MEMORIA | JOSÉ ANTONIO

Indalecio Prieto y José Antonio

«Dos hombres tan distintos como José Antonio y Prieto tal vez habían nacido para haberse entendido, después de reconocerse con recíproca admiración, a través de una serie de incidencias en la vida».
De las memorias de Ramón Serrano Suñer.


Artículo de diciembre de 2021, recuperado para ser nuevamente publicado en enero de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.

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Indalecio Prieto y José Antonio

Indalecio Prieto y José Antonio


Recojo previamente unas palabras del director de cine y voluntario de la División Azul, Luis García-Berlanga Martí:

«Yo, antes de la guerra, me inventé una especie de simpatía política por una utopía que venía narrada por mi padre. Mi padre me contaba que por lo que él sabía en base a lo oído en los pasillos de las Cortes, los dos amigos que más se querían y más se admiraban entre todos los políticos que había en las Cortes eran Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera. Aquello coincidió con que los periódicos llegaron a publicar que había un intento por parte de José Antonio (y no solo los periódicos, a mí me lo contó gente como Amor Salvador, el político de Logroño que era diputado y amigo de mi padre, y que venía muchas veces a veces a Valencia, y también se lo oí a Martínez Barrios, que vino una vez a la finca de mi padre a una cacería, sin que Indalecio le dijera que sí) de crear una especie de frente nacional socialista español sindicalista. En fin, que hubo conversaciones, y alguna de ellas en Cuenca, que era el único sitio donde en el 36 se tenía que hacer una segunda vuelta. A las elecciones se presentó José Antonio, y también pretendían hacerlo con Francisco Franco; la derecha quería presentar a Franco, y José Antonio se presentó como falangista. José Antonio era un enemigo feroz de Franco. Bueno, el caso es que José Antonio tenía que ir a Cuenca. Mi padre me contó que hubo reuniones secretas entre José Antonio y Ángel Pestaña, que era el presidente del Partido Sindicalista, y que detrás de ello estaban los contactos que a su vez José Antonio tenía con Indalecio Prieto, para intentar separar a Prieto del largocaballerismo que dominaba en aquel momento en el socialismo».

«Todo eso eran noticias que yo recibía cuando tenía catorce o quince años, y ésa era, en todo caso, la interpretación que yo les di. Lo cierto es que aquellos nombres se me convirtieron en personajes a los que tomé una especie de afección política, igual que no me caían bien ni Azaña ni Gil Robles. Luego, al cabo de los años, al leer lo que cada uno decía, se le coloca en su sitio correspondiente, pero de momento a mí la derecha me producía náuseas, no me gustaba, como tampoco Azaña, y en cambio me gustaba la personalidad de Indalecio Prieto, y esa otra personalidad acompañada de un aura de violencia, de romanticismo de José Antonio Primo de Rivera…».

Palabras del cineasta, muy poco conocidas, que nos pueden ayudar a conocer más y mejor ese acercamiento que hubo entre ambos políticos: Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera.

De todas las maneras, nunca sabremos cuánta verdad hay en las palabras de Berlanga, o cuanto deseo de que fueran verdad porque, por ejemplo, Martínez Barrios, que él cita, en las memorias de éste nada nos habla de lo que el director de cine dice haberle escuchado. Sin embargo, no cabe duda de que entre el socialista y el falangista siempre hubo, al menos en algunos momentos, cierta admiración. Aunque su primer encuentro como diputados no sería del todo feliz.

Nos lo cuenta Serrano Suñer. Fue cuando Indalecio Prieto se refirió a las responsabilidades de la dictadura de Primo de Rivera y habló del contrato con la Compañía Telefónica Nacional. Al escuchar las palabras que estaba pronunciando el socialista, José Antonio gritó: «¡mentira canalla!». Sin embargo, Serrano Suñer también escribe:

«Dos hombres tan distintos como José Antonio y Prieto tal vez habían nacido para haberse entendido, después de reconocerse con recíproca admiración, a través de una serie de incidencias en la vida».

Y añade Serrano que en otro discurso de Prieto, José Antonio que había empezado burlándose, terminó reconociendo «la España soñada que Prieto dibujaba con sus palabras».

En parecidos caminos anda también Joan Llarch, biógrafo de Juan Negrín, que en la historia que escribe de éste –último primer ministro de la Segunda República–, repite que José Antonio podía haberse entendido perfectamente con Indalecio Prieto, añadiendo que las simpatías de Juan Negrín y Prieto hacia el fundador de Falange eran innegables a pesar de que no compartían su ideario, pero sí el amor a España por encima de toda contingencia política. O lo que escribió quien fue presidente del Gobierno en el exilio, Félix Gordón Ordás que, según nos ha dejado escrito, cree que fue posible lograr una cooperación de José Antonio.

No debemos olvidar la que fue la mayor defensa que Prieto hizo de José Antonio, y que tuvo lugar en el Congreso, el 3 de julio de 1934. Aquella tarde la Cámara aprobó dos suplicatorios del Tribunal Supremo para procesar al diputado socialista Juan Lozano y a José Antonio, ambos por el delito de tenencia ilícita de armas.

«En el salón de sesiones me encargué yo de impugnar el dictado referido», dice el mismo Indalecio Prieto, y que, en opinión de Serrano Suñer, que publica íntegra la intervención del socialista en sus memorias, «fue uno de los momentos más afortunados, brillantes y nobles de la actitud parlamentaria de Prieto».

Al mismo tiempo, el socialista también recoge en sus memorias muchos de los escritos que dejó José Antonio y que él tenía en su poder. Repite, incluso, muchas frases del testamento y también publica íntegro la lista de su proyectado Gobierno que, como todos sabemos, figuraba el propio Prieto como ministro de Obras Públicas. Esto era algo que José Antonio ya lo venía pensando desde hacía mucho tiempo. No quería la guerra a pesar de que Preston, Gibson, Viñas, Thomás y demás ralea, se empeñan en todo lo contrario.

Nos lo cuenta con mucha claridad Serrano Suñer de cómo José Antonio no acababa de mostrarse optimista y confiado en relación con los planes que los militares iban concretando. Consideraba necesario la intervención militar, pero le asaltaba el doble temor de que ésta se realizase entregando el poder a la derecha o dando paso a una situación semejante a la dictadura militar de su padre. Tales temores le inspiraban reservas y vacilación antes de comprometer a las fuerzas falangistas que, como resultado del desastre electoral de la derecha, crecían en toda España. Su idea era una revolución socio-económica y se aferraba a la idea de un gobierno de concentración nacional que pudiera impedir el conflicto trágico que ya se presagiaba. Sólo así, José Antonio vio la manera de evitar los incalculables horrores de una guerra fratricida.



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