RASGOS DE NUESTRO ESTILO

Después, siempre el cielo azul...

Siempre el cielo azul reaparece tras las calamidades. (...) Y los humanos que hemos pasado por las duras experiencias de una tormenta, si las hemos resistido con entereza y buen ánimo, nos sentimos reconfortados y alegres en nuestro corazón.


Publicado en la revista Lucero, núm. 142, 1er trimestre de 2021. Editado por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa (LRP). Recibir boletín semanal de LRP (servicio gratuito).

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Después, siempre el cielo azul...

Después, siempre el cielo azul...


Todo montañero que se precie ha sufrido alguna vez el impacto de una tormenta, cuando caen torrentes desbocados de agua desde un cielo ennegrecido y tenebroso; cuando los senderos se han trasmutado en ríos en los que navegan tus pies, enfundados en unas botas caladas de punta a talón; cuando todas las prendas que llevabas encima, y tu mochila, han formado un magma acuoso pegado a tu piel…

En mi memoria recuerdo varias ocasiones de este jaez; por su intensidad, rememoro ahora tres, que se transformaron en excelentes didácticas del esfuerzo, la superación y la voluntad humana: una que me descargó toda su fiereza cuando descendía del Montarto, en el Valle de Arán; otra, que añadió riesgo en la ascensión del Carlit, en tierras francesas, y la tercera, la que obligó a renunciar a una plácida excursión por el Montseny barcelonés. También cuentan, claro está, las tormentas de nieve, las que se acompañan de granizo cuyos pedazos actúan como proyectiles, y las de viento, como aquella que hizo volar literalmente todas las tiendas de un campamento en la sierra de Gredos… En fin, recuerdos que ayudan a dormir cuando te asaltan en tu cómodo lecho ciudadano.

Pero todas ellas tuvieron un colofón feliz, que cabe reputar de maravilla de las leyes de la naturaleza: acabada la furia de los elementos, poco a poco se alejan las negras nubes, que terminan por disiparse; luce el sol más bello que pueda darse, en un cielo de un azul impecable; la tierra mojada agradece aquel pasado sacrificio y ofrece a los sentidos un maravilloso olor. La vida continúa y es más hermosa.

Así, las enfermedades pandémicas, que, tras el desastre que provocan, se difuminan poco a poco, y, tras desaparecer, solo quedan en los prontuarios de historia de la Medicina, para que los futuros especialistas, arriado el orgullo científico, investiguen a fondo con humildad y paciencia.

Así, las modas y corrientes dominantes, que dejan poco a poco el espacio a la sensatez y solo se recuerdan como anécdota de un pasado de estupidez generalizada y sirven de diversión a nuestros descendientes, como las fotos amarillentas y las películas rancias.

Así, los regímenes y gobiernos obtusos o malévolos, que desaparecen por el escotillón de la historia, al acabar cayendo, y los nombres de los falsarios, inútiles, malversadores, corruptos e hipócritas e borran uno tras otro de las primeras páginas de los medios y solo se reservan para los eruditos que investigan en las hemerotecas.

Siempre el cielo azul reaparece tras las calamidades, y la sonrisa del Buen Dios ⎼Señor de la Creación y de la Historia⎼ resplandece en todos los horizontes. Y los humanos que hemos pasado por las duras experiencias de una tormenta y de otras calamidades, si las hemos resistido con entereza y buen ánimo, nos sentimos reconfortados y alegres en nuestro corazón.

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