ARGUMENTOS

El sindicalismo muerto por la economía.

Por el sindicalismo no se llega más que a un caos económico, aunque existe la posibilidad de que, en solitario, el mundo obrero pueda hacer surgir, desde su interior, un fuerte espíritu empresarial, y ese es el sendero único que existe y que recibe el nombre de cooperativismo.


Publicado en el núm. 144 de Cuadernos de Encuentro, de primavera de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal)

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El sindicalismo muerto por la economía.

El sindicalismo muerto por la economía.


En el número de Invierno 2020 de Cuadernos de encuentro, aparece un artículo firmado por Juan José Coca, titulado Apuntes para un sindicalismo solidario. Inmediatamente, al leerlo, pasé a tener en cuenta muchas cosas. En primer lugar, que, como una derivación de una aparición múltiple de nuevas realidades, en el paso del siglo XVIII al XIX, se creó una economía, especialmente en la Europa Occidental, con consecuencias importantes.

Los avances científicos habían impulsado notables desarrollos tecnológicos, y estos, de inmediato, dieron lugar al nacimiento de la Revolución Industrial. Esto significaba que el papel esencial que desde entonces había tenido, en la economía, la agricultura, dejaba paso a la industria y los servicios. Exigió un considerable crecimiento de inversión de capital y de mano de obra. Simultáneamente, a partir de Adam Smith, nació la Escuela Clásica, que explica, al unirse con el desarrollo triunfante de las ideas del liberalismo político, que se provocase que la contratación y condiciones laborales de esa mano de obra fuesen lamentables a causa del incremento de la fuerte oferta de los que van a ser llamados los proletarios.

Téngase en cuenta que esa estructura productiva había nacido en el siglo XVIII, en combate muy fuerte con los mensajes de la Iglesia católica. Además, el mundo empresarial nuevo, a través, entre otras cosas, de mensajes variadísimos –uno de los cuales es el que yo analicé en mi libro El libertino y el nacimiento del capitalismo–, provocó, con Inglaterra en vanguardia, una situación escalofriante para el mundo de los trabajadores.

Las reacciones de oposición pasaron a ser múltiples, y pronto destacó entre ellas, dentro del ámbito científico creado por la citada escuela clásica, la de Carlos Marx. En la primera parte de su obra magna El capital, ofrece multitud de datos sobre lo que ocurría en el mercado trabajo. De ahí va a derivarse, a partir de 1848, una acción política clarísima, tras el manifiesto que Marx firma con Engels. La propuesta de una alternativa a lo que existía, acabó arrastrando a Marx, hacia un movimiento político al que le dio el nombre de Socialismo.

Al mismo tiempo, multitud de otras personas, por ejemplo, los Saint Simón o los Fourier idearon otras respuestas a la situación obrera. Marx les puso el nombre, evidentemente despectivo, de socialismo utópico. Desde un punto de vista intelectual, no se puede negar la alta categoría de Marx. Schumpeter, con su gran autoridad, porque es además de gran economista, un investigador del pensamiento contemporáneo extraordinario, colocó, para siempre, a Marx, en el grupo de los mayores economistas que han existido. Sin embargo, las otras corrientes citadas de protesta han tenido una base intelectual minúscula.

De los Fourier y compañía surgió el sindicalismo. Fabián Estapé ha expuesto, con claridad extraordinaria, en su libro Introducción al pensamiento económico: una perspectiva española de qué modo esas tesis del socialismo utópico, que había surgido en Francia, llegaron a España a través de Cataluña, y concretamente del naciente distrito industrial de Barcelona. Las agrupaciones de obreros en protesta, que comenzaron a provocar huelgas en España –recordemos las iniciales y famosas huelgas de tranviarios–, se mantuvieron siempre, creando organizaciones que pronto recibieron el nombre de sindicatos, y que se enlazaron, incluso, con montajes socialistas derivados de 1848, con mayor o menor ortodoxia.

En España, como todos sabemos, en la etapa de la Segunda República, pasaron a tener gran importancia social, tanto las organizaciones más vinculadas con la línea de Marx, como las que siguieron el mensaje de derivaciones casi espontáneas, y, por ello, claramente clasificables como pertenecientes al socialismo utópico.

El sindicalismo, por consiguiente, tiene esta raíz utópica; pero, en la práctica, se ha visto que generaba forzosamente situaciones de hundimiento de la vida económica. El mensaje de este hundimiento procede de hallazgos continuos de la ciencia económica, dado que las condiciones laborales que pretenden sus doctrinarios, están basadas siempre en planteamientos relacionados con lo que se llama la teoría de la competencia imperfecta. Y eso ocurre para todas las variedades del sindicalismo.

Convendría que, los que pretenden crear realidades sindicalistas de variado tipo, –no olvidemos la línea que siguió la Iglesia con la encíclica, favorable en ese sentido, Quadragesimo Anno–, pasen a ser intelectualmente eliminados; y eso ocurrió, precisamente, gracias a la línea creada por san Juan Pablo II, con la encíclica Centesimus Annus. Aquí se dio paso a una desviación conservadora que acabó recibiendo el nombre de corporativismo, actualmente abandonada.

La línea del sindicalismo fue analizada seriamente por los economistas, porque la unión de los obreros era respondida, en los debates sobre las condiciones laborables, por las uniones de los empresarios, y ello hacía que se produjese lo que en teoría económica se denomina una situación de duopolio. Por ejemplo, en el libro de José Castañeda, Lecciones de Teoría Económica, se lee:

«Con la agrupación de los obreros en sindicatos y la unión de los empresarios en asociaciones patronales surge una situación de duopolio donde no se puede encontrar equilibrio alguno, y por ello se aconseja que el Poder Público tome a su cargo la regulación del mercado laboral, y ésta es la justificación teórica de tan importante intervención».

Tengamos en cuenta que, en relación con lo originado por el sindicalismo católico, en España pasó a tener mucho arraigo éste en Castilla, y fue creído como posible solución en el mundo católico de Valladolid, por un grupo de preocupados por la cuestión social, entre los que destacaba Onésimo Redondo. En sus enlaces políticos más amplios, en principio con Ramiro Ledesma Ramos, dio lugar a la aparición inicial del nacionalsindicalismo, con las JONS, que Ramiro Ledesma aceptó como base de su acción política. Al dedicarse José Antonio, para defender la memoria de su padre, a la acción política, su vinculación con Ledesma y Onésimo Redondo resultó fácil.

Pero su puntualización dentro de la vida española, para que tuviese efectividad seria, fue expuesta por un gran economista español, Valentín Andrés Álvarez, catedrático de Economía, del grupo de discípulos de Flores de Lemus y miembro destacado entonces de la sección de economía de Instituto de Estudios Políticos. De V. A. Álvarez es una Introducción a la Economía Política (Ediciones Guía, Delegación del CEU en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas,1944), que en el apartado (págs. 62-65) analiza La Economía Nacional Sindicalista y al hacerlo, destaca que el sindicalismo mostraba el paso a un duopolio, lo que generaba realidades caóticas, y por eso era preciso encajarlo dentro del conjunto de la política económica general, con una presencia continua del sector público, para así lograr una adecuada política social.

De todo esto se desprende que el conjunto de decisiones para lograr mejoras en la vida española, no sólo en el aspecto económico, mas sí en el ambiente general, obliga a dejar de llamar la atención sobre la necesidad de no abrir el paso a ninguna opción sindicalista nueva, sin por ello mostrar complementariamente un análisis crítico. Por el sindicalismo no se llega más que a un caos económico, aunque existe la posibilidad de que, en solitario, el mundo obrero pueda hacer surgir, desde su interior, un fuerte espíritu empresarial, y ese es el sendero único que existe y que recibe el nombre de cooperativismo.

No es éste el momento de hacer la historia del cooperativismo y de sus variantes, algunas de la cuales han pasado a tener mucho peso en nuestra economía, con incluso novedades, como resultó la aparición, por impulso jurídico reciente de García Valdecasas, de las Sociedades Anónimas Laborales. Salvo lo que acabo de señalar, reitero que el resto del sindicalismo enlaza perfectamente con aquella frase despectiva de Marx sobre el socialismo utópico.