UNA NECESIDAD, UNA DEUDA, Y UN TRABAJO QUE HACER

La tarea de la Hermandad Doncel

Tras aquellos años de juventud, en que sufrimos una perturbadora frustración política, que de algún modo nos dejó desarbolados y promovió la diáspora que vivimos años más adelante, creo que los veteranos de hoy tenemos tres cuentas que saldar en nuestra vida, a saber: (I) una necesidad, (II) una deuda, y (III) un trabajo que hacer.
Donce-Covaleda 01
La tarea de la Hermandad Doncel

1. La Hermandad Doncel se compone primordialmente de hombres y mujeres que un día pertenecimos a la Organización Juvenil Española, la OJE, en los años sesenta y setenta, que más o menos vienen a componer una generación.

  • No son menos bienvenidos los camaradas más jóvenes, de décadas más recientes, si desean incorporarse al proyecto de la Hermandad Doncel, que consiste principalmente en (I) servir de punto de encuentro o de reencuentro de viejos camaradas, (II) observar críticamente la realidad de hoy y (III) asegurar la continuidad y vigencia del estilo y valores propios en que nos educamos en aquella excelente organización.

Por ello no es posible entender la Hermandad Doncel sin la OJE de los primeros tiempos.

  • Como todos sabemos, fundada en 1960, la Organización Juvenil Española vino a relevar a las Falanges Juveniles de Franco como organización voluntaria en el seno del Frente de Juventudes, creado veinte años antes en la España devastada aún por una guerra que fue tan terrible como inevitable.
  • Aquel relevo de organizaciones, que empezó a fraguarse, a mediados de los años 50, por el recordado Jesús López-Cancio, fue una operación bien pensada.
  • La idea era adaptar la organización juvenil voluntaria del Frente de Juventudes a la transformación social y anímica que había experimentado la sociedad española desde 1939.
  • La OJE se pondría en marcha sólo un año después de aquel 1959 que, con el Plan de Estabilización, puede considerarse uno de los momentos de inflexión en la historia del Régimen de Franco. Los españoles, naturalmente, habían cambiado a lo largo de esos veinte años.

En el tiempo áureo de las Falanges Juveniles, la España de los cuarenta, la moral de exaltación patriótica, nacida de la vivísima experiencia de la guerra reciente, ayudó a sobrellevar con entereza, entusiasmo y hasta humor, los duros años de la posguerra, el ostracismo internacional y el hambre, unido todo ello a las ganas de vivir y de abrirse camino de un pueblo que salía de un tremendo sufrimiento.

  • La Falange de entonces supo dar sentido a las difíciles circunstancias que vivía aquella España encauzando el elevado clima emocional con una activa propaganda de tonos épicos, abundante acción cultural, organizaciones de masas y movilización popular, al modo fascista de la época. A la vez, trabajaba, con éxito decisivo, en lanzar los cimientos sociales del nuevo Estado aprovechando la relativamente menor capacidad de oposición y organización de los plutócratas del momento.

Cuando, en los años cincuenta, mejoraron las condiciones materiales y el cerco internacional empezaba a aflojar, el paroxismo posbélico fue perdiendo fuelle y dejando paso a un afán social de prosperidad, modernización y tranquilo bienestar, sobre todo.

  • Llegaba la nueva política de Estado que se conoció con el nombre de “Desarrollismo”.
  • En estas circunstancias, y sin que nadie se atreviera a echar por tierra la obra social levantada, todo el “constructo” falangista más susceptible de evaporación, basado en el fervor patriótico de tono heroico-popular y en la invocación a la siempre inédita revolución nacionalsindicalista, iba perdiendo visibilidad y receptividad social.  

Había, pues, que hacer cambios en el ámbito falangista.

  • Así, en el Frente de Juventudes, el adoctrinamiento ideológico y la promoción de militantes del Movimiento encomendada a las Falanges Juveniles cederían ante la formación: lo principal ahora ya no era hacer falangistas dentro del “partido único”, sino contribuir a la formación de futuros ciudadanos españoles, si bien que modelados o imbuidos del espíritu del mensaje joseantoniano.
  • Y así nació la Organización Juvenil Española.

Antes, en la era de las Falanges Juveniles, se partía de una inferencia falsa: como la España triunfante era, toda ella, falangista de cabo a rabo, los chicos del Frente de Juventudes tenían que serlo también, indiscutiblemente; y con mayor motivo.

  • Era una ficción tan autocomplaciente como peligrosa, un equívoco a voces que a ninguno de nosotros le cabe la menor duda de que nos hizo más daño que bien.
  • En la Organización Juvenil Española, por el contrario, no se le supuso nada a nadie.
  • Lejos del adoctrinamiento, se buscaba moldear comportamientos y promover y reforzar, sin imponer, la interiorización personal de una visión, cristiana y española, de la vida y del mundo, a la vez tradicional y moderna, con lenguaje y valores joseantonianos; transmitiendo ideas, principios, creencias actitudes y valores.
  • Se buscaba generar un estímulo formativo, de amplio radio pero dentro de un arco definido, al que cada muchacho respondería según su química, su personalidad y sus inclinaciones.

Sin embargo, y además, aunque no se trataba de producir falangistas, este nuevo enfoque no sólo no impedía, sino que, al contrario, fortalecía la posibilidad de adhesión al pensamiento joseantoniano de los afiliados más receptivos a dicha propuesta, y de forma más consciente, además, al no existir coacción ambiental ni obligación formal.

  • Y, así, hubo de todo.
  • Los afiliados de aquella primera época de la OJE podrían dividirse en dos tipos básicos: (I) los que simplemente pasaron por la Organización con una mayor o menor adhesión a la misma, según cada caso, que fueron los más y (II) los que pertenecieron a ella sintiéndose personalmente ligados y comprometidos con sus fines y contenidos explícitos e implícitos.

De los primeros, de aquellos que estaban mientras les suponía una distracción hasta que un día dejaban silenciosamente de aparecer por su “hogar”, no es posible decir gran cosa, salvo suponer, y desear, que, en alguna medida –incuantificable–, haya quedado de forma espontánea y natural alguna huella en su espíritu.

  • Nunca será posible medir el efecto producido por la Organización en estos chicos.

Había también un segundo tipo de afiliados, compuesto por los que vivieron su paso por la Organización Juvenil Española comprometidos con sus fines y valores, que asumían estrictamente, sin connotación ideológica alguna, la cual incluso rechazaban expresamente, y hasta airadamente en algunos casos.

  • Creían, encantados, en una OJE más “agiornada” con el tono –entre “postconciliar” y liberalizante– de la sociedad de la época, con cuyos valores “modernos” y “apolíticos” mantenían total sintonía, sin más aportación crítica, si acaso, que la obligación que todo joven cree que tiene de parecer indignado por “las injusticias de la sociedad”.

Pero había, además, un tercer tipo de afiliados, más específico, que, a semejanza de los anteriores, vivían también la Organización comprometidos con sus valores, pero porque los consideraban una emanación directa del ideario joseantoniano.

  • Eran lo más opuesto a considerar a la OJE un mero club juvenil, todo jovialidad.
  • Reivindicaban, impacientes, el expreso carácter falangista de la Organización, y reclamaban que ésta no fuese un instrumento de integración en una sociedad reputada como “decadente y burguesa”, sino instrumento de cambio y superación de dicha sociedad mediante la formación de espíritus revolucionarios. Nada menos.

A estas alturas, hay que decir que los apasionados revolucionarios que así hablábamos vivíamos una idealización, por lo demás no sólo irrealizable, sino totalmente desenfocada con respecto al sentir social de la época.

  • Un cierto furor ideológico nos mantenía sumergidos en un delicioso mundo irreal.
  • Nos parecía lo más deseable para la Organización regresar a una militancia juvenil del tipo partido político y al adoctrinamiento político expreso, como se hacía en las Falanges Juveniles, a las que admirábamos como un mito primordial.
  • Insistíamos, con evidente ausencia de visión política, en hacer explícito lo que la sabiduría fundacional de la OJE había querido que fuese sólo implícito, discretamente implícito.

Sufríamos una politización defectuosa y mal orientada, fanatizada incluso.

  • Manejábamos el pensamiento joseantoniano en términos de mera ideología y no de cosmovisión o visión del mundo y de la vida.
  • El modo ideológico, de sentencias radicales, taxativas e inapelables, con mucho de romanticismo en sus sujetos pacientes –o sea nosotros–, nos parecía, por lo demás, la más elevada expresión de lo político y de la pureza falangista.

Éramos víctimas de ese modo ideológico de pensamiento, modo inmaduro de pensamiento, en realidad, que fue nuestro talón de Aquiles.

  • Puede describirse “ideología” como un sistema de ideas elaborado idealmente, geométricamente, desde la exclusiva razón, sin atender a los datos de la realidad ni prestar la debida atención a la complejidad del alma humana.
  • Un sistema al que luego se intenta, forzadamente, adaptar todo cuanto existe en esa misma realidad y, peor aún, todo lo intrínsecamente humano.
  • Lenin decía: “si la realidad no concuerda con la teoría, peor para la realidad”.
  • Puede decirse que nosotros veíamos las cosas más o menos como lo hacía Lenin, sólo que sin su cinismo perverso.

Y, sin embargo, considerando la humanidad y madurez que caracterizaba a aquel joven de treinta años que se llamó José Antonio Primo de Rivera, parece difícil aceptar que hubiese querido dirigir su esfuerzo intelectual a construir un inútil sistema de pensamiento acabado, encapsulado e irreal.

  • Fuimos nosotros, los que, por desorientación, incapacidad, pereza mental, desidia o juventud, convertimos su pensamiento en aburrida letanía ideológica, en pretexto para el victimismo y el victimismo en pretexto para la inacción.

Pese a todo lo dicho, y quizá por ello mismo, yo creo que aquellos muchachos furiosamente joseantonianos, servimos bien a la Organización Juvenil Española e infundimos una profunda seriedad a nuestra labor en ella por cuanto lo hacíamos convencidos de estar sirviendo a un elevado ideal.

  • De eso la OJE, aunque no supo –o no era posible– encauzarnos ni poco ni mucho, salió también beneficiada.

2. Por todo lo dicho hasta aquí, tras aquellos años de juventud,...

  • ...en que sufrimos una perturbadora frustración política, que de algún modo nos dejó desarbolados y promovió la diáspora que vivimos años más adelante, creo que los veteranos de hoy tenemos tres cuentas que saldar en nuestra vida, a saber: (I) una necesidad, (II) una deuda, y (III) un trabajo que hacer.

Una necesidad, que seguramente sentiremos, si no todos, sí algunos o muchos de nosotros, de colmar un proceso intelectual de interpretación y crítica del mundo, sugerido, nacido y cultivado, a salto de mata, en aquellos años juveniles por la vía, principalmente, de “aforismos” de José Antonio y letras de canciones, pero que dejamos sin un desarrollo completo por pereza intelectual, por desorientación o por simple abatimiento y abandono, abrumados por una realidad contraria cuando no hostil.

  • Tal vez podríamos, ahora que la perspectiva es otra, dar natural salida a esa necesidad (quien la tenga) en el campo de las ideas y, si es posible, en el campo de los actos también; aunque sólo fuese por disipar una angustiosa sensación de impotencia o una culpable sensación de irresponsabilidad e incoherencia.

Tenemos también una deuda con la herencia misma de José Antonio Primo de Rivera: es preciso “desfosilizar” su pensamiento, como sugiere Manolo Parra en su libro “Entraña y estilo”.

  • Tenemos que recuperar el estilo fresco, vital, poético y religioso del alma joeantoniana, y aplicar no su mismo pensamiento, sino su estilo (hoy paradójicamente novedoso) a nuestro propio pensar el mundo.

Y, finalmente, uniendo la necesidad y la deuda señaladas, nos queda un trabajo que hacer.

  • Metodológicamente, tendríamos que (I) revisar y reformular nuestras creencias, actitudes y principios de siempre, la roca madre que sirve de punto de partida para entender todo nuestro entorno actual, y decidir si seguimos dispuestos a sostenerlo. (II) A partir de ahí, observar el mundo y la vida ­–con nuestros instrumentos intelectuales– valorativamente, críticamente y establecer –en nuestros términos– los problemas de hoy que nos sugiere el trabajo de observación crítica. Y, una vez percibida y valorada la realidad, (III) buscar respuestas a esos interrogantes.
  • Respuestas, que han de ser ideas meditadas, no simples ocurrencias improvisadas; respuestas que tampoco deben verse como dogmas permanentes, sino solamente como teorías válidas hoy con las que trabajar y configurar una interpretación del mundo propia y capaz de convencer.

Esto tiene que hacerse. Apetezca o no apetezca. Con ilusión o sin ella.

  • Hay que hacerlo por necesidad personal, por la deuda contraída y, si eso no es suficiente, por simple “imperativo categórico” de quienes un día nos sentimos alegremente comprometidos.

Y, finalmente, si es posible, actuar. Las bellas ideas no deben morir.