El telemanejo de las masas enmascaradas

7/08.- Los políticos hegemónicos viven de las masas. Si no pueden manejarlas en vivo y en directo (léase 8-M) recurren al telemanejo, que va de la mano del preciso, aunque no para siempre, teletrabajo...

Publicado en el Nº 337 de 'Desde la Puerta del Sol', de 7 de agosto de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa

El telemanejo de las masas enmascaradas
Nunca antes una mascarilla obligó al común de los mortales a reflexionar tanto sobre por qué la tenían que llevar puesta a todas partes, incluidos malecones solitarios, bosques de espesura, playas desiertas y otros parajes inofensivos. ¿Responde esta imposición a un afán de protección de los individuos o es más bien un regate a la libertad uniformando a las masas y tapando la salida expresiva así como la entrada de aire libre? Las mascarillas, por lógica, resultan efectivas en espacios cerrados, en contacto respiratorio directo con personas ajenas a nuestra intimidad y sobre todo en concentraciones humanas.

Los políticos hegemónicos viven de las masas. Si no pueden manejarlas en vivo y en directo (léase 8-M) recurren al telemanejo, que va de la mano del preciso, aunque no para siempre, teletrabajo. Durante el gran confinamiento –voces autorizadas ya aseguran que no sólo fue inútil sino perjudicial– gobernantes de uno y otro color han experimentado con todos nosotros algo que sin duda les causa cierto regusto. Han puesto a prueba el grado de nuestra obediencia igual que los ingenieros miden el límite de elasticidad de los materiales. Aquel «manual de resistencia» del inefable era en realidad aplicable a la población: ¿hasta dónde podía llegar ésta sin quebrarse para siempre? Obediencia suena muy parecido a paciencia. Y la nuestra fue, como no se cansan de repetirnos con el auxilio impagable de los mass media, ejemplar.

Ahora, superada la prueba del gran confinamiento bajo el paraguas del estado de alarma y sus prórrogas bolivarianas, nos ponen a prueba por toda la cara, cubriéndola con un trozo de tela. Es una especie de confinamiento móvil. La doctrina y el régimen disciplinario ponen lo demás. Si antes fue el BOE, ahora es cualquier otro instrumento legal de talla intermedia. Y, por supuesto, los telediarios. Cuando no había mascarillas, no estaba demostrada su validez y hasta podían resultar contraproducentes. Ahora que en Mondragón se fabrican a millones, hasta te regalan tres si eres un jubilado. Y además de multarte, el dedo acusador de tu insolidaridad anda siempre presto a señalarte.

Como este virus ha cogido a casi todo el mundo desprevenido (no a los militares ni tampoco a las grandes farmacéuticas), los políticos gobernantes también se tambalearon al verse ante la evidencia de que eran precisamente los eventos masivos –su catapulta– los que habían esparcido el mal. Sin esas concentraciones de cuerpos humanos, los partidos de masas podían fácilmente naufragar. Pero han ideado otros recursos para mantener a las masas leales y alineadas/alienadas. Yo también creía al principio que la era Ortega tocaba a su fin, que llegaba el momento de la rebelión de las personas contra sus manipuladores, aquellos que habían aprovechado los vientos de las multitudes como impulso para dirigir las naves hacia los puertos apetecidos valiéndose de velas por cuya superficie se deslizaba el virus sofista de la palabra mendaz.

Pero el teletodo y las mascarillas dan la impresión de que el espíritu del confinamiento –«quédate en casa»– continúa y que la nueva normalidad es, entre otras cosas, clausurar nariz y boca en las calles, plazas, paseos, veredas y costas, de modo que el aire de nuestros pulmones y aún nuestras propias palabras se queden en casa también. Como siempre desde que empezó esta pesadilla, la verdad y la mentira andan juntas. Las mascarillas pueden ser necesarias, y de paso nos mantienen disciplinados. Su importancia la corean a diario, ahora, medios y autoridades, que vienen a ser lo mismo. Nadie recuerda sus inconvenientes. El coro corea, que es lo suyo. No perdamos el norte. Como escribiría el clásico del siglo XX, arriba hay quien nos quiere así, ejemplares sin rostro de una masa producida en la cadena de montaje de las televisiones. Cada uno/a con su número de serie.


 

Comentarios