ARGUMENTOS

La falta de ilusión nos ubica en la soledad

En estos momentos es difícil mantener la alegría o la ilusión. Y es difícil hacerlo por los acontecimientos políticos que estamos viviendo.


​Publicado en Gaceta Fund. J. A. núm. 373 (OCT/2023). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Pues bien, ante la análoga situación que se vivía entonces, salvando las distancias, José Antonio propuso un proyecto político ilusionante. Pero ese proyecto no existe a día de hoy. Y hace falta, mucha falta.
La falta de ilusión nos ubica en la soledad

La falta de ilusión nos ubica en la soledad


Estaba yo pensando en esto, y sintiéndolo, cuando al releer el discurso fundacional de la Falange me he topado con las siguientes palabras concluyentes de José Antonio al referirse, primero al liberalismo y luego al socialismo:

«Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo de ruina moral, un mundo escindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos en una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas». (Obras Completas, 1971, p. 64)

En alguna ocasión he hablado sobre la cualidad de profeta que tenía José Antonio. Y es el caso. Lo digo porque, en el párrafo citado, habla de ruina moral, de diferencias, de escisión y división. Y la causa de todo ello son los odios y las pugnas.

Permítaseme algún apunte reflexivo sobre esas dos características de la realidad española y de esa causa, trasladándolas, a modo adaptativo, a lo que está ocurriendo hoy:

La primera característica de la España de entonces, y la de hoy, es la ruina moral. Análisis certero. José Antonio no dice que sea una ruina jurídica, ni una ruina política, ni siquiera una ruina social. Va a la raíz del problema. Porque al ser una ruina moral, todo lo demás se desestabiliza, se quiebra, se desorienta.

En efecto, se habla mucho de líneas rojas, esas que no se pueden sobrepasar en el orden moral a la hora de llegar a un acuerdo o establecer líneas de acción política. Pero esto no es más que un engaño, como tantos otros, aunque decorado con eufemismos. Pues no se trata de líneas rojas, que pueden moverse según el interés del partido o del dirigente que quiere llegar al poder, más aún cuando pretende acceder a él a toda costa.

No son, pues, líneas rojas, sino falta de principios. Esos sobre los que debe basarse uno u otro proyecto político. Y digo bien lo de basarse. No es lo mismo basamento que fundamento, pues tales principios basales deben fundamentarse en la verdad y en la dignidad humana, es decir, de todos y de cada uno.

Y ahí está el fondo de la cuestión, pues verdad, dignidad, y todos y cada uno, es lo que está en juego en estos momentos.

La primera, la verdad, es sustituida por la mentira (que ahora la llaman “cambio de opinión”). Las segundas (dignidad y todos) entrañan una ruina antropológica, pero no nos damos cuenta, pues el hombre, cada hombre, que nace, vive y crece, es el que está en juego. No en vano, Unamuno anticipaba:

«este hombre concreto, de carne y hueso es el sujeto y el supremo objeto a la vez, de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos». (Del sentimiento trágico de la vida, p. 28).

Lo de sedicentes, obiter dicta, está bien traído por parte de don Miguel. Mal asunto es ese de perder el fundamento moral.

La segunda característica que enumera José Antonio es la división y la escisión. Ya hemos hablado en otros artículos sobre una de las características de la sociedad de hoy: la polarización.

Tal es, pues, el calado de la diferencia, tal es, pues, el alcance de la división, que esta causa trae como consecuencia la imposibilidad de diálogo entre moderados. Porque se han dividido los partidos en bloques, el de la izquierda y el de la derecha. Y esos bloques han perdido la moderación. Si se pierde la moderación, se pierde el diálogo y el entendimiento: es imposible dialogar entre bloques opuestos.

Mal asunto es ese de perder la unidad, mal asunto es ese de perder su corolario: la igualdad.

Y la causa de esas características (ruina moral y escisión), son los odios y las pugnas que, hábilmente, se han sacado a relucir, sobre todo por la izquierda, aunque también por la derecha.

En este sentido, y a modo de ejemplo, sorprende que inquiete las expresiones “extrema derecha” y “derecha extrema” (esta última, evidentemente, es una expresión falaz, pero cala en algunos sectores), pero no se tiene la misma respuesta cuando se habla de la “extrema izquierda” y de la “izquierda extrema”.

Esto es así porque al tratarse de conservadores y progresistas, respectivamente, la percepción es que la bonomía se halla en los segundos, no en los primeros: cuando, a la vista está, hoy asistimos, casi con indolencia por parte de algunos, a la vulneración de los derechos más elementales: las negativas y tristes consecuencias de la “ley sí es sí”, las dificultades para llegar a fin de mes, el problema de la vivienda, el encarecimiento de los bienes más básicos, la concesión de privilegios (que no derechos) a los separatistas…

En pocas palabras, dichas de modo vulgar y casi infantil, pero ciertas: estamos divididos entre buenos y malos. Y la izquierda, aunque prometa lo que sabe que no va a cumplir o que mienta sistemáticamente, resulta que es la buena, y se le vota… ante la ignorancia estratégica por parte de la derecha.

Los odios y las pugnas que tanto gustan a los separatistas, porque necesitan un enemigo en su imaginario y táctica política, se han trasladado a España. Mal asunto es ese de perder el horizonte, el bien común.

Pues bien, ante la análoga situación que se vivía entonces, salvando las distancias, José Antonio propuso un proyecto político ilusionante. Pero ese proyecto no existe a día de hoy. Y hace falta, mucha falta.

Porque esa ausencia está consiguiendo, si no hay remedio, darle la razón a Unamuno: “No soy fascista ni bolchevique, soy un solitario”.

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