Hasta en el fútbol

1/JUN.- Me pregunto si la permisividad en la violencia está autorizada, figura en el reglamento, se ha ido imponiendo con el paso del tiempo y la falta de ecuanimidad es pan comido, si aquí de lo que se trata es de ganar a costa de lo que sea...

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 632, de 1 de junio de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

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Hasta en el fútbol

Aprovechando el partido de fútbol celebrado el pasado domingo en París entre el Real Madrid y el Liverpool para que, quien obtuviera la victoria, se convertirse en ganador de la Champions League –o Liga de Campeones de le UEFA, 2021-2022–, no viene mal nos ocupemos un ratito de este deporte, asombrosamente tan de masas, que mueve a miles de personas de un país a otro mostrando orgullosos la entrada al campo donde ha de celebrarse el encuentro, aunque al día siguiente digan a los amigos que no pueden leer este o aquel libro porque es muy caro y nos les llega el sueldo para ello.

No pretendo hablar de fútbol, porque no tengo ni pajolera idea como quizá ya he dicho en más de una ocasión. Ni cuando fui joven me inquietó en absoluto. Ahora, cuando juega el Real Madrid o España, me animo a ir cambiando la programación que estoy siguiendo en la tele para ver cómo va el partido. De ahí no paso. Mas en esta ocasión le presté un poco más de atención y pude apreciar que se ha convertido en un deporte no exento de bestialidad. Creo recordar que en otros tiempos no era tan salvaje, los jugadores intentaban hacerse con el balón y conservarlo por procedimiento menos brutales que pude ver el domingo.

En este partido pude ver como unos jugadores se tiraban sobre otros para quitarle el balón, se agarraban brutalmente, se ponían zancadillas, se pisaban los pies para evitar que siguieran corriendo. A veces más parecía que jugaban un partido de «rugbi» o de «balón americano». Y lo que más me extrañaba es que el árbitro no decía ni pío en esas embestidas inmisericordes. Creyendo –y no es por echar agua más limpia a mi tiesto– que en este tipo de «jugadas» eran más proclives los ingleses que los españoles.

Me pregunto si la permisividad en la violencia está autorizada, figura en el reglamento, se ha ido imponiendo con el paso del tiempo y la falta de ecuanimidad es pan comido, si aquí de lo que se trata es de ganar a costa de lo que sea. Porque, en mi tiempo, si no recuerdo mal, todo eso estaba penado con falta y, dentro de lo que cabe, era un juego entre caballeros. Y para redondearlo, nada más pertinente que complementar el comentario con la participación de las huestes de inmigrantes en las afueras del estadio que machacaron con alevosía a españoles e ingreses, robándoles lo que pudieron e intentaron entrar en el recinto asaltando las verjas.

Como no puede ser de otra forma, la moraleja me lleva a pensar que la violencia se ha impuesto en todos los estamentos, en todos los aspectos de la vida, en la sociedad entera, en la familia, en el colegio, entre hombres y mujeres... Y así nos encontramos con lo que frecuentemente nos dicen los medios de comunicación respecto a que se han producido este o el otro asesinato, que hay bandas de jóvenes que tienen el asesinato como obligado dentro de su vademécum, hombres que matan a sus mujeres sabe Dios porqué, mujeres que asesinan a sus maridos por similares razones, seguidores de un equipo de fútbol que va a un partido casi con la exclusiva intención de enfrentarse violentamente con los partidarios del equipo contrario, políticos que insultan a otros políticos porque no piensan lo mismo que ellos, defensores a palos de la democracia que ellos subvierten continuamente, ataques sanguinarios en los centros de enseñanza de unos jóvenes a otros sin otro motivo que colgarlo en las redes sociales, violencia entre los sexos, pandillas de violadores que son capaces de llevar a la muerte a la persona violada, padres que maltratan a los hijos, madres que se convierten en esclavas de unos varones bestiales, matrimonios que se romper por el egoísmo exacerbado de uno o el otro después de prometerse amor eterno, o tras «juntarse» porque no pueden vivir si diariamente no dan satisfacción a los cuerpos, atracos y robos cada día por todo el país, ocupación de pisos y edificios en los que viven en ellos como puercos además de destrozar todo el contenido de los mismos y hasta las instalaciones fijas, el infernal abuso de droga,... es tal la variedad que no resulta fácil intentar completar una relación al efecto. A la que habría que agregar los cientos de suicidios que origina cada año toda esa baraúnda, y la participación de una población incontrolada de extranjeros infiltrada en toda la sociedad española, cuya intervención en tales actos cuida mucho el gobierno de poner de manifiesto.

¿Por qué hemos llegado a este extremo? ¿Por qué hemos perdido los valores que nos indicaban por dónde debería ir nuestro transcurso por la vida y cómo tenía que ser el respeto de unos a otros? Solo un análisis sosegado nos podría dar la razón de ese desmadre en el que vive la sociedad actual; solo la recuperación de los principios con los que fuimos lanzados a la vida, únicamente el retorno del convencimiento de que hemos venido a ser buena gente y desear el amor a nuestros contemporáneos nos dará la felicidad.

Abogamos por el bien de todos los seres que nos acompañan en el devenir de la vida, incluso el de los futbolistas. Aunque, si se empeñan en comportarse como animales durante el tiempo que están sobre el césped, allá ellos, que para eso ganan fortunas increíbles. Pero mucho tienen que reflexionar todos los mortales, de ambos sexos, sin andarse con zarandajas «de género» ya que toda esta marabunta lleva más tiempo del recomendable pendiendo sobre nosotros, y es llegado el momento de darse cuenta de que la vida es hermosa, que estamos aquí para disfrutarla mientras hacemos el camino hacia al fin al que irremediablemente estamos destinados.

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Mientras, hoy, nos acompaña un botijo francamente original, del que, como de costumbre, desconocemos su origen, aunque lo hemos encontrado brujuleando por Mojácar, localidad almeriense que conviene visitar.




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