Selectividad: ventajismo, fobia y sinsentido

La selectividad es el culmen de muchos diseños curriculares orientados a cultivar el odio de parte.


​​Publicado en primicia en la sección opinión del digital El Debate (14/JUN/2023), y posteriormente recogido por La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

Selectividad: ventajismo, fobia y sinsentido

La enseñanza es una materia sensible para todos pero sólo directamente preocupante para quienes tienen hijos en edad escolar o trabajan en el sector. Pasados los años de estudio, la educación pierde su protagonismo en la mente de las familias. Para muchas de ellas hay, sin embargo, un punto álgido de preocupación; de angustia sin casi, en los años escolares. Ese periodo angustioso se extiende por dos cursos, va in crescendo de primer a segundo curso de bachillerato y termina en las frenéticas jornadas del examen de selectividad –o EBAU– y en los días que le siguen hasta publicarse las calificaciones.

Naturalmente la angustia es parte de la vida y cada uno la lleva como puede. En el caso de la selectividad es, sin embargo, una grave fuente de desigualdad porque, paradójicamente, aunque en España el distrito universitario es único (cada alumno aprobado puede solicitar plaza en cualquier universidad), existen diecisiete exámenes diferentes dependiendo de la autonomía de residencia junto con el que se pone en Ceuta y Melilla. Diferentes grados de dificultad para saltar todos luego a la misma cancha si se aprueba. Diferentes posibilidades para acceder a un itinerario profesional que redundaría en una economía mejor preparada y competitiva.

El origen de este diferente trato está la ley de transferencia de competencias a las comunidades de 1992. En ella se establece que el diseño curricular de los contenidos de las asignaturas corresponde a los gobiernos autónomos y también las preguntas de selectividad. También corresponde a ellos, junto con los parlamentos regionales, determinar el nivel de gasto por alumno en cada ley de presupuestos. Más de diecisiete barreras diferentes que colocan a cada recién graduado en bachillerato en una posición de partida ventajista o lastrada.

Iván Teruel, profesor de enseñanza secundaria, columnista habitual y analista de referencia en materia educativa, ha señalado eficazmente estas diferencias enfatizando la diferente manera en la que, por ejemplo, las faltas de ortografía penalizan al calificar la asignatura de Lengua Castellana y Literatura; una de las materias que forman parte del bloque obligatorio del examen.

La doctora Judit Ruiz dedicó su tesis a analizar las diferencias en los exámenes entre autonomías. No ha sido la única investigadora que se ha atrevido con este campo de estudio pero tampoco abundan las investigaciones. La profesora Ruiz evidenció importantes diferencias en los exámenes de Lengua Castellana y Literatura, Lengua Extranjera-Inglés e Historia de España según comunidades autónomas.

Mal utilizada, la selectividad es también una herramienta para terminar de definir el marco de pensamiento de unos contra otros. En un país en el que afortunadamente se persigue el acoso escolar levantado sobre fobias de todo tipo, miles de estudiantes se han tenido que despachar en las tres provincias vascas con el comentario de texto sobre el artículo «Pijos o cayetanos». Un alegato fóbico contra esa parte de la juventud a la que su autor etiqueta como jóvenes que no se han merecido nada.

Naturalmente, la literatura sobre los factores determinantes del éxito académico de una persona subraya la importancia que en él tiene la formación de los padres (una variable muy correlacionada con el nivel de renta) y la calidad de los centros en los que se ha estudiado. Naturalmente aquí –como en las más de diecisiete pruebas de selectividad– hay quien parte con ventaja. Para eso está el sistema público; para compensar las diferentes posiciones de partida con becas y ayudas como también está para dotar de recursos a los centros públicos (y concertados) de manera que pueda achicarse la brecha entre tipos de centros. Pero el texto elegido nunca es el que identifica a los ventajistas como a los que pertenecen a la misma clase política que lleva gobernando décadas en un mismo territorio. Ventajista es igualmente quién desde la cuna se mueve en una gran red clientelar a la que pertenece su familia por razón de carné político. Bien, incluso así, ¿hay que poner a los estudiantes en la piel de un héroe dispuesto a jugarse la nota criticando un texto que estigmatiza a una parte de la población con la que puede sentirse identificado?

La selectividad es el culmen de muchos diseños curriculares orientados a cultivar el odio de parte. Aquí la caricaturización de la Historia de España alcanza su paroxismo antes de llegar a unas preguntas de examen que –como ocurre en las mismas provincias donde se señalaba a los cayetanos– siempre se pregunta por el franquismo o por los reyes de España que, durante cursos fueron arteramente ridiculizados en los libros de texto. El remate es obligar a examinarse en una lengua diferente a la materna.

La sociedad civil, al menos esa parte para la que la educación sigue importando incluso más allá de la edad escolar de los propios, ha conseguido en los últimos años que se repartan los exámenes tanto en la lengua local como en castellano. El último éxito ha sido el de la asociación Escuela de Todos en las Islas Baleares. Las batallas de la también asociación, Hablamos español, no han sido menores.

No es justo cercenar o facilitar vocaciones profesionales con diferentes barreras de acceso a un distrito universitario único. No es sano usar la educación para provocar una lluvia fina de odio que acaba en subastas de repulsa como la que estigmatiza a unos frente a otros. No lo es para los estudiantes, no lo es para los profesionales de la enseñanza ni tampoco para la sociedad.




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