ARGUMENTOS | JOSÉ ANTONIO

Carta a un amigo que no conoce a José Antonio Primo de Rivera

He leído, con dos semanas de retraso, el artículo que publicaste en un diario digital (el 24 de abril pasado) con el título La verdad sobre el proceso de José Antonio. Sorprendentemente, no dices nada sobre el proceso.


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Carta a un amigo que no conoce a José Antonio Primo de Rivera

Carta a un amigo que no conoce a José Antonio Primo de Rivera


Antes de nada, quiero señalar dos cosas: una, que te considero un amigo –aunque no nos conocemos personalmente– por la relación epistolar que hemos mantenido; y otra, que me duele escribir esta carta, pues siento verdadero aprecio por una persona muy allegada a ti, que siempre me ha tratado con cordialidad y amabilidad. No me acojo al consabido amicus Plato, sed magis amica veritas; pues yo no pretendo estar en posesión de la verdad. Simplemente, creo que no estás bien informado.

He leído, con dos semanas de retraso, el artículo que publicaste en un diario digital (el 24 de abril pasado) con el título La verdad sobre el proceso de José Antonio. Sorprendentemente, no dices nada sobre el proceso. Y eso que llevas más de veinte años publicitando, en tu perfil de profesor universitario, que vas a editar las memorias del juez Federico Enjuto –el magistrado que fue expulsado del Partido Comunista, por exiliarse un año antes de acabar la Guerra Civil, y que instruyó el sumario del fundador de la Falange–, con una introducción tuya. Me limitaré, pues, a comentar lo que sí manifiestas en el artículo.

Consideras que calificar, como hizo por unanimidad la Comisión de Expertos –nombrada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero e integrada por reconocidos antifranquistas–, a José Antonio como una víctima más de la Guerra Civil «es una provocación que prueba la existencia de múltiples muestras de la continuada hegemonía cultural del nacionalismo de inspiración franquista en la vida pública española contemporánea». Naturalmente, eres muy libre de pensar lo que quieras al respecto; pero, en mi modesta opinión, la hegemonía cultural que impera en España no tiene nada que ver con el nacionalismo franquista. No sé si el hecho de que vivas en Estados Unidos puede haber influido en esa especie de paranoia franquista que manifiestas en tu artículo.

Escribes que «Hoy día conocemos muchos más detalles sobre las múltiples conexiones de Primo de Rivera con los demás golpistas». Creo que debiste habernos informado de esos “detalles” de los que hablas. Lo cierto es que hasta el 29 de junio de 1936 (19 días antes del frustrado golpe de Estado) José Antonio no se comprometió con el general Mola, que era “El director” de la conspiración. Como escribe el historiador González Calleja –que, como sabes, es antifalangista:

«Acuciado por las presiones de los militares, de algunas personalidades de la extrema derecha y de un importante sector de su partido, Primo acabó aceptando la participación en el complot, tras comprender que una inhibición en el mismo supondría la definitiva desaparición de Falange como grupo político organizado».

Nos dices que «Primo de Rivera fue ejecutado por su clara participación intelectual y política en la rebelión contra la república tras un juicio en que el mismo se defendió y que le brindó las garantías del estado democrático republicano, con un proceso que incluyó un juez instructor, un tribunal de derecho con tres magistrados, y un jurado popular de catorce miembros».

Hace tiempo que dije, en un libro sobre la manipulación franquista del proceso de José Antonio, que los dirigentes republicanos, juzgados por los nacionales, gozaron de menos garantías procesales que las que tuvo el fundador de la Falange; pero eso no significa que en su juicio no se cometieran graves irregularidades. No puedo extenderme, por falta de espacio, sobre ello; pero si te interesa debatirlo, estoy a tu disposición. Pero, si el proceso fue tan justo cómo pretendes, dime: ¿por qué el fiscal jefe de la Audiencia de Valencia, Juan Serna, que fue el primer fiscal del sumario, solo quería pedir unos pocos años de condena por conspiración para la rebelión militar?, y, por ello, fue apartado de la instrucción. ¿Por qué Largo Caballero mintió descaradamente, en sus Memorias, al negar que su Gobierno hubiera dado el “enterado”, requisito previo para la ejecución? ¿No te parece sospechoso que el fiscal y el juez instructor, apenas unos pocos días después del juicio, fueran nombrados miembros del Tribunal Supremo? En un juicio penal, con garantías, no es suficiente con que el acusado sea culpable para condenarlo. Hay que probar la culpabilidad. Y eso no lo hizo el fiscal. Por cierto, con relación al juez Federico Enjuto –que te es tan próximo, aunque sea por afinidad–, supongo que sabes que su prima, Zenobia de Camprubí, anotó en su “Diario”, escrito en el exilio:

«La noticia de que venía Fred [Federico Enjuto]. No me puedo olvidar de que sentenció a P. R. [Primo de Rivera], y aunque sólo Dios sabe lo que uno haría si lo presionaran mucho, me desaparecí para no tener que darle la mano. No sé cómo pudo hacerlo y algún día tendré que verlo» (5-XI-1938).

El marido de Zenobia, el poeta Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, en una carta dirigida a Guillermo Díaz-Plaja, escribió:

«No hay espinazos en España más horizontales que los de Azorín, Unamuno, Maeztu, Antonio Machado, etc. […] Espinazos verticales fueron los de Larra, Costa, Pi y Margall, Azcárate, Giner, Cossío, Cajal, Clarín, Ganivet, Besteiro, José Antonio Primo de Rivera. Ésos sí que fueron ‘políticos’» (27-III-1953).

Con relación a lo que afirmas, hay una cosa que quiero negar con toda rotundidad: que José Antonio se rebelase contra la República. José Antonio se alzó contra el Gobierno del Frente Popular. Mola, al igual que Queipo de Llano y Cabanellas, así como la gran mayoría de los oficiales que se sumaron al golpe de Estado, eran republicanos. No voy a incidir en esto, porque está al alcance de cualquiera que, con honradez intelectual, se quiera informar. Al fracasar el golpe, se impuso el alfonsino Franco, que vio favorecida su postura monárquica por el fallecimiento de Cabanellas y, sobre todo, de Mola (no se sabe si en un accidente o en un atentado) y por la desarticulación del sector hedillista de la Falange. Por otra parte, no es justo calificar a José Antonio de golpista y no condenar la rebelión de los socialistas, comunistas y separatistas, en octubre de 1934, contra el gobierno legítimamente constituido. Los mismos dirigentes republicanos se habían rebelado, en diciembre de 1930, contra el Gobierno del general Berenguer, que había concedido una amnistía, quería volver a la normalidad constitucional y convocar elecciones generales. Los capitanes Galán y García Hernández, que fueron fusilados por rebelión militar, fueron elevados a la categoría de héroes por la República. Por cierto, cuando en el mes de abril de 1935, las tumbas de los dos capitanes fueron profanadas, José Antonio se apresuró a condenar el cobarde atentado.

Tampoco estás muy acertado cuando manifiestas que «Primo de Rivera no había predicado, sin embargo, mensajes ni enseñanzas de hermandad, de perdón, piedad, o paz, sino el evangelio de su FE nacional (Falange Española), la dialéctica de ‘los puños y las pistolas’, liderada por unas escuadras bélicas de nostálgicos de un imperio finiquitado».

Cinco días después de las elecciones que dieron el triunfo al Frente Popular, José Antonio dictó unas instrucciones en las que decía:

«Los jefes cuidarán de que por nadie se adopte actitud alguna de hostilidad hacia el nuevo Gobierno ni de solidaridad con las fuerzas derechistas derrotadas».

Cuando el golpe de Estado fracasó, propuso un Gobierno de reconciliación nacional, integrado por políticos republicanos (la gran mayoría, como el presidente, eran masones) y el socialista Prieto. En su testamento, dejó escrito que:

«Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles».

José Antonio no fue el introductor de la violencia en España. Según el historiador antes mencionado, González Calleja, entre abril de 1931 y julio de 1936, la violencia de distinto signo ideológico segó la vida de 2.629 seres humanos en España. Según el citado autor, en el primer bienio republicano (por tanto, antes de la fundación de Falange Española), se produjeron 540 víctimas mortales. Durante el segundo bienio (si descontamos los muertos provocados por la revolución en Asturias y la rebelión militar de Companys), 621. Solo durante el Gobierno del Frente Popular (19 de febrero a 17 de julio), hubo 384 muertos (un 30% provocados por las fuerzas de orden público) y eso el que el país estuvo, los cinco meses, en estado de alarma (equivalente al actual estado de excepción). En cualquier caso, esa «dialéctica» perjudicó más a FE que a las izquierdas. Según el mencionado profesor, las bajas falangistas fueron: sesenta y siete muertos durante el período del Frente Popular y cuarenta y una durante el bienio previo (total período republicano: 108 víctimas). A su vez, durante el último período, FE sería responsable de la muerte de sesenta y cuatro izquierdistas, mayoritariamente socialistas y comunistas. Cuando los falangistas realizan su primer atentado con víctima mortal (10 de junio de 1934), ya llevaban un centenar de heridos y un mínimo de ocho muertos. El historiador Payne, al que tu citas, eleva la cifra de falangistas asesinados, previos a la primera represalia, a quince o dieciséis. Para el filósofo Heleno Saña, de obvias simpatías ácratas,...

«Antes de organizar ella misma sus cuadros represivos, la Falange fue víctima de las represalias de la extrema izquierda. Todo el que no tenga en cuenta este hecho decisivo se descalifica a sí mismo para enjuiciar con honestidad el proceso evolutivo, las agresiones y el crimen político».

Por otra parte, los dirigentes de Falange fueron detenidos, así como unos dos mil afiliados. Mientras que las milicias socialistas, trescientos hombres armados, podían actuar con absoluta impunidad. Según el testimonio de un dirigente comunista, Manuel Tagüeña, cuando alguno de los miembros de las dichas milicias era detenido por la Guardia Civil y se les secuestraban las armas, se procedía a devolver estas por orden de las autoridades.

Según expones, José Antonio «rechazaba la lógica redistributiva y emancipadora de la socialdemocracia reformista, del anarquismo utópico, o del socialismo revolucionario y del comunismo soviético».

Pero resulta que José Antonio Balbotín, que fue diputado comunista durante las Cortes Constituyentes de la República, escribió:

«Fui un buen amigo de José Antonio Primo de Rivera. Él quería una reforma agraria mucho más radical que la mía, pero es claro que nadie le hizo caso».

José Antonio predicaba un sindicalismo autogestionario:

«Poco más o menos, los socialistas entregan la plusvalía, es decir, el incremento de valor del trabajo humano, a la colectividad organizada en Estado. En cambio, el sistema sindicalista adjudica esta plusvalía a la unidad orgánica del mismo trabajador. Se diferencian los dos del sistema capitalista actual en que éste la adjudica al empresario, al que contrata el trabajo. […] Falange Española […] al decidirse por uno de esos dos sistemas optó por el sindicalista, porque creo que conserva en cierto modo el estímulo y da una cierta alegría a la unidad orgánica del trabajo».

Pero donde más te equivocas, siempre según mi juicio, es cuando escribes que «un elemento disgregador o disolvente de la idea de España, fue quizá la mayor aportación divulgativa de Primo de Rivera y de Franco, instituyendo un nacionalismo español intolerante que aún proyecta, incluso sobre la Constitución de 1978, la idea de la nación española como una ‘unidad de destino en lo universal’, innegociable, pre-constituida, inmutable y sagrada».

Por lo visto ignoras que el concepto de “unidad de destino” procede del austromarxista Otto Bauer; si bien, a José Antonio le llegó a través de Nicolás Berdiaev y José Ortega y Gasset. También creo que desconoces que, en la Declaración sobre la Unión Europea, hecha en Stuttgarth, el 19 de junio de 1983, por el Consejo de la Comunidad Europea, se dice:

«Los Jefes de Estado y de Gobierno confirman su empeño de progresar en vía de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos y los Estados miembros de la Comunidad europea, fundándose en la conciencia de una comunidad de destino». 

El catalán Raimon Galí, dirigente del Bloc d’Estudiants Nacionalistes, que participó en uno de los varios encuentros que José Antonio tuvo con los dirigentes del bloque, dejó escrito en sus Memòries:

«De este y de los otros encuentros sacamos las siguientes conclusiones: primera, que José Antonio respetaba la identidad de Cataluña. […] José Antonio era un personaje que atraía por su maravillosa educación y por su temperamento. De aquí su amistad con Benet Caparà. En el fondo deseaba una unidad de España querida por todos». [Traducido del catalán].

No puedo extenderme más y por eso voy a terminar esta carta abierta. Lo hago con unas palabras del que fuera secretario general de la Federación Anarquista Ibérica, Diego Abad de Santillán, sobre el fusilamiento del líder falangista:

«Aquello fue un crimen y, más que un crimen, una estupidez. […] Además, José Antonio Primo de Rivera, Juan Peiró y Julián Besteiro –cada uno en su posición– eran España y a España no se la fusila».

Te deseo lo mejor para ti y para Cecilia.


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