El lado infantil de la política

Uno se queda perplejo al ver el tono infantil que ha habido, y sigue habiendo, en todos esos paradigmas políticos: la idea de que hay buenos y malos.


​Publicado en el núm. 376 de Gaceta FJA (enero 2024). Editada por la Fundación José Antonio. Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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El lado infantil de la política

Si uno se asoma balbucientemente a la reciente historia sociopolítica, observa con perplejidad una constante. Dicha constante se encuentra latente en esa historia, pero al cabo del tiempo, con el equilibrio del optimista escéptico que la edad te pone delante, lo que estaba escondido sale a la luz. La perplejidad se residencia en la visión nítida de la actitud infantil que ha presidido, y todavía preside, tal historia.

En efecto, a principios del siglo XX tuvo lugar el auge de los totalitarismos (comunismo, nacionalsocialismo, fascismo), estando en su contra la democracia; en la segunda mitad de dicho siglo, el socialismo todavía tenía poder, estando en su contra el liberalismo; a comienzos del siglo XXI, y todavía hoy, entra en juego la globalización, estando en su contra la amenaza de los nacionalismos, siendo su extremo los separatismos.

Pues bien, insisto en que uno se queda perplejo al ver el tono infantil que ha habido, y sigue habiendo, en todos esos paradigmas políticos: la idea de que hay buenos y malos. El problema, como digo, es que tal talante se sigue dando ahora, lo que ocurre es que de modo más acuciado y, en contra de lo pensado, más aceptado. Digo en contra de lo pensado porque está ocurriendo en plena democracia representativa, donde se supone que el ciudadano debería ser más maduro. Y resulta que, sorprendentemente, la falta de madurez existe, se da, la hay.

Voy a repetirlo porque es tan simple, que cuesta creerlo: hoy hay buenos y malos, y los buenos son los míos… y resulta que tal idea vende, gana elecciones, atrae electorado. Es la que fundamenta la división, que encima tiene mucho calado, entre conservadores (que son los malos) y progresistas (que son los buenos); entre derechas (que son los malos) e izquierdas (que son los buenos); entre los que defendemos la unidad (que somos los malos) y los que apuestan por la separación (que hoy son los buenos).

Llegando a expresarse públicamente en la tribuna de oradores de nuestro Parlamento, nada menos que por parte del presidente del Gobierno, que lo que se pretende es levantar un muro entre izquierda y derecha, que es tanto como edificar toda una división en toda regla y, como consecuencia, tiznar de inquina, odio y crispación la convivencia entre españoles que, consecuentemente, quedan separados entre buenos y malos.

Todo esto está muy lejos de lo que Agustín del Río Cisneros escribió en 1965 (p. 22):

«José Antonio intentó una superación del dilema capitalismo-comunismo, así como una síntesis de tradición y modernidad capaz de responder a las convocatorias del tiempo».

No en vano, esa es una de las claves del pensamiento de José Antonio: la revolución o tercera vía. Esta sí que tiene «un nivel de humanización y fecundidad», como continúa diciendo del Río (p. 23), que es tanto como decir el nivel de madurez al que una sociedad, al menos políticamente, debería alcanzar. En pocas palabras, como dijo en su día José Antonio, y todos sabemos...

«el movimiento de hoy (…), sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas» (1971, p. 65).

Lo que ocurre es que nunca como ahora son tan ciertas esas palabras, por necesarias. El problema es que para llegar ahí no sólo se requiere poseer una elevada calidad intelectual, sino que es pertinente tener adquirida libertad individual, pensamiento propio. Y de eso también se carece hoy. Y se carece, entre otros motivos, por la mediocridad de la clase política, salvo alguna excepción muy contada. Sólo hay que escuchar a nuestros políticos cuando hablan en las Cortes: da hasta vergüenza ajena la falta de reflexión seria y argumentativa, que es lo que debería tener una democracia deliberativa.

Sin mucho esfuerzo tal mediocridad y ausencia de libertad individual también se aprecia cuando hay una consigna por parte del aparato de cualquier partido (sea de derechas o de izquierdas), pues todos los de ese partido dicen la misma idea y con las mismas palabras. Pero es que hablas con las personas que los votan, y también dicen lo mismo y con las mismas palabras. La libertad individual casa muy mal con el pensamiento único. Aquella es lúcida y crítica, mientras que esta es gregaria y, por ende y como decimos, mediocre.

Hoy falta, como decía José Antonio,...

«hallar la visión armoniosa y entera de una España que no se ve del todo si se mira de un lado, que sólo se entiende mirando cara a cara, con el alma y los ojos abiertos» (1971, p. 714).

Y, claro, al mirarla solamente de un lado, que encima se arroga soberbiamente como el lado bueno de las cosas, queda excluido el otro, que es el lado malo.

Diferenciar entre buenos y malos, nosotros y ellos, progresistas y conservadores, tiene como única finalidad, detrás de la meritada actitud infantil, acceder y conservar el poder a toda costa, a cualquier precio. Nada que ver con el valor de servicio que debería tener la política, y que ahora mismo, lamentablemente, adolece.