Aunque la mona se cambie de sede, mona se quede.

2/03.- En política, la obcecación conduce al frío y en España hay demasiada gente empecinada en helarse.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 424, de 2 de marzo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.​

Aunque la mona se cambie de sede, mona se quede.

Algunas veces conviene, para mejor entendimiento de lo que se pretende decir, alterar más o menos la gramática de nuestra lengua, que es rica en recursos, y dejarse llevar por la ironía, la risa o la broma, que es lo que acaba de hacer quien les escribe con el conocido refrán de la mona cuando se vestía con sus mejores galas, y seguía siendo mona. Digo esto a propósito de la decisión que ha tomado el Partido Popular de cambiar de casa. Y diré por qué. Pero antes permitan que les cuente un suceso acaecido en mi tierra del Sur, Málaga, que viene al caso.

Allá por los años de posguerra, al final de la calle que conduce al santuario de nuestra patrona existía un modesto jardín para solaz del vecindario. Era cuadrado, más o menos, y tenía todo lo que le era propio: sus árboles, unos setos, banquitos para sentarse, una fuente y en una de las esquinas se había levantado una enorme jaula de hierro, que habitaban dos monos. Esto fue al principio, porque en un momento dado quedó tan solo uno, por cierto, bastante pornográfico, pues tenía la costumbre de masturbarse en público. Los malagueños lo conocíamos como jardín de los Monos. El caso fue que el alcalde de la ciudad, decidido a acabar con el espectáculo, ordenó remodelar aquel espacio y diseñó otro dibujo, en el que no faltaron nuevas plantas, nuevos parterres, incluso unas estatuillas de Pimentel pensadas para disfrute de los niños y, por supuesto, eliminó para siempre el jaulón con el procaz primate. Remató su obra rebautizándola, pues desde entonces quiso que se conociera, según su ubicación, por Jardín de la Victoria, que es el nombre con el que todavía figura en el callejero. Una decidida operación orientada al buen gusto, que fue muy aplaudida. Pero la gente, la divertida gente del barrio, cuando repensó el asunto, continuó llamando al lugar por su primitivo y plebeyo apelativo. Hoy, después de más de medio siglo, seguimos recordándolo como jardín de los Monos y mucho me temo que mientras dure la memoria colectiva, nada cambiará.

La mona se vistió de seda, pero siguió siendo mona. Y es que las cosas, cuando se zarandean y adoptan posturas puramente cosméticas, suelen resistirse. Los populares, cómodos con su atuendo, iban por el mundo cantando la canción del pirata, pues nada ni nadie se les oponía. Pero se produjo la terrible matanza de san Valentín y enmudecieron. Lo que barruntaban se hizo carne y los lloros inundaron la casa. Algo había que hacer, dijeron. Había que encontrar respuestas. Urgía colocar en la pira de los sacrificios un culpable. ¡Eureka!, gritó el sabio. Ya lo tenemos. ¿Cómo, quién, dónde? La casa, la mona, la que no se recataba en sus juegos eróticos, había que ofrecerla a los dioses del Olimpo. Había que convocar a la pasmada reunión y decirle que el desastre se debía al empedrado, a los fiscales, al virus, a la plaza de Colón, a los que fueron y ya no son, a la moción de censura, a los rusos comunistas, a los ERTE, a los... ¡yo qué sé! El caso era vestir a la mona. Y lo hicieron, con un par. En caliente. Bastaba con anunciarlo.

Claro, la maquinaria no estaba todo lo preparada que hubiesen deseado y el anuncio encendió toda suerte de comentarios. Los avispados periodistas, con algunos de la «Secta» a la cabeza, vieron la ocasión para hacer méritos y actuaron. Se han deslizado los comentarios más infames, pero nada importa, cuando es por la libertad de expresión. Se dice que hay razones económicas que avalan el paso, que no se puede vivir en un recinto que está siendo investigado, que el PP de ayer nada tiene que ver con el de hoy, que... La gente solo entiende una cosa: han perdido. No unas elecciones sino algo más, tal vez una primacía. Es el sino de la Derecha española, suicidarse para luego renacer, de las cenizas, supongo. Como el ave Fénix. Mientras tanto, los gobernantes comunistizados, sentados en sus poltronas, asisten a la masturbación con la sonrisa bajo las máscaras, cuando las usan. Deben de ser los signos de los tiempos.

Pero, aunque la mona se cambie de sede, mona se quede, es un pareado para la ocasión que nos brinda el refranero, y perdonen ustedes la perturbación. En política, la obcecación conduce al frío y en España hay demasiada gente empecinada en helarse. Es posible que ser jefe de la oposición sea un título a pelear, mientras tanto el enemigo se va comiendo la tarta apenas sin despeinarse. Esto es lo que hay y así hay que contarlo.

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