De quién es la calle

27/MAR.- Estos días se está demostrado que la calle no es de las hordas de la izquierda sino que también, cuando es necesario, el resto de los ciudadanos saben utilizarla para sus quejas.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 604, de 28 de marzo de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

De quién es la calle

Asusta oír decir que «la calle es nuestra», cosa que hacen los fanfarrones cuando desean mandar a sus huestes a tomarla de forma indebida con el fin de hacer valer su poder sobre la sociedad o sobre parte de ella. Lamentablemente es frecuentemente ver cómo quienes aparecen al frente de las mesnadas son los propios ministros del Gobierno a los que, al parecer, no les basta disponer de todos los medios de comunicación, directa o indirectamente, ni siquiera el Parlamento de la nación y el BOE, sino que salen a la calle encabezando manifestaciones para hacer constancia de la suciedad con la que van manchando a la sociedad, a todos los españoles.

Aunque, a veces, quienes toman el testigo son los sindicatos "oficiales", los que succionan el poder de los trabajadores, no porque representen su voluntad sino porque se han apoderado de ella y dependen de los partidos de izquierda prepotentes, de la extrema izquierda que se viste con pieles de cordero, permitiendo que toda la morralla del país se sume a sus manifestaciones y haga uso de la violencia, el salvajismo, el bandolerismo y el enfrentamiento con las fuerzas del orden.

Estos días se está demostrado que la calle no es de las hordas de la izquierda sino que también, cuando es necesario, el resto de los ciudadanos saben utilizarla para sus quejas, para sus reclamaciones, para poner de manifiesto que los quehaceres del Gobierno no van por buen camino sino que, como ahora, en estos momentos, además de llevar a la nación hacia rutas perjudiciales, nocivas, pues con sus decisiones van destruyendo los valores que la han calificado durante siglos, la conducen hacia el desastre, a la ruina, a la anarquía, al desorden, con un desgobierno insostenible, pues no se puede mantener cuando ni siquiera hay unidad de acción o pensamiento entre sus componentes.

Todo ello ha llevado a que, en estos momentos, la calle la hayan tomado el «medio millón de marqueses» del que nos hablaba hace unos días Alfonso Ussía, que si bien están perjudicando a todos los españoles en el uso  de determinados servicios, e incluso en verse privados no pocos españoles de su trabajo, se están manteniendo firmes frente a un Gobierno desastroso, que llega a un acuerdo con una parte de los perjudicados olvidando a otra gran parte del sector.

Y, sobre todo, está claro, están afirmando que la calle puede ser ocupada por otros sectores que no son la izquierda que habitualmente la toma para poner de manifiesto sus pretensiones, sino que otros españoles también la saben usar para dejar constancia de sus quejas respecto a las actuaciones del Gobierno.

Nosotros, quede constancia, no somos partidario de que la calle sea ocupada masivamente por la ciudadanía con más o menos violencia. Pensamos que la calle es el lugar en el que han de encontrarse todos los españoles para llevar adelante su vida, para disfrutar de ella, para utilizarla como lugar de recreo y como medio de comunicación entre unos y otros. Pero si llega el caso, no podemos por menos de salir a ella a manifestar nuestro disgusto, o nuestra alegría, que a veces también tiene lugar, o para recrearnos en la celebración de las fiestas del lugar, patrias o de otro carácter comunitario.

Por eso añoramos los tiempos en los que nuestros antepasados se sentaban en verano, en las clásicas sillas de enea, en la puerta de la casa, a comentar con sus vecinos el transcurrir de la vida de la ciudad y sus habitantes, acompañados por un botijo que calmaba la sed cuando era necesario. Hoy traemos un curioso y antiguo botijo, del alfarero Jiménez de Jamuz, de León, de barro vidriado, que tiene la particularidad de ser "de trampa", con lo que el bebedor confiado puede regarse en lugar de beber.




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