Ese maldito olvido

A lo largo del año parece que sufrimos una especie de amnesia colectiva y pertinaz que hace que hayan desaparecido (o casi) de nuestra memoria, hechos y acontecimientos que, no ha mucho, nos han impresionado y sobrecogido.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (30/DIC/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

En estas fiestas navideñas nos deseamos felicidad unos a otros, así como toda clase de dichas y venturas para el año que va a empezar. Y, al mismo tiempo, echamos la vista atrás, aunque sea por un momento, y recordamos fugazmente lo último ocurrido y, con un poco más de detenimiento, a los familiares, amigos y conocidos que se han ido y a los que ya no volveremos a ver.

Sin embargo, a lo largo del año parece que sufrimos una especie de amnesia colectiva y pertinaz que hace que hayan desaparecido (o casi) de nuestra memoria, hechos y acontecimientos que, no ha mucho, nos han impresionado y sobrecogido. Unas noticias sustituyen a otras con velocidad de vértigo y hasta parece que no han ocurrido. No obstante, y frecuentemente por motivos políticos, partidistas o revanchistas, nos empeñamos a recordar permanentemente otros hechos que cuentan con varios decenios de antigüedad. Tal ocurre, por ejemplo, con nuestra guerra civil de 1936 a 1939.

Hay sucesos más recientes que, como ya no son noticias de primera página, parece que no han sucedido nunca y les damos al olvido con una tranquilidad asombrosa. En un par de meses se cumplirán dos años de la alevosa invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin.

En los primeros momentos todo eran reportajes, fotografías, envíos de armas, de pertrechos y ayudas económicas. Y una corriente de solidaridad acogiendo a quienes escapaban y se refugiaban en otros países de Europa. En la actualidad tal parece que el mundo occidental se esté cansando o aburriendo de lo que allí ocurre. Apenas, de vez en cuando, aparece alguna noticia en algún rincón de algún periódico o en algún breve espacio en otros medios de comunicación. Nos tememos que esas ayudas masivas de los primeros meses de la invasión se vayan espaciando, vayan disminuyendo y hasta que desaparezcan, abandonando a los ucranianos a una suerte, por cierto, nada halagüeña. Pero en Ucrania, diariamente, se siguen produciendo cientos de bajas de uno y otro lado y sigue la destrucción sistemática de las ciudades. Y miles de ucranianos, principalmente mujeres y niños, siguen desperdigados por Europa en espera de poder regresar a su patria. Y nosotros lo estamos olvidando.

Tampoco hace mucho tiempo que las primeras páginas de los periódicos y los programas más destacados de la televisión nos ponían ante la tragedia de los graves terremotos en Turquía, Siria o Marruecos y las inundaciones en Libia, con cientos de muertos, miles de heridos y millones de personas que, aparte de la vida de sus familiares más próximos, habían perdido sus viviendas y todas sus pertenencias. La reacción de las demás naciones fue inmediata y la ola de solidaridad parecía que lo iba a anegar todo.

Alimentos, medicinas, prendas de abrigo… llegaban a los damnificados mientras una legión de bomberos, soldados y sanitarios con una generosidad y capacidad de sacrifico admirables se aprestaron a socorrer a aquellas pobres gentes, esforzándose por extraerlas de entre los escombros y montando hospitales de campaña y campamentos de urgencia mientras nos ofrecían imágenes estremecedoras del rescate de niños que, incluso, habían permanecido sepultados durante días junto a sus padres muertos.

Transcurridas unas semanas esos bomberos, soldados y sanitarios desmontaron sus campamentos y hospitales y regresaron a sus países de origen. Pero, ¿qué ha ocurrido con las víctimas, con los damnificados?, ¿han podido recuperar su vida normal o siguen malviviendo en campamentos improvisados en medio de las inclemencias del periodo invernal?, ¿siguen recibiendo ayudas o su tragedia es, para una buena parte del resto del mundo, un episodio pasado y olvidado?

En la actualidad, son imágenes y titulares de primera página en los periódicos y reportajes y programas prioritarios en los otros medios de comunicación todo lo relacionado con lo que ocurre en Gaza.

Repudiando sin paliativos la matanza de más de 1.200 israelíes del día 7 de octubre, perpetrada por los milicianos de Hamas en varios asentamientos judíos, el mundo, o buena parte de él, asiste horrorizado a la respuesta de Israel que, por otro lado, y teniendo en cuenta precedentes en la mente de todos, era de temer y de esperar. Respuesta en la que un ejército bien preparado y pertrechado arrasa las ciudades de la franja y provoca con sus bombardeos la muerte de, según parece, ya más de veinte mil palestinos entre los que se cuentan unos ocho mil niños cuyos cuerpos exánimes son rescatados de entre los escombros por sus padres, en medio del llanto desgarrador de sus madres y con la ayuda de sus otros hermanos, también menores.

Hoy tenemos esas imágenes muy presentes, nos espantan, horrorizan y sobrecogen, pero, ¿cuánto tiempo tardaremos en olvidarlas?, ¿cuánto tiempo tardarán en ser solapadas por otras de mayor actualidad?, ¿durante cuánto tiempo el ejército israelí seguirá con su implacable represalia?, ¿cuántos niños más tendrán que morir?

En tiempos de las persecuciones se decía que la sangre de los mártires era semilla de cristianos. ¿Qué efectos tendrá, en el futuro, la sangre de estos niños sobre sus hermanos, hoy todavía también niños, pero jóvenes dentro de unos pocos años? Ellos, ¿olvidarán también? Y el mundo que hoy se muestra sobrecogido y espantado, ¿lo dará al maldito olvido o pondrá los medios para que no vuelva a ocurrir? Lo siento, pero lo veo desde la óptica del escepticismo.

Menos mal que Dios tiene mejor memoria que los humanos.