Nochebuena ¿noche triste?

29/DIC.- Aspiramos a recuperar esa alegría sana propia de la celebración de una Navidad y que quede como un recuerdo, como un mal recuerdo, la tristeza ambiental, social y personal de estos últimos días, de esta Nochebuena que ha sido, para muchos, una noche triste.


Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 566, de 29 de diciembre de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).

Nochebuena ¿noche triste?

Tanto desde la percepción personal como desde la observación sociológica participante, creemos que, en estas Navidades, existe en el ambiente y en las actitudes de las personas una sensación de tristeza, una especie de desencanto y de abatimiento generalizado.

La meteorología contribuyó a ello. La noche del 24 y todo el día 25 estuvieron lluviosos, fríos, con el cielo plomizo, con niebla, tristes también, en definitiva. Esa observación nos lleva a la conclusión de que, con el bullicio y la alegría sanos en las calles, había desaparecido también la alegría en las gentes aunque no faltaran algunas aglomeraciones en muchos lugares de las poblaciones.

Hace ya tiempo que se viene socavando en estas fechas el primigenio sentido de las mismas: la celebración del nacimiento del Hijo de Dios, y se conduce a la sociedad hacia unas celebraciones laicas y consumistas. La fórmula que van imponiendo los que persiguen este objetivo es la de Felices Fiestas en sustitución de Feliz Navidad.

Pero en esta ocasión la percepción va más allá y parece que, en estos días, en el ambiente hay un halo que nos abarca y envuelve. Parece que un imperceptible silencio se sobrepone al bullicio acostumbrado en estas fiestas.

El año pasado, en plena pandemia, parecía que habíamos comprendido la situación, la habíamos aceptado y asimilado y se dieron por inevitables y con obligación de cumplir las drásticas normas y restricciones impuestas ante la tragedia que se estaba viviendo. Era un sacrificio cuya compensación parecía que iba a ser la de un futuro más esperanzador y se confiaba en que en estas Navidades aquello podría estar superado y volveríamos a vivir las celebraciones religiosas, los encuentros familiares y las relaciones sociales con la misma normalidad de tiempos pretéritos.

Sin embargo, ha llegado este año e, independientemente de las mentiras a las que ya nos han acostumbrado ciertos políticos, parecía que quienes podrían tener autoridad para ello nos auguraban una paulatina y, paradójicamente, hasta rápida superación de la situación, una mejoría que impulsara las ilusiones y las expectativas.

Se volvió a planificar y concertar la celebración de espectáculos, las cabalgatas de los Reyes Magos, las reuniones familiares y las reservas en la hostelería. Y, por parte de estos establecimientos, la provisión de recursos alimenticios. Y la recuperación económica de los pequeños establecimientos supervivientes con las compras de Navidad y Reyes.

Pero la aparición y rápida difusión de la variante con nombre de letra griega, la ómicron, nos ha asestado un mazazo del que parece ser que no nos hemos recuperado.

Las familias, muy a su pesar, han tenido que desmontar sus convocatorias, los niños se han quedado con la miel en los labios de compartir una cena o una comida, el montaje de un Belén y el cántico de los tradicionales villancicos con sus mayores.

Muchos viajes para el reencuentro han sido suspendidos; las cancelaciones en la hostelería han resurgido y el desencanto, la desilusión y la tristeza se han hecho dueños del ambiente y parece que han flotado en el aire imprimiéndonos una cierta forma de congoja y una tristeza espiritual semejante a la de la climatología imperante en esos días.

Cuando habíamos creído, o nos habían hecho creer, que el virus estaba prácticamente vencido, la dura realidad se ha impuesto. Por ejemplo, en el paso del día 24 al 25, en Madrid, se han producido nada menos que 20.371 nuevos contagios.

Se mantiene la incertidumbre o las sospechas respecto al origen de la pandemia allá en los laboratorios de Wuhan y el afán de los humanos por desafiar, para unos, a Aquel cuyo nacimiento conmemoramos en estas fechas o, en el caso de otros, a las reglas de la Naturaleza.

Y ahora desconocemos si la supervivencia del «maldito bicho» en sus diferentes modalidades obedece a nuestras imprudencias o irresponsabilidades. O a la falta de capacidad o conocimientos reales de los políticos o de los «expertos», no los de verdad, sino de los que están proliferando como las setas en otoño.

Nos encomendamos hoy, como tarea para llevarnos a casa, reflexionar sobre ello, mientras aspiramos a, más tarde o más pronto, recuperar esa alegría sana propia de la celebración de una Navidad y que quede como un recuerdo, como un mal recuerdo, la tristeza ambiental, social y personal de estos últimos días, de esta Nochebuena que ha sido, para muchos, una noche triste.



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