrir sus necesidades más básicas; entender que Bildu es un partido nacido para la concordia nacional roza el insulto, del mismo modo que calificar a ERC como partido izquierdista, y cuya reivindicación republicana se circunscribe al territorio catalán y a aquellos lugares donde llegan sus delirios imperialistas; lo de la Catalunya Nord estaría incluido, en todo caso, en el ámbito de la ciencia ficción.

Un consejo particular: no caigamos, queridos compatriotas, en jeremiadas ni saquemos a relucir a Armagedón a cada trance; junto a la persistencia en la crítica, en la defensa de los valores nacionales de España y de su unidad, empleemos el sentido del humor, ese que tanto relumbre dio a nuestras letras y que tan mal sienta a los sátrapas de la situación actual.




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