Milei y el miedo de Sánchez
Milei afirma que «estamos incomodando a los rojitos por todos lados», tal vez porque recuerda algo que habíamos olvidado: la superioridad moral de la libertad frente al intervencionismo, del liberalismo frente al socialismo.
Publicado en El Debate (21/MAY/2024), y posteriormente en El Mentidero de la Villa de Madrid (23/MAY/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Me gusta Milei porque no le gusta a Sánchez. No sólo por eso, pero confieso que influye. Gozamos –es un decir– de un presidente del Gobierno que se permite descalificar al jefe de Estado de un país amigo porque no piensa como él, y envía por delante a su ministro antropoide, homenaje vivo a Darwin, para ofenderle. Sólo desde el desprecio de Sánchez por los que no le dicen «sí, bwana» se entiende esa actitud. Claro que no se puede esperar otra cosa de quien ha alzado un muro en su país para sentirse presidente sólo de los suyos, y a los demás que les den.
La visita no de Estado, o sea particular, de Milei a Madrid, ha traído consecuencias ilógicas, con intervención del relamido ministro de Asuntos Exteriores, crisis diplomática, etcétera. Es ridículo. La señora de Sánchez no tiene estatus singular, no está aforada, ni mucho menos criticarla es equiparable a lesionar la soberanía nacional o atacar a España. Al pedir apoyo al PP el ministro recordó la defensa de Zapatero a Aznar cuando fue atacado por Chávez, pero colocar a Begoña al nivel de un presidente del Gobierno es otra memez. Con la reacción de Sánchez a través de Albares de nuevo hemos hecho un ridículo internacional. Si todo el planeta conoció el caso Begoña fue por los cinco días de meditación y la declaración posterior de su marido. Me pregunto por el miedo de Sánchez que se exaspera tanto ante el caso de su mujer. ¿Por qué tiene miedo? Reacciona un domingo, despierta del letargo a Albares y monta un lío. Es por algo que hay detrás que no sabemos pero sabremos.
Milei tiene las ideas muy claras, sabe lo que quiere y es uno de los escasos políticos actuales, lejos de la Thatcher en el tiempo, que se toman en serio las políticas liberales sin mezcla alguna que las rebaje. Parte de la derecha europea vive contaminada, llamémoslo así, por influencia directa de la socialdemocracia. En España Aznar y Rajoy padecieron ese influjo y Feijóo lo padece. El único caso que conozco directamente de asunción de políticas liberales sin mezclas ni rebajas es Esperanza Aguirre.
Milei afirma que «estamos incomodando a los rojitos por todos lados», tal vez porque recuerda algo que habíamos olvidado: la superioridad moral de la libertad frente al intervencionismo, del liberalismo frente al socialismo. El socialismo esgrime su supuesta superioridad moral. No hay motivo. Para Milei los empresarios son héroes sociales porque dan respuestas a las necesidades de la sociedad produciendo, en competencia, bienes o servicios más baratos y de mayor calidad, y por esa labor han de ser considerados y retribuidos como grandes benefactores sociales. En España vivimos el acoso de la izquierda a los empresarios. Ataques en su día de dirigentes de Podemos (Lilith Verstrynge y Pablo Echenique) a Amancio Ortega cuando donó material sanitario, y ahora de una ministra que cree que se acabaría con el paro acabando con los empresarios (Sira Rego). Patética ignorancia. Amancio Ortega encarna en España al héroe de Milei, gran benefactor social. Y es justamente recompensado por el mercado.
Para Milei el socialismo es la justificación de la envidia, del odio, del enfrentamiento. Con resultados nefastos allá donde se ha aplicado, el socialismo y su «igualdad de resultados» ataca la «igualdad de oportunidades», frena el emprendimiento, la innovación y la creación de riqueza. No es superioridad moral quitar dinero al que lo gana para dárselo al que no quiere trabajar. Si Samaniego hubiese sido socialista habría baldado a impuestos a las hormigas para que la cigarra siguiese cantando tan feliz. Para Milei el socialismo es «el cáncer de la sociedad».
Milei es un economista liberal convencido. Friedman, Hayek y Von Mises recuperaron la bandera de la libertad, que de alguna manera se había perdido tras el crack bursátil del 29 y las guerras mundiales, en favor de un keynesianismo mal entendido, y que Thatcher y Reagan convirtieron en exitosos programas políticos. Las ideas liberales arrasaron y propiciaron la caída del Muro de Berlín. El fin de la historia –de las ideas– que anunció Fukuyama. La crisis financiera de 2008 volvió a dar alas a las ideas socialistas. Ahora a Sánchez –y a los rojitos, que dirá Milei– les molesta la denuncia de que «el rey va desnudo». Nada de superioridad moral de la izquierda reiterada en España desde el fin de la fracasada II República. La izquierda, y en ella el socialismo, han montado sur propios aparatos de desinformación, de modo que ser «rojo» se convirtió en un piropo y ser «facha» en un insulto.
Sánchez acusa a Milei como representante de la ultraderecha internacional, y Milei responde con resultados. El FMI acredita la asombrosa recuperación de los índices económicos en Argentina: en apenas cuatro meses Milei ha recortado drásticamente la inflación y el déficit público con un aumento espectacular del precio de los bonos argentinos. Ese sí es un cohete y no las manipulaciones de cifras de Moncloa; aparentemente crecemos más porque empezamos desde más abajo; los últimos de la fila.
Lo que no se entiende es que Abascal dedicara su intervención en Vista Alegre a atacar e insultar al PP. No ha comprendido a Milei que estaba en Madrid, y así lo dijo, por gratitud a un amigo que le acompañó en tiempos complejos, y esgrimió sólo el socialismo como objetivo de su crítica. Abascal no es un liberal, su entendimiento de la política es intervencionista. Lo que ideológicamente unía a los dirigentes europeos de Vista Alegre era el nacionalismo; poco más. Abascal se creció y no asumió el mensaje principal de Milei: «Hay que entender que el poder es un juego de suma cero y si lo tienen ellos no lo tenemos nosotros. El enemigo es el socialismo». Abascal no quiso entenderlo. Y le dio una alegría a Sánchez.