Los Goya y las cenizas de La Palma

17/FEB.- A mí me gustaba el cine, y defendía a matar el de origen español. Pero, lamentablemente, a lo largo de los años me e ido desilusionado. Para encontrar alguna satisfacción he de recurrir a películas o series extranjeras, de determinados países, que se lo han tomado en serio.

Publicado en Desde la Puerta del Sol núm. 587, de 16 de febrero de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).

Los Goya y las cenizas de La Palma

He sido un buen aficionado a disfrutar de la producción cinematográfica desde aquellos tiempos en los que entraba en el cine a primera hora de la tarde y salía de noche. Eran unos cines magníficos aquellos que te proyectaban tres o cuatro películas, una detrás de la otra. El más afamado, que estaba por la zona de Chamberí, cuyo nombre no recuerdo, era el preferido. Ni que decir tiene que me papé todas las películas del Oeste americano.

Después, pasando los años y cambiando de costumbres, estuve en todas las salas de Madrid donde pude disfrutar de unas películas excepcionales, nacionales y extranjeras, viendo nacer la época del color. El transcurrir del tiempo todo lo cambia y, en mi caso, relativo al cine, me llegó la época de carecer de tiempo para el entretenimiento, el descanso, pues había que trabajar infinidad de horas en un agobio permanente.

Y cuando llegó la época de poder disfrutar de tiempo para la holganza, me encontré con que las películas españolas empezaban a ser pura bazofia, vulgares, aburridas, cansinas, politizadas, donde se presentaba, en no pocas ocasiones, la vida de unos tiempos que no tenía nada que ver con la realidad yo había vivido. Cosa que también tuvo lugar en la televisión. Un amigo, director de cine, realizador de televisión, en cierto momento fue designado por el ministerio correspondiente para seleccionar guiones que merecieran recibir una subvención para su rodaje, al final, como era honrado, tuvo que dejarlo porque las subvenciones se daban a guiones que él había desechado, con el agravante de que las películas que se producían con dinero del Estado en muchas ocasiones ni siquiera salían a pantalla. Un caso muy señalado fue la producción de una película sobre la vida de una de nuestras estrellas folclóricas más afamadas que pasó directamente al archivo de la filmoteca si no se destruyó cuando finalizó su rodaje.

Por ello perdí la afición y solo me sentaba ante la televisión cuando había una buena película «de las de antes»; y escasamente con de nueva producción. Incluso las series españolas dejaron de ser buenas, bien dirigidas e interpretadas, y pasaron a absorber la bazofia que nos rodea, la vulgaridad en la que vivimos, aburridas hasta la saciedad y escasas de imaginación. Los buenos guionistas y directores habían pasado a la reserva, razón por la que me quedé con películas o series extranjeras que tienen tema, creatividad, naturalidad, y en no pocas ocasiones dejan colgando alguna moraleja.

Y llegamos a la concesión de los premios Goya. Estoy incapacitado para opinar sobre la calidad de las películas que concurren, pues no he visto ninguna de ellas ni pienso hacerlo. Por las crónicas de la prensa me llega la onda de que no pocas de ellas son malas, retorcidas en los temas desarrollados como es costumbre e incluso añadidos ideológicos que no vienen al caso y que destrozan lo poco que pudieran tener de aceptable. Pero, personalmente, no me comprometo con la veracidad tales asertos, pues, repito, no tengo fundamento para ello, ni en la calificación como buenas ni en la nominación como malas.

Mas sí creo tener derecho a opinar sobre lo fastuoso del acto para la entrega de los premios. Y nos encanta poner, y manifestarlo, si se extiende la alfombra roja más larga que la de otros eventos de este tipo. Y nos place el derrochar de dinero para que se luzcan unas cuantas figuras que estamos hartos de ver todos los días en las revistas del corazón. Sin que sea necesario que a estas alturas nos presenten por los cuatro costados a los actores y directores más señalados, que votan a Podemos desde sus mansiones señoriales, que hablan sin pudor de las necesidades que tienen los españoles sin que ellos dediquen una parte para mitigar esas necesidades, con el agravante de que hacen declaraciones tremendistas contra los que tienen dinero por haberlo trabajado durante años echarse para delante en construir viviendas para necesitados, o simplemente sin que hayan llamado la atención a los organizadores del evento para que lo limitaran a un menos fastuoso acto de entrega de esos premios tal como, por ejemplo, los que concede la Comunidad de Madrid a personas destacadas en distintas actividades y que tiene lugar en un sencillo acto en la Real Casa de Correos.

Porque mientras estas clase de privilegiados se abrazan, ríen o lloran por la alegría al recibir el cabezón de ilustre Goya con el que son premiados, en la isla de La Palma siguen sin llegar de forma efectiva las ayudas prometidas por el Gobierno, mientras los naturales de la zona –incluso una anciana de más de 80 años según vimos en televisión– andan picando y levantando los miles de toneladas de cenizas a base de pala y carretilla en lugar de contar con la maquinaria adecuada que simplificaría la labor; sin poder poner en marcha una vida normal de familia porque falta se realice la obra pública necesaria con el fin de que se puedan mover con facilidad, entrar en sus viviendas, poner en servicio sus tierras para poder ser plantadas; sin notar que quienes tienen la responsabilidad de cumplir con lo prometido toman conciencia de su situación mediante una acción y programa efectivos.

A mí me gustaba el cine, y defendía a matar el de origen español. Pero, lamentablemente, a lo largo de los años me e ido desilusionado. Para encontrar alguna satisfacción, descanso y entretenimiento del mucho tiempo que nos vemos obligados a estar en casa, alternando con la lectura y otras actividades, he de recurrir a películas o series extranjeras, de determinados países, que se lo han tomado en serio.

Pausa que hoy hace un servidor acompañado de un botijo puramente español, de la Alfarería de Vera, Almería, con el que le sacia de la sed mientras disfruta de las escenas normales y sin estridencias que le ofrece la pantalla de la televisión.




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