Valentina

20/03.- Hay personas que, sin saberlo, sin darse cuenta, sin proponérselo, sin hacer nada especial para ello, alcanza la fama en un momento inesperado, sorpresivamente. Esto le ha sucedido a Valentina, la limpiadora del Congreso.

Publicado en el número 280 de 'Desde la Puerta del Sol', 20 de marzo de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

Valentina

Hay personas que, sin saberlo, sin darse cuenta, sin proponérselo, sin hacer nada especial para ello, alcanza la fama en un momento inesperado, sorpresivamente. Esto le ha sucedido a Valentina, la limpiadora del Congreso, que a los 29 años de estar realizando su trabajo en tan noble edificio, escuchó cómo aplaudían su tarea los escasos parlamentarios que acudieron al pleno con el fin de dar el visto bueno a un real decreto ley considerando como buenas las decisiones tomadas por el Gobierno.

Los españoles en general vienen aplaudiendo, a la caída de la tarde, desde ventanas y balcones, el abnegado trabajo de médicos, personal sanitario a todos los niveles, policía y Guardia Civil, camioneros, taxistas que prestan servicio gratis a quienes precisen urgentemente un desplazamiento, al Ejército, empleados o autónomos que mantienen abiertas las farmacias y los establecimientos de productos alimenticios, y algunos más que nos dejamos en el tintero. Siempre lo traemos a colación: aunque en ocasiones los ciudadanos, o alguna parte de los ciudadanos, en determinados momentos se muestren encanallados, en el fondo todos los españoles saben responder adecuadamente cuando es necesario.

A Valentina solamente la aplaudieron unos pocos diputados, los escasos que se vieron obligados a asistir para representar a sus partidos, pero, en el fondo estaba recibiendo el aplauso de todos esos españoles de las ventanas y los balcones, ocupando su representación como una moderna Atenea aunque solo fuera utilizando la bayeta y el espray para desinfectar el atril desde el que los oradores exponían sus razonamientos. Realmente el aplauso de los asistentes en el foro era escaso, y tenía poco valor, pero por los quicios de las puertas y los ventanales entraban los del pueblo soberano.

Valentina prestaba su servicio mientras Pedro Sánchez explicaba las medidas que había puesto en marcha sin aclarar que lo hacía con más de una semana de retraso, mientras algunas de sus señorías mimetizaban al presidente para no perder sus canonjías, otros ponían de manifiesto la verdad de los hechos, y los más rastreros sólo tenían en consideración sus habituales mezquindades, sus miserables egoísmos. Eran pocos, realmente no hacían falta más para valorar la calaña de cada cual y cada grupo representado.

Pedro Sánchez, para lucirse ante los allí presentes así como parar las lenguas del exterior, llegó a aseverar, como ya lo había hecho anteriormente una de sus vicepresidentas, que España tenía la mejor sanidad del mundo y con ella íbamos a dar la batalla definitiva a coronavirus.

También como su vicepresidenta, omitió agradecer al general Francisco Franco y a sus ministros –José Antonio Girón de Velasco en este caso–, el haber puesto en marcha esa sanidad que ahora cantaba. Y, aprovechando que no tenía prisa alguna, haber profundizado más para darse cuenta de cuántas cosas hizo bien ese general tan horrible que él ha exhumado villanamente del Valle de los Caídos.

El pueblo español, que va despertando del letargo en el que casi le han inhumado, ha de ir tomando conciencia de dónde están los buenos y dónde los malos que, por otra parte, siempre se encuentran situados en el mismo lugar.

No le van a valer a Pedro Sánchez las cábalas inconsistentes que viene utilizando desde que se aupó en la Secretaría General del PSOE; le falta base, miente, engaña como un trilero de poca monta, y todo conduciendo a España hacia el vertedero que ya tiene preparado Pablo Iglesias, momento en el que éste se hará el capataz de toda la bazofia en que habrán convertido el país.

Aplaudimos a Valentina, aplaudimos a todos los españoles que, directa o indirectamente, se entregan a salvar la vida de sus compatriotas. Ellos son los héroes, ellos merecen todos los cantos, a ellos hemos de dirigir nuestro agradecimiento, en ellos ponemos nuestro cuerpo al tiempo que encomendamos nuestra alma a Cristo clavado en la Cruz.

Ellos, con sus acciones, intentan salvar a los enfermos como lo hiciera Jesús de Nazaret. Lo que nos invita a que hoy sustituyamos el botijo por un cáliz de cerámica de Sargadelos donde, en el recogimiento, poder tomar la sangre de Cristo.


 

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