OPINIÓN | ACTUALIDAD

Las buenas maneras.

No es posible detectar un solo fallo en el Gobierno que tenemos. Es perfecto. Ha reunido en sí todos los favores del cielo y ha domesticado a los cuatro o cinco rebeldes que le hacían sombra para dejar el estrellato limpio como una patena, en la cual solo brille su patosa figura.


Publicado en Desde la Puerta del Sol núm. 570 (7/DIC/2021). Portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

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Las buenas maneras.

Las buenas maneras.


Cuando arreamos por primera vez el año que comienza, confieso que me pide el cuerpo no hablar mal del Gobierno. Incluso hasta podría entretener este artículo dedicando algunos elogios y ditirambos a sus compañeros de viaje más destacados, que son, como es sabido, los comunistas de nuevo cuño, en algunos círculos montaraces conocidos como neocomunistas, aupados al poder tras haber tenido que esperar casi un siglo de larga cola, en parte propiciada por la ceguera política de la derecha española.

El artífice de esta proeza fue un señor que ya se cortó el cabello, pero tuvo a bien dejar en su silla una dinámica dama, que hace ya meses ha iniciado un tejemaneje publicitario, que no le va mal del todo. En rigor podría decirse que no forma parte oficial de las «hijas de la ira» pero esa es otra de sus lúcidas estrategias, orientadas, como queda dicho, a revestir la ideología que la anima de mínimos aceptables en un año que se barrunta enconado y dificultoso.

El individuo que detenta el poder ejecutivo en este país, pese a sus repetidas y engañosas idas y venidas por los territorios afines a la falta a la verdad (podría emplear otra palabra pero este es un escrito que debe cuidar las formas, ya saben), acrecentó el número de votos que necesitaba para hacerse con los resortes del mando ofreciendo a diestra y siniestra gabelas de las que carecía y no menos prometiendo ventajas que la Europa garantizaba, y que todavía están por llegar, a algunas fuerzas políticas repartidas por el territorio nacional cuyas señas de identidad son manifiestamente contrarias a la unidad patria. De tal modo urdió esa persona el panorama necesario que, tras de unas «negociaciones» complicadas, consiguió la mayoría suficiente para situarse en el cajón más alto del podio. Hasta un modesto diputado turolense recibió migajas de tan generosa oferta. El resultado fue el que ya conocemos.

Es probable que algunas de las personas que me leen recuerden que ya han pasado dos tacos del almanaque de esto. Incluso que acaban de ultimarse los requisitos necesarios para alargar la situación otros dos. Con lo cual el caballero sin caballo que he leído se va a pasar las vacaciones de Navidad a los Montes de Toledo y al Coto de Doñana, espero que no por vía aérea y de forma sucesiva, deja en manos de sus sufridos «gobernadores» civiles la parte prosaica de la maquinaria administrativa del Estado, que las buenas maneras del momento que vivimos –paro, ya incluido el galopante juvenil, inflación, pandemia, desastres naturales, huelgas, deuda pública, subida escandalosa de precios de la electricidad, el gas y los artículos de consumo imprescindibles, signos de los sondeos no penetrados y un etcétera penoso– aconsejan pasar por alto comentarios escabrosos. Nada hay mejor que quedar bien en estos asuntos.

No es posible detectar un solo fallo en el Gobierno que tenemos. Es perfecto. Ha reunido en sí todos los favores del cielo y ha domesticado a los cuatro o cinco rebeldes que le hacían sombra para dejar el estrellato limpio como una patena, en la cual solo brille su patosa figura. Según ha dicho por televisión, que es algo que hace cada dos por tres, tal vez para contrarrestar los efectos que le producen la señora que le come la alfombra por lo social, la Yolanda, «estamos mejor preparados que nunca para hacer frente al ya inmediato futuro». Como era de esperar, pronto han saltado los corifeos del entorno para adornar tan prometedor discurso con sus aplausos. Los otros, los que no se lo creen, se desgañitan en un hemiciclo untado de grasa sabedores de que les espera un bienio de tranquilidad.

Aunque ya se sabe lo que pasa con los bienios: Hubo uno hace casi un siglo en el que no gobernó quien podía hacerlo, se propició el estraperlo, los mineros soltaron el pico, hubo un golpe de Estado, una parte de España se declaró independiente, los cabecillas díscolos se reunieron en San Sebastián para dar forma precisa a la «revolución» republicana, que se remató en el año 31 y, al fin, en el 36, estalló la marmita de las tragedias, en cierto modo antesala de la masacre que tendría lugar meses después en la Europa civilizada.

Ese fue un bienio negro, pero aquí no estamos hablando de esas oscuridades sino del blancor que resplandece gracias al buen hacer de un sujeto tocado por la varita mágica de sus aciertos. Sí, me parece que tenemos que celebrar este regalo de los dioses. Como dijeron aquellos cómicos paisanos míos (malogrados), en un programa de solfa, bueno es saludar el año que adviene con un portentoso veintidós, veintidós, veintidós. Un latiguillo que en la imaginación popular ha quedado como himno de un año que puede traernos de todo, si se quiere hasta un cambio de ventilación. Esas sí que serán buenas maneras.




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