No lucen demasiado las lumbreras

24/ENE.- Hay que buscar la democracia –si es que realmente no hay ninguna otra forma mejor de gobierno– a través de la inteligencia, el honor, la generosidad, la entrega, la magnanimidad...

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 577, de 24 de enero de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).

No lucen demasiado las lumbreras

El progreso no ilumina demasiado a los cerebros que parece han nacido para mandar a los modestos que nos conformamos con trabajar con el sudor de nuestra frente para ganar el pan que llevar a casa cada día. Si el pobre Diógenes, allá por el siglo IV a.C., andaba por las calles de Atenas buscando el hombre honesto, ¿cuántos Diógenes tendríamos que poner ahora por nuestras calles y avenidas para conseguir el mismo hallazgo –un hombre bueno– teniendo en cuenta la cantidad que gente que pulula por ellas? La cosa está difícil, no resultaría posible espulgar entre nuestros coetáneos para hallar alguno que mereciera la pena. Lo buscáramos por donde escudriñáramos. Hurgando por España no parece que halláramos una pieza con esas condiciones, salvo que recurriéramos a lugares escondidos donde se oculta la gente que guarda sus virtudes y sus saberes para bien utilizar. Desde luego en La Moncloa no nos tropezaríamos con ningún ejemplar.

¿Y qué sucedería si nos fuéramos a buscarlo a la Gran Bretaña? Parece tan difícil o más que en España encontrar un mirlo de ese tipo entre las personas que son elegidas por sobre los demás para regir el país desde el 10 de Downing streety que emplean el local para hacerse una litrona cuando el inquilino de aquella vivienda es el que marca un encierro para toda la población, y contraviene sus propias normas asegurando que ni se había dado cuenta.

Tampoco tendrían mejor suerte los que brujulearan por el país de los gabachos, aunque la actual figura parezca que se entiende bien con los importantes del mundo, por más que ya no tiene a Angela Merker para que lo eche una mano.

Si damos el salto del charco, y caemos en los EE.UU., no nos despertaríamos pensando que éramos un Diógenes cayendo del cielo sobre la Casa Blanca de Washington para ponernos en el camino de hallar el hombre que el filósofo buscaba, toda vez que a diario leemos que ni el inquilino de aquél caserón que ostenta la representación del país, ni el anterior, ni los que le rodean, sean algo destacable al respecto.

Sin duda le entraría un gran desasosiego al cínico que naciera en Sinope si se deja escurrir por la geografía en la que se encuentran los países americanos hasta el cabo de Hornos, pues, en cada lugar que cayera, con farol o sin él, sería un fracaso, ya que en esos países se han despertado, para regirlos, unos cerebros que están muy atrás de la civilización de Diógenes y sus semejantes, o de la más actual, ya que andan desorientados dando tumbos por caminos equivocados.

Seguro que nuestro filósofo ateniense, sentado en la mugrienta tienda en mitad de la calle, de cualquier lugar de la tierra, como él hiciera en Atenas, nos diría hoy lo mismo que Ignacio Urdangarín, «estas cosas pasan».

Probablemente Diógenes llegaría al convencimiento que en esta democracia de asaltadores, de pillos, de trepadores, no es fácil encontrar el hombre bueno si lo buscamos por los medios habituales que se emplean en la actualidad. No valen los charlatanes si además no gozan de otras aureolas. No valen las uniones que únicamente sirven para servir los intereses de sus creadores. No valen la mayoría de las instituciones ideológicas que carecen del barniz de los valores que les puedan dar lustre. Hay que buscar la democracia –si es que realmente no hay ninguna otra forma mejor de gobierno– a través de la inteligencia, el honor, la generosidad, la entrega, la magnanimidad, donde la especie humana no se empeñe en exterminarla antes de nacer, donde se respeten las formas de la creación, donde los seres animales no se consideren iguales a los seres humanos, donde los sexos no se confundan con los géneros en un batiburrillo, y las palabras no sean prostituidas por el mal uso de los ignorantes.

Diógenes, con sus compadres de Atenas, han perdido la batalla. Desde antiguo, pero mucho más deprisa últimamente, han ido surgiendo gentes que, como Pedro Sanchez con la historia de España, han cambiado los principios, su interpretación los ha conducido por derroteros confusos, crean nuevos conceptos que ensucian los que han venido transitando a través de los siglos, e incorporan un mezquino empeño en romper la tradición y crear un nuevo orden.

Nos acompaña hoy un botijo clásico de barro marrón, decorado a mano con pintura acrílica con cactus, fuego y agua que se entremezclan con caras, y, según nos aseguran, influenciado por el movimiento «beplasticfree», que no terminamos saber que comprende este movimiento, pero que, al parecer, en este caso, es porque el botijo ha sido bañado con unos productos especiales, no dañinos y benefactores para el contenido del mismo.

Nos parece un bluf, o un farol, como son las democracias hoy día al uso. Esperamos que los botijos vuelvan a fabricarse sin añadidos extraños y las democracias adquieran el valor que les puedan dar los usos y las costumbres que la tradición cristiana ha ido sembrando a lo darlo de más veinte siglos.




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