Semblanzas

Miguel de Unamuno (I). Su 'res publica'.

«No me ha traído aquí ningún partido político; no me ha traído aquí Castilla ni Salamanca. Yo no soy un diputado de Castilla, ni siquiera en rigor creo que me ha traído aquí la República, aunque sea hoy un diputado republicano. Aquí me ha traído España; yo me considero como un diputado de España; no un diputado de un partido, no un diputado castellano, no un diputado republicano, sino un diputado español».


Artículo recuperado de agosto de 2020

Miguel de Unamuno (I) ...y su res pública.


Hace algún tiempo leía en un periódico un artículo, creo que lo firmaba uno de sus biógrafos, Luciano G. Eguido, que decía tener recogidas de Unamuno catorce acepciones suyas de la palabra Dios que nada tenían que ver unas con otras y que se negaban entre sí. Esto era, para el biógrafo, la contradicción perpetua que Miguel de Unamuno no mitiga sino que por el contrario pone por delante para perplejidad de todos.

Fernández de la Mora, por su parte, reconoce en Unamuno multitud de intuiciones lúcidas, de observaciones perspicaces y de juicios exactos, pero «a lo largo de sus escritos y, muy frecuentemente, dentro de un mismo artículo, se encuentra la negación de lo dicho en otro lugar» [1]. Paradojas e incoherencias, veía en él un antiguo discípulo suyo, Enrique Sánchez Reyes, quien también escribió que «todo en don Miguel era abierta y polémica contradicción»[2].

El mismo Miguel de Unamuno reconocía que le acusaban, y le seguirían acusando, de ser un hombre de contradicciones, aunque añadía: «El que no se contradice es que nada dice». En otra ocasión, puntualizó que llevaba «más de cuarenta años de escritor y unas veces me olvido de lo que dije y otras me contradigo y repito». Hubo también quien salió en su defensa como ha sido el caso de Luis de Araquistain que dice que no debemos negarle «este derecho a la contradicción, que es un derecho de conciencia y como tal sagrado». [3]

En cierta ocasión escribía que cuando el inglés Crawford-Flitch, estaba traduciendo a su lengua el libro Del sentimiento trágico de la vida, le preguntó: «¿Por qué le llama usted aquí a San Pablo, Pablo de Efeso? ¿No era de Tarso?». Contestándole Unamuno: «En efecto, de Tarso y no de Efeso era, y si le llamé así fue porque ni lo leí cuando lo escribía, ni lo leí cuando corregí las pruebas». Estas confusiones, que también llama erratas, como cuando escribió de llevar a Australia seis mil moros, en vez de escribir Argelia.

Reconoce las confusiones que no pueden hacerle sonreír y que desgarran su conciencia ni puede, por lo tanto superarlas con la ironía, pero Unamuno nunca se da por vencido y escribe: «¡Y lo que han explotado algunos papanatas estas mis… distracciones! ¿Distracciones? Acaso otra cosa».

Unamuno en 1883, al acabar sus estudios en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid.

Miguel de Unamuno y Jugo nace en Bilbao, reinaba en España Isabel II, el 29 de septiembre de 1864. En aquel Bilbao que él añoraba como un dulcísimo sirimiri que es el rocío de sus recuerdos sobre sus esperanzas. La de aquella noble e invicta Villa de Bilbao que él decía que se confundía y se aunaba. Aquella villa, la del viejo puente con su escudo y la del puente colgante de la canción. Aquella villa que todavía conservaba, en Uribitarte, el viejo y nativo curso del Nervión, junto al canal que la ingeniería flamenca había hecho en el Campo del Volantín. Aquella Villa de Bilbao que en un artículo que escribió en 1920 lo terminaba con un «¡Arriba la Villa ¡Más arriba! ¡Siempre arriba!».

Su primera novela fue Paz en la guerra (1897), una novela histórica sobre la última guerra carlista y en donde echó los cimientos de su concepción política e histórica de nuestra España. Le seguiría Amor y pedagogía (1902),  Niebla (1914) que es donde inicia lo que él mismo prefería llamarlas nivolas: «Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino… ¿cómo dije?..., 'navilo'…, 'nebolu'; no, no, 'nivola', eso es, '¡nivola!'»; pero antes aparecieron sus novelas cortas que reunió bajo el título de una de ellas: El espejo de la muerte. En 1917 publicó Abel Sánchez, y en 1920 Tulio Montalbán y Julio Macedo. Este mismo año Tres novelas ejemplares y un prólogo, una trilogía compuesta por los títulos: Dos madres, El marqués de Lumbría, y Nada menos que todo un hombre.

En 1921 La tíaTula. En opinión de algunos críticos, su mejor novela fue San Manuel Bueno, mártir, publicada en 1933. Escribió también numerosos libros de ensayo como En torno al casticismo (1902), Vida de Don Quijote y Sancho (1905), que hizo a Antonio Machado dedicarle un poema: «Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno, fuerte vasco…», Por tierras de Portugal y España (1911), Andanzas y visiones españolas (1922), Del sentimiento trágico de la vida (1922) y, por último, uno de los ensayos capitales de Unamuno, La agonía del cristianismo, que no apareció en español hasta 1931 ya que primero se publicó en la traducción francesa de Jean Cassou durante el exilio parisino del autor que también aprovechó para seguir escribiendo: «No puedo recordar sin un escalofrío de congoja aquellas infernales mañanas de mi soledad de París, en el invierno, en el verano de 1925, cuando en mi cuartito de la pensión de la rue Laperouse me consumía devorándome al escribir el relato que titulé: "Cómo se hace una novela"».  Igual que la anterior, fue traducida al francés por Cassou.

Tiene obras dramáticas, como Fedra (1910), El otro (1926) y El hermano Juan (1934). Escribió también poesía, incluso se ha dicho  que todo en él es poesía. Y sobre la misma nos cuenta la siguiente anécdota. Dice que en cierta ocasión, una persona que aseguraba ser un buen lector suyo, le declaró: «Lo que no sabía es que ha hecho usted también poesía». A lo que Unamuno contestó: «No, señor, he hecho también todo lo demás».También en una emocionante carta dirigida a Clarín, le confiesa: «Al morir quisiera, ya que tengo alguna ambición, que dijesen de mí, ¡fue todo un poeta!». Y Julián Marías añade que «Unamuno cultivó todos los géneros: poesía, novela, teatro, libros doctrinales llenos de una filosofía rehuida y de preocupación religiosa…». [4]

Colabora en distintos medios cuyos artículos han sido recogidos, en su mayoría, en sus Obras completas. Es muy extenso también su epistolario donde, lamentablemente, no está todo publicado. Es, precisamente, a causa de una carta que escribe a Azorín en 1909, lo que nos lleva a enterarnos de un rifirrafe que tiene con José Ortega y Gasset. Unamuno había escrito a Azorín felicitándolo por un artículo que, con el título Colección de farsantes, había publicado el 12 de septiembre del mismo año en el diario ABC.  

El mismo periódico reproduce, a los pocos días, la carta de Unamuno donde dice que son muchos en España los papanatas que están bajo la fascinación de esos europeos...

«Hora es ya de decir que en no pocas cosas valemos tanto como ellos y aún más… Indigna ver a tanto hispanista (?) que se cree que España acabó en el siglo XVII… ¡Bien, bien, muy bien! Así, así. España es víctima de una sistemática campaña de difamación… Dicen que no tenemos espíritu científico. ¡Si tenemos otro…! Inventen ellos, y lo sabremos luego y lo aplicaremos. Acaso esto es más señor. Si fuera imposible que un pueblo dé a Descartes y a san Juan de la Cruz, yo me quedaría con éste…  Sí, colección de farsantes…». [5]

Ortega y Gasset lee la carta y se da por aludido ya que le replica con un largo artículo en un diario madrileño bajo el título: Unamuno y Europa, fábula. Habla de él de quien dice le alude, pero en la carta no lo cita ni una sola vez, y se refiere a la frase: «los papanatas que están bajo la fascinación de esos 'europeos'». A continuación Ortega dice que él es «plenamente, íntegramente, uno de esos papanatas». Al mismo tiempo piensa que debía contestar con algún vocablo o, «como decían los griegos, rurales, a don Miguel de Unamuno, energúmeno español. Pero… esto sería muy poco divertido. Quienes rompen, las reglas artificiales de la buena educación, se quedan si gozar la fruición delicadísima  de ejercitar íntegramente sus energías dentro de ellas».

Vuelve a llamarle energúmeno porque dice que «sin Descartes nos quedaríamos a oscuras y nada veríamos… ¿Quién podrá, pues, de que sabe muy bien lo que se dice cuando nos combate a los europeizantes con el claro nombre de don Ramón Menéndez Pidal?». Y Ortega y Gasset, termina su largo artículo con estas palabras: «…puedo afirmar que en esta ocasión don Miguel de Unamuno, energúmeno español, ha faltado a la verdad. Y no es la primera vez que hemos pensado si el matiz rojo y encendido de las torres salmantinas les vendrá de que las piedras aquellas venerables se ruborizan oyendo lo que Unamuno dice cuando a la tarde pasea entre ellas» [6]

En 1901 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca por primera vez, cargo que llegó a ostentar por tres veces y otras tantas destituido. Algunas de ellas, o todas, por razones políticas. Ese año y siguientes abrió el curso hasta que en el año 1914 fue destituido del cargo de rector «por ardides electorales y por no rendirme –dice– a hacer declaración de fe monárquica». En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras.

Más tarde es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse. Sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera hacen que éste lo destierre a Fuenteventura –«¡Inolvidable isla! ¡Para mí Fuenteventura fue todo un oasis, un oasis donde mi espíritu bebió de las aguas vivificantes y salí refrescado y formalizado para continuar mi viaje a través del desierto de la civilización!»–, en febrero de 1924 donde en la modesta localidad de Puerto de Cabras, permaneció muy pocos meses y escribió el poema del Romancero del destierro, que llega a describir las circunstancias de su muerte.

Después huyó a Francia en un buque holandés. Primero fue París donde sin tener que cerrar los ojos veía el Campo de San Francisco de Salamanca, en el que también «tantos porvenires he soñado. Porvenires míos y de los míos, porvenires de mi Salamanca, porvenires de mi España». París en el que había estado hacía treinta y cinco años y en donde ahora quiso buscar «al mozo pálido y soñador que vino acá de Bilbao, pasando antes, por Italia y Suiza, y que a Bilbao se volvió desde aquí. No encuentro al que fui, y mucho menos al que pude haber sido. ¿Es que de veras pasé por París? ¿Es que París pasó por mí?».

En la capital de Francia permaneció algo más de un año para establecer después la residencia en Hendaya «frente a mi España». En esta ciudad permanece  hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera y vuelve a Salamanca «la figura más alta de la actual política española», en opinión de Antonio Machado, y en donde en 1931 es nombrado rector por sus compañeros y bajo un nuevo régimen, «a cuyo establecimiento –dice el propio Unamuno–  he contribuido más que cualquier español». Palabras sobre las que Manuel Azaña escribiría más tarde: «En el fondo, Unamuno opina que la República la ha traído él. Y ha tratado el Pacto de San Sebastián con reticencias y sobreentendidos misteriosos, dignos de ABC». [7]

Cuando el 14 de abril de 1931 se declara la República en su «España universal y eterna», como Unamuno escribió en uno de sus poemas, ya había sido proclamado concejal con la conjunción republicano-socialista en las elecciones celebradas dos días antes. Este hombre, desde el mismo día de su proclamación.

Se había llenado de aprensiones frente a la imagen que su soñada República le presentaba. Por desgracia, aquel mismo día, mientras se estaba proclamando la República, entre el fervor y el misticismo democráticos, en el Ayuntamiento por el profesor Prieto Carrasco y aquel hombre viejo, un exaltado, delante de él, arrojó dos bustos históricos contra el suelo, con un gesto de rabia y liberación, y los hizo pedazos con una terquedad complacida; aquel hombre viejo lo miró horrorizado y estalló de cólera y de sorpresa; la República no era eso, pero también era eso; un odio contenido parecía haber guiado aquel gesto iconoclasta, que intentaba romper el pasado, que aquellas esculturas representaban, destruir todas las reliquias de un modo de vida que había excluido al agresor y despreciar la historia que eternizaban las estatuas. Fue un signo que alteró el pulso intelectual de aquel hombre viejo, que adoraba el pasado, vivía en la historia de las estatuas y había aprendido mucho de la eternidad de las piedras[8]

Los nuevos amos del Poder le reponen en el cargo de rector de la Universidad salmantina, y, pocos días después, con motivo de celebrarse la fiesta del Trabajo, el día primero de mayo, se desplaza a Madrid para participar en la gran manifestación que algunos historiadores tacharon de «impresionante». La presencia en ella de Unamuno fue especialmente celebrada con grandes aplausos por parte de la gente que le reconocía. Seguidamente, tuvo lugar la quema de iglesias y conventos en buena parte de España. Era ministro de Gobernación el católico Miguel Maura, que escribió: «No habíamos aún tomado asiento en torno a la mesa de Consejos cuando nos llegó la noticia de que estaba ardiendo la residencia de los jesuitas de la calle de la Flor. Recuerdo que hubo ministro que tomó en broma la noticia, y a otro le hizo gracia que fuesen los hijos de San Ignacio los primero en pagar el 'tributo al pueblo soberano'. La famosa 'justicia inmanente' ensalzada por Azaña ya estaba ahí» [9]. Y fue precisamente éste quien al escuchar a Maura que iba a sacar la fuerza a la calle, en evitación de que ardieran más conventos, dijo: «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano» [10].

Cuando Unamuno llegó a enterarse del comentario de Azaña, le contestó: «...esto daba a entender que los incendiarios eran buenos republicanos» [11]. Estas palabras, junto con otras como «a por el faraón de El Pardo», no cansaría de repetírselas siempre que se le presentaba la ocasión. El 28 de noviembre de 1932 se las reitera en una conferencia que da en el Ateneo de Madrid y que Azaña, en su diario, tampoco pierde la ocasión de contestarle: «Ayer en el Ateneo pronunció Unamuno su anunciada conferencia. Gran golpe de gente, según cuentan. La conferencia ha sido lastimosa. Una estupidez, o una mala acción. Le gritaron. Mucha gente se indignó con Unamuno. Si todos le hubieran hecho el mismo caso que yo, desde que le hice el artículo del 'leonero' que tanto le mortificó, se evitarían el indignarse». [12]

El 28 de junio sale elegido diputado, como independiente, de las Cortes Constituyentes –junto con varias figuras de la intelectualidad española– con la candidatura republicano-socialista. La principal misión de estas Cortes fue elaborar la nueva Constitución. Cuando comenzaron los trabajos sobre el idioma oficial, el texto del proyecto hecho por la Comisión, decía: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que la leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones». Leídas estas palabras, Unamuno tiene una larga intervención el 18 de septiembre:

Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones».

Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del alemán), e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro». Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dio a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional».

Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy peligrosos. Pero al decir: «A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial, porque eso quiere decir que ninguna región podrá imponer, no a los de otras regiones, sino a los mismos de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor dicho, que si se encuentra un paisano mío, un gallego o un catalán que no quiera que se le imponga el uso de su propia Lengua, tiene derecho a que no se les imponga. (Un señor diputado: ¿Y a los notarios?). Dejémonos de eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro que hay una cosa de convivencia esto es natural y de conveniencia; pero esto es distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a pasar adelante.

Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es lo que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les acusa de no querer más que vender o mercar sus productos yo digo que no es verdad, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender su espíritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España. Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu; pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro sitio. (Muy bien)…


Vuelve a intervenir el 25 de septiembre y comienza refiriéndose al Estatuto Catalán, añadiendo  que no quiere empezar su discurso echando flores a los diputados catalanes, sobre todo a los de la minoría catalana, «porque aquellas se echan a las mujeres y a los cadáveres» y él no los tiene ni por unas ni por otros. Es consciente de que lo que se está discutiendo no prejuzga nada, pero sabe que se trata de que salga el Estatuto a remolque de la Constitución o la Constitución a remolque del Estatuto. De nuevo repite el caso de un cónsul español en Francia, adonde la Generalidad dirigió un escrito en catalán, que el cónsul, vasco, rechazó. Se refiere también a los obreros catalanes que decían no saber la lengua española cuando la mayoría de ellos mentían. Recordó un discurso donde mantenía la obligatoriedad para todo ciudadano español de saber la lengua española; «llamadla si queréis castellana».

Alude a la República recién nacida y de los cuidados que dicen necesita: «Yo digo que más cuidados necesita la madre, que es España, que si al fin muere la República, España puede parir otra nueva y si muere España no hay República posible». Cuando en la Cámara algunos diputados hacían sus cábalas y hablaban en voz alta, confundiendo el círculo con la conferencia: «Cataluña, España, República, República federal, República unitaria». Unamuno respondía: «¡España!». En otro momento, comenta que nadie lo había requerido para traerlo a las Cortes Constituyentes porque nunca había figurado en ningún partido, entre otras cosas, por el temor de que si entraba en un partido lo partiría más de lo que estaba partido. Decía que nunca había estado en ningún partido; «no me ha traído aquí ningún partido político; no me ha traído aquí Castilla ni Salamanca. Yo no soy un diputado de Castilla, ni siquiera en rigor creo que me ha traído aquí la República, aunque sea hoy un diputado republicano. Aquí me ha traído España; yo me considero como un diputado de España; no un diputado de un partido, no un diputado castellano, no un diputado republicano, sino un diputado español». Termina insistiendo en que no se puede ir deprisa y que no se debe sorprender a nadie. Algo con lo que al parecer no estaba de acuerdo el socialista Andrés Saborit ya que cree que «a España le urge una Constitución y un Gobierno, con la autonomía para Cataluña». [13]




Este relato es más completo por lo que se publicarán en tres artículos separados​:

  1. Miguel de Unamuno y su res pública.
  2. Inauguración de curso académico.
  3. Comienzo de la Guerra Civil.



NOTAS:

[1] Diario ABC. Madrid, 27-IX-1964, pág. 76.

[2] Cit., VEGAS LATAPIE, EUGENIO: Los caminos del engaño. Tebas. Madrid, 1986, pág. 108.

[3] ARAQUISTAIN, LUIS: El pensamiento español contemporáneo. Losada. Buenos Aires, 1962, pág. 68.

[4] Diario ABC, Madrid, 9-VII-1998, pág. 3.

[5] Diario ABC, Madrid, 15-IX-1909, pág. 10.

[6] Diario El Imparcial, Madrid, 27-IX-1909, pág. 3.

[7] AZAÑA, MANUEL: Memorias políticas (1931-1933). Grijalbo. Barcelona, 1996, pág. 189.

[8] GONZÁLEZ EGIDO, LUCIANO: Agonizar en Salamanca. Alianza Editorial. Madrid, 1986, pág. 59.

[9] MAURA, MIGUEL: Así cayó Alfonso XIIIMéxico, 1962, pág. 250.

[10] Ibid., pág. 251

[11] Al incendio de conventos vuelve a referirse en un artículo que bajo el título de Mozalbetería, publicó en el diario El Sol el 20-III-1932: «Aquellos incendios de conventos fueron algo artístico, neroniano».

[12] AZAÑA, MANUEL: Diarios, 1932-1933. Crítica. Barcelona, 1997, pág. 76. En cuanto al artículo que cita Azaña es el que tituló: El león, Don Quijote y el leonero, recogido en su libro Plumas y palabras, y que lo termina así: «Aplace Unamuno su pesadumbre para el día que sus amigos le miren con displicencia. ¿O los españoles eminentes son tan soberbios que no pueden oír la contradicción más leal sin achacar al contradictor sentimientos ruines? No, don Miguel. Se puede decir la verdad sin poner motes. También oírla». (Op. cit. Crítica. Barcelona 1976 -2ª edición- pág. 154).

[13] Diario ABC, Madrid, 26-IX-1931, pág. 21.